Comentario Bíblico Adventista Levítico 1
Comentario Bíblico Adventista
Levítico Capítulo 1
1.
Llamó Jehová a Moisés.
Dios había prometido que cuando se terminase de levantar el tabernáculo, se comunicaría con Moisés desde el santuario. Hasta entonces le había hablado desde el monte, pero ahora hablaría desde el propiciatorio (Exo. 25: 22). En esta ocasión, Dios cumplió su promesa y le pidió a Moisés que se acercara, para que por su intermedio pudiera instruir al pueblo acerca de la forma correcta de aproximarse a Dios y al santuario.
El pueblo necesitaba urgentemente recibir esta instrucción. Israel no tenía más que un concepto vago de la santidad de Dios y de la pecaminosidad del pecado. Se le debía enseñar los principios elementales de reverencia y culto. Debía aprender que tanto Dios, como su casa, y aun los alrededores de la casa, eran santos. Debía aprender que sólo el que es santo puede acercarse a Dios y entrar en su presencia. Por lo tanto no podían atreverse a entrar en la morada de Dios, sino que sólo debían llegar hasta la puerta del atrio, y allí entregar su sacrificio con humildad y contrición. Este sacrificio sería recibido de su mano por los sacerdotes como si Dios lo recibiese; los sacerdotes entonces llevarían la sangre al lugar santo y quemarían allí incienso. Ni aun los sacerdotes podían entrar en el santuario interior para oficiar en él. Esto estaba reservado para el sumo sacerdote quien, luego de un profundo autoexamen, tenía acceso al lugar santísimo durante unos pocos minutos, una vez al año, en el gran día de la expiación. Concluida esta ceremonia, el lugar santísimo permanecía cerrado durante otro año. En verdad, Dios es santísimo.
Israel debía aprender a acercarse a Dios mediante el cordero sacrificado;
mediante el becerro, el carnero, el macho cabrío, los palominos, las tórtolas;
la aspersión de la sangre sobre el altar del holocausto, sobre el altar del
incienso, hacia el velo, o sobre el arca; mediante la enseñanza y la mediación
del sacerdocio. No debía quedar en la desesperanza frente a la condenación de la
santa ley de Dios. Había una vía de escape. El Cordero de Dios moriría por
ellos. Por fe en su sangre podrían entrar en comunión con Dios. Gracias a la
mediación del sacerdote podrían entrar vicariamente en el santuario, y, en la
persona del sumo sacerdote, podrían aun entrar en la misma cámara de audiencias
del Altísimo. Para los fieles israelitas esto prefiguraba el momento cuando el
pueblo de Dios entrará sin temor " "en el Lugar Santísimo por la sangre de
Jesucristo" " (Heb. 10: 19).
Dios deseaba enseñar todo esto a Israel
mediante el sistema de sacrificios. Para ellos representaba el camino de
salvación. Les daba esperanza y ánimo. Aunque la ley de Dios, los Diez
Mandamientos, los condenaba por sus pecados, el hecho de que el Cordero de Dios
moriría por ellos les daba esperanza. El sistema de sacrificios era el Evangelio
para Israel. Señalaba la forma de lograr la comunión con Dios.
Hay
cristianos profesos que no consideran de gran importancia ni valor para ellos
los servicios del templo divinamente instituidos. Sin embargo, el plan
evangélico de salvación, revelado más plenamente en el NT, resulta más claro
cuando se entiende el AT. En verdad, quien entiende el sistema levítico
presentado en el AT, puede entender mejor y apreciar más el Evangelio expuesto
en el NT. El primero prefigura al segundo y es símbolo de él.
Desde el
tabernáculo.
Como resultado del pecado, el hombre había sido expulsado
de su hogar en el paraíso, donde gozaba de la comunión directa con su Hacedor.
Por causa de que el hombre ya no era apto para vivir con Dios, el Eterno se
dignó descender y habitar con el hombre. De acuerdo con esto, le había mandado a
Moisés: " "Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos" " (Exo.
25: 8). Moisés había hecho esto, y "la gloria de Jehová" había llenado "el
tabernáculo" (Exo. 40: 34). ¡Maravilloso amor! Dios no podía estar separado de
los suyos, y en su amor había formulado un plan para que pudiese vivir entre
ellos. Dios los acompañaría en su peregrinaje por el desierto, y finalmente los
guiaría a la tierra prometida.
2.
Ofrenda.
Heb. qorban , del verbo qarab , "acercarse", "acercarse a". Había dos
tipos de holocaustos: los obligatorios y los voluntarios. Algunos de los
holocaustos obligatorios debían ofrecerse en determinadas ocasiones y eran
presentados por los sacerdotes para beneficio de toda la nación. Entre éstos
están el holocausto diario (Exo. 29: 38-42; Núm. 28: 3-8); el holocausto
sabático (Núm. 28: 9, 10), y los holocaustos de las fiestas de luna nueva, de
pascua, de Pentecostés, de la fiesta de las trompetas, del día de expiación, y
de la fiesta de los tabernáculos (Núm. 28: 11 a 29: 39). Otros holocaustos
obligatorios eran de naturaleza ocasional, y eran presentados por las personas
afectadas. Tales eran los holocaustos en ocasión de la consagración de un
sacerdote (Exo. 29: 15-18; Lev. 8: 18-21; 9: 12-14), del nacimiento de un niño
(Lev. 12: 6-8), de la purificación de un leproso (cap. 14: 19, 20), de la
purificación ceremonial (cap. 15: 14, 15, 30), y cuando se tomaba el voto del
nazareato (Núm. 6: 13-16). Los holocaustos voluntarios podían ser presentados
por una persona en cualquier momento, pero debían ceñirse siempre a los mismos
reglamentos que regían los holocaustos obligatorios (Núm. 7; 1 Rey. 8: 64). Los
reglamentos de Lev. 1 atañen específicamente a los holocaustos voluntarios,
aunque el ritual también era similar para los otros.
3.
Si su ofrenda fuere holocausto.
"Si su qorban [vers. 2]
fuese 'olah ". 'Olah es la palabra hebrea común para designar el "holocausto", y
significa "lo que asciende". Otro vocablo, usado solamente dos veces, es kalil ,
que significa "entero". Estas palabras se derivan del hecho de que los
holocaustos eran enteramente consumidos sobre el altar y que, al ascender el
humo, en forma figurada ascendía la ofrenda hacia Dios. La palabra "holocausto"
viene del griego y significa "lo que se quema todo". Esta palabra describe bien
al sacrificio quemado por fuego. No se comía ninguna parte del holocausto, como
ocurría con algunos otros sacrificios; todo se quemaba y ascendía a Dios en
llamas como "olor grato" (vers. 9). No se retenía nada. Todo era entregado a
Dios. Indicaba una consagración completa.
Se mencionan por primera vez
los holocaustos luego el diluvio, cuando Noé "ofreció holocausto en el altar"
(Gén. 8: 20). Luego se menciona en la orden dada por Dios a Abrahán de que
ofreciese a su hijo " "en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré" "
(Gén. 22: 2). El libro de Job, quizá el más antiguo de la Biblia, registra que
Job " "se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos ... porque decía Job: Quizá
habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones" "
(Job 1: 5). Evidentemente Job creía que sus holocaustos servirían para apartar
la ira de Dios, aunque sus hijos no ofreciesen sacrificios ellos mismos y quizá
no se habían dado cuenta de su pecado. Los rabinos tenían un dicho: "Los
holocaustos hacen expiación por las transgresiones de Israel".
Los
holocaustos fueron los más antiguos de todos los sacrificios, como también los
más característicos y completos; reunían entre sí los elementos esenciales de
todos los sacrificios. Su importancia resulta evidente al considerar que,
durante siglos, fueron los únicos sacrificios realizados. Más tarde, cuando se
ordenó la presentación de otros sacrificios, se declaró expresamente que no
debían reemplazar al " "holocausto continuo" , sino que debían ofrecerse además
de éste (Núm. 28: 10; 29: 16; etc.).
Aunque el sacrificio diario, de
mañana y de tarde, obligatorio aun en el gran día de la expiación, era ofrecido
por la nación, también tenía un propósito bien definido en beneficio de cada
israelita. Cuando finalmente se hubo instalado el servicio del santuario en
Jerusalén, Dios mandó que en adelante todos los sacrificios debían ser llevados
allá, y que los sacerdotes sólo debían oficiar en el altar. Aunque de este modo
se centralizaba el culto y se lograba la uniformidad, y esto era útil, se
creaban ciertos problemas para los que vivían en lugares distantes del
santuario. Un viaje desde Galilea hasta Jerusalén podía llevar varios días,
especialmente si se llevaba el animal para el sacrificio. En su viaje de regreso
a casa, el hombre podía pecar de nuevo, y podía necesitar hacer otro viaje al
templo. Por supuesto, esto era impracticable. Para una persona, el sacrificio
diario, de mañana y de tarde, ofrecía una feliz solución.
Los animales
que debían ser usados como sacrificio diario eran comprados con dinero aportado
por todo el pueblo. Todas las mañanas se ofrecía en el altar del holocausto un
cordero en favor de toda la nación, y a la tarde se repetía el mismo servicio.
Este holocausto proporcionaba expiación temporaria y provisoria para la nación,
hasta tanto el pecador pudiese comparecer, llevando su propio sacrificio. Estos
sacrificios nacionales tenían el mismo propósito en beneficio de la nación que
los sacrificios ofrecidos por Job, quien decía: " "Quizá habrán pecado mis
hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones" " (Job 1: 5). Job no
sabía si sus hijos habían pecado. Pero existía la posibilidad de que así lo
hubieran hecho. Por lo tanto, a fin de "cubrirlos" hasta que pudieseis ofrecer
sus propios sacrificios, Job actuaba en lugar de ellos. De la misma manera, el
holocausto diario, ofrecido por la nación, protegía a Israel hasta que cada uno
pudiese traer su ofrenda individual. El Talmud enseña que el sacrificio matutino
expiaba los pecados cometidos durante la noche, y el sacrificio vespertino, los
pecados del día.
Los holocaustos diarios eran quemados en el altar, pero
con fuego lento, para que un sacrificio durara hasta que fuese colocado el
próximo (Lev. 6: 9). El sacrificio vespertino duraba hasta la mañana, y el
sacrificio matutino duraba hasta la tarde. De este modo, siempre había una
víctima sobre el altar para proporcionar expiación provisoria y temporaria para
Israel. Cuando un hombre pecaba, aunque no pudiese comparecer inmediatamente en
el santuario, o aun por semanas y meses, sabía que había un sacrificio sobre el
altar que se consumía en su favor, y que él estaba "protegido" hasta que pudiese
presentar su propia ofrenda y confirmar su arrepentimiento.
Esta
misericordioso medida hecha en favor de los pecadores de antaño constituye una
gran esperanza para el pecador de hoy. Hay veces cuando pecamos pero no nos
damos cuenta de ello hasta más tarde, y por lo tanto no hacemos una confesión
inmediata. Qué consuelo es saber que Cristo está siempre listo a "cubrirnos" con
el manto de su justicia hasta que nos percatemos de nuestra condición; saber que
Jesús nunca nos deja ni nos abandona; que aun antes de que nos acerquemos a él,
ya ha hecho la provisión necesaria para que seamos salvos. ¡Gracias a Dios por
esta maravillosa provisión! Sin embargo, nadie debiera aprovecharse
indebidamente de este beneficio y demorar la confesión.
Aunque los
holocaustos mencionados en Lev. 1 son todos voluntarios y personales, el ritual
a seguirse debía ser preciso y estricto. De esta manera se enseñaba a los
israelitas la obediencia implícita. Dios puede perdonar, y Dios perdonará, pero
debe haber una adhesión absoluta a las instrucciones divinas. El que desea
acercarse a Dios, debe hacerlo como Dios manda. El único culto aceptable ante
Dios es aquel que está de acuerdo con su voluntad; no el que nos parezca mejor y
más efectivo, no el que nosotros pensemos que sea más adecuado a la ocasión, no
el que pareciera traer los resultados más rápidos o mayor cantidad de dinero,
sino sólo el culto que Dios aprueba y sobre el cual puede derramar su bendición.
Se usaban cuatro clases de animales como holocaustos: becerros, ovejas,
cabras y aves. El que presentaba la ofrenda podía escoger. El rico naturalmente
prefería presentar un becerro. El pobre podía presentar solamente un palomino o
una tórtola, si no tenía más recursos. Es significativo que María, la madre de
Jesús, presentara dos tórtolas como ofrenda luego del nacimiento de su Hijo (ver
Lev. 12: 8; Luc. 2: 22-24). José y María eran pobres. El león y el águila, reyes
de las fieras y de las aves, no podían ser usados para los sacrificios puesto
que eran animales inmundos; en cambio se usaban el cordero y la paloma. Dios no
puede tolerar un espíritu altivo, pero acepta a los mansos y humildes.
El holocausto voluntario era una dádiva de amor, de dedicación y de
consagración. Se ofrecía con un espíritu de alegre sacrificio a Dios. Era más
que un presente; significaba darse uno mismo, en sacrificio vivo. Hoy no
ofrecemos holocaustos, pero haríamos bien en aplicar a nuestra vida diaria ese
espíritu que impelía a ofrecer holocaustos. Dios todavía se agrada del servicio
gozoso y voluntario (2 Cor. 9: 7).
Macho sin defecto.
"Para que
sea aceptado será sin defecto" (Lev. 22: 21). Esto hace resaltar el hecho de que
Dios exige lo mejor que tenemos. Posiblemente no seamos ricos, ni podamos
presentar grandes ofrendas a Dios, pero lo que demos debe ser perfecto. No
debemos presentar nada que sea inferior a lo mejor que tengamos. No debemos dar
a Dios lo que sea de valor inferior: una moneda defectuosa, una propiedad
imposible de vender, restos de tiempo libre. En cambio debemos servir a Dios con
lo mejor que esté a nuestra disposición.
De su voluntad.
Mejor,
"para que sea grato ante el Señor" (BJ). Debía ofrecerlos "a la puerta del
tabernáculo", y de ese modo sería aceptado ante el Señor. La misma palabra
hebrea que aquí se traduce "de su voluntad", se traduce "aceptado" en el vers.
4.
4.
Será aceptado para expiación suya.
El animal presentado como sacrificio era considerado como sustituto por
el pecador. Debía aceptarse "para expiación suya", es decir en su lugar. Por
cuanto el sustituto era símbolo de Cristo, también debía ser perfecto (cap. 22:
25).
La colocación de la mano del que ofrecía el sacrificio sobre la
cabeza de la víctima era parte solemne y esencial del ritual. La palabra samak ,
"poner", significa "apoyarse" con el peso del cuerpo. Este acto pues
representaba la total dependencia del pecador en su sustituto. Respecto al
significado de este rito, los comentadores, antiguos y modernos, entienden que
representa la transferencia simbólica a la víctima de los pecados del que ofrece
el sacrificio, o la sustitución del pecador por la víctima que así muere en su
lugar. "La imposición de las manos sobre la cabeza de la víctima es un rito
común por el cual se efectúan la sustitución y la transferencia de los pecados".
"En todo sacrificio existe la idea de sustitución; la víctima ocupa el lugar del
pecador humano" ( Jewish Encyclopedia, art. "Atonement, Day of" [Expiación, Día
de la], tomo 2, pág. 286).
Puesto que los cristianos ahora por fe ponen
sus pecados sobre Jesús, el Cordero de Dios, parece apropiado encontrar en el
conjunto de sacrificios una ceremonia que represente esto. Lo encontramos
reflejado en el ritual del holocausto; en verdad se exigía la imposición de la
mano en todos los casos donde hubiese pecado. El cristiano considera que la
ceremonia de poner la mano sobre la víctima y apoyarse en ella es símbolo de su
propia dependencia de Cristo para recibir la salvación. Al apoyarnos de esa
forma, ponemos nuestros pecados sobre Cristo, y él ocupa nuestro lugar sobre el
altar, un sacrificio "santo, agradable a Dios" (Rom. 12: 1).
Después de
haber seguido las indicaciones dadas por Dios, el pecador arrepentido podía
estar seguro de que la víctima era aceptada en su lugar. Así también nosotros
podemos tener la seguridad de que, al seguir las indicaciones de Dios, podemos
ser aceptos en Cristo, nuestro Sustituto, sabiendo que él ocupa nuestro lugar en
el altar: lo que, en verdad, ya ha hecho en la cruz. Cristo murió por nosotros,
en nuestro lugar, y porque él murió, nosotros viviremos.
5.
Degollará el becerro.
Es imposible suponer que una
persona normal pudiese sentir placer al clavar el cuchillo en una víctima
inocente, aunque esa víctima fuese solamente un animal. Y, sin embargo, Dios
exigía esto del que ofrecía el sacrificio. En épocas posteriores, los sacerdotes
degollaban las víctimas, aunque el plan original de Dios había sido que el
pecador mismo lo hiciese. Esta experiencia debe haberle resultado penosa y un
tanto angustiosa al pecador, porque sabía que era su pecado el que hacía
necesaria esa muerte. Debe haberle inculcado la determinación de no pecar más.
En forma vívida veía ante sí los resultados del pecado. No sólo significaba la
muerte, sino la muerte de un ser inocente. ¿Qué otro efecto podía tener esta
ceremonia sino el de crear en el transgresor el odio por el pecado y la solemne
resolución de no tener nada más que ver con él?
La primera lección que
Dios deseaba enseñarle a Israel mediante el sistema de sacrificios era que el
pecado engendraba muerte. Vez tras vez esta lección fue inculcada en sus
corazones. Cada mañana y cada tarde a través de todo el año, se ofrecía un
cordero en favor de la nación. Día tras día el pueblo traía sus ofrendas por el
pecado y sus holocaustos al santuario. En cada caso un animal era degollado y la
sangre aplicada en el lugar designado. En cada ceremonia y en cada servicio
estaba claramente impresa la lección: El pecado engendra muerte .
Esta
lección es tan necesaria en nuestros tiempos como lo fuera antaño. Algunos
cristianos consideran demasiado livianamente el pecado. Piensan que es un
aspecto pasajero de la vida que será superado con la madurez. Otros consideran
que el pecado es lamentable, pero inevitable. Todos necesitan que en forma
indeleble se les grabe en la mente la lección de que el pecado significa muerte.
El NT declara específicamente que "la paga del pecado es muerte" (Rom. 6: 23),
pero muchos no captan la importancia de esta declaración. El tener un concepto
más realista de la inseparable relación entre el pecado y la muerte ayudaría
mucho a apreciar y comprender el Evangelio. Para el cristiano esto encierra una
lección importante. Nosotros éramos los culpables; Cristo no lo era. La
contemplación de la cruz en primer lugar nos debiera provocar un sentimiento de
culpa, luego una repulsión por el pecado, y finalmente una profunda gratitud a
Dios por la salvación que se hace posible por medio de la muerte. Cristo murió
por mí . Yo debiera haber muerto, porque yo pequé, y "la paga del pecado es
muerte". Pero Cristo murió por mí; fue al Calvario en mi lugar. ¡Cuán adecuada
es esta provisión! ¡Cuán maravilloso el amor!
La rociarán.
El
que ofrecía el sacrificio había concluido su tarea. Había traído su sacrificio,
había confesado su pecado y había degollado la víctima. Después de eso comenzaba
la ministración de la sangre. Un sacerdote había recibido en una vasija la
sangre que manaba del animal degollado. Luego él ministraba con la sangre,
rociándola "alrededor sobre el altar" del holocausto. La palabra traducida
"rociar" significa literalmente "esparcir". Se la usa para referirse a la acción
de esparcir polvo (Job 2: 12), carbones encendidos (Eze. 10: 2), o agua (Núm.
19: 13), etc. Según el Talmud, el sacerdote oficiante esparcía la sangre contra
el altar en dos lugares: la esquina noreste y la esquina suroeste, de tal modo
que pudiese tocar los cuatro lados del altar. Por razones higiénicas es probable
que esto se hubiera hecho del lado interior del altar. La porción de la sangre
que no se usaba era vertida en la base del altar. Posteriormente, en el templo
de Jerusalén, la sangre sobrante pasaba por un conducto al valle del Cedrón.
Dios procuró impresionar en los israelitas el hecho de que el perdón de
los pecados sólo puede obtenerse mediante la confesión y la ministración de la
sangre. Debían comprender el precio infinito del perdón. Es mucho más que
meramente pasar por alto las faltas. A Dios le costó algo el poder perdonar;
costó una vida, la vida misma de su propio Hijo.
A algunos les parece
innecesaria la muerte de Cristo. Piensan que Dios podría o debería haber
perdonado sin el Calvario. No les parece que la cruz sea parte integral o vital
de la expiación. Sería provechoso que los cristianos consideraran más el precio
de su salvación. El perdón no es cosa sencilla. Mediante el sistema ceremonial,
Dios enseñó a Israel que el perdón sólo puede obtenerse por el derramamiento de
sangre. Necesitamos aprender esa lección ahora. En el sistema de sacrificios de
los israelitas se encuentran los principios fundamentales de la vida santa. El
AT es fundamental. La persona que está bien afirmada en sus enseñanzas podrá
construir un edificio que no caerá cuando vengan las lluvias y soplen los
vientos. Ella estará edificada " "sobre el fundamento de los apóstoles y
profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo" " (Efe. 2:
20).
6.
Desollará el holocausto.
Originalmente lo
hacía la misma persona que ofrecía el sacrificio, pero más tarde los levitas
realizaron esta tarea. En el desierto eran pocos los que participaban en las
ceremonias del tabernáculo en comparación con épocas posteriores, en la tierra
prometida, cuando centenares y aun miles llegaban a ofrecer sacrificios en un
solo día. Los levitas y sacerdotes, ya acostumbrados al ritual, podían desollar
el animal más prontamente que la gente común.
7.
Pondrán fuego sobre el altar.
Siempre ardía fuego en un
lugar designado sobre el altar de los holocaustos. Era el deber de los
sacerdotes asegurarse de que ese fuego nunca se apagara. Puesto que Dios mismo
lo había encendido, era considerado fuego sagrado. Este fuego no debía
utilizarse para ningún fin común, ni debía usarse fuego común en los servicios
del santuario. Desde este fuego principal, ubicado en el altar de los
holocaustos, los sacerdotes encendían los otros fuegos para consumir los
sacrificios presentados. De este modo, varios fuegos ardían sobre el altar al
mismo tiempo, todos ellos encendidos con el fuego principal. Cuando entraban en
el lugar santo para ofrecer incienso, los sacerdotes debían tomar las brasas de
este altar para sus incensarios. El fuego que ardía sobre el altar del incienso
provenía del altar del holocausto. Es interesante notar que en el ciclo hay un
ángel que tiene a su cargo el fuego (Apoc. 14: 18).
Compondrán la leña
sobre el fuego.
La leña que se usaba en los servicios del santuario era
cuidadosamente inspeccionada antes de ponerla sobre el altar. La leña dañada por
insectos o comida por gusanos era rechazada. Era tarea de ciertos sacerdotes
vigilar para que siempre hubiera leña disponible. Una vez al año se le pedía al
pueblo que ayudase a juntar leña para el santuario. Esta tarea debe haberles
servido de instrucción; pues al juntar la leña debían examinarla para asegurarse
que los sacerdotes la aceptarían. Al hacerlo, deben haber sentido que Dios es
santo y que aun en las cosas más pequeñas exige perfección.
No se tiraba
la leña sobre el fuego ni se la colocaba de cualquier manera. Se la ponía en
forma ordenada. La lección es evidente. Nada de lo que tiene que ver con el
servicio de Dios puede hacerse descuidadamente. Todo debe realizarse con cuidado
y reverencia.
8.
Acomodarán las piezas.
La lección de orden es la misma del vers. 7. Todas las piezas de la
víctima debían acomodarse sobre el altar siguiendo la misma disposición que
tenían en el animal vivo, encima de la leña que también estaba en orden, Dice el
apóstol: "Hágase todo decentemente y con orden" (1 Cor. 14: 40). Esto constituye
buen cristianismo neotestamentario.
9.
Lavará con agua.
En armonía con la orden de que ninguna
cosa sucia debía ponerse sobre el altar ni usarse en el servicio de Dios, las
entrañas y las piernas eran lavadas con agua antes de colocar la víctima sobre
el altar. Podría argumentarse que esto era innecesario, puesto que el fuego
pronto consumiría el sacrificio y todo lo sucio sería destruido. ¿Para qué,
entonces, perder tiempo en lavar las partes del animal?
También este
procedimiento debe haber servido para exaltar la santidad de Dios y su
aborrecimiento por el desorden y por todo lo que pueda ensuciar. En verdad todas
las acciones, todas las ceremonias, servían para repetir la lección de la
santidad de la obra de Dios, de la santidad del carácter divino.
El
sacerdote hará arder todo.
El "todo" tenía una excepción. No se quemaba
la piel del animal, sino que se daba al sacerdote (cap. 7: 8). No se nos explica
el motivo de esta excepción.
Olor grato.
Es decir, agradable a
Dios. Los holocaustos del cap. 1 no eran sacrificios obligatorios, sino
voluntarios, presentados porque el que los ofrecía sentía su necesidad de Dios y
quería mostrar su aprecio por la bondad del Señor. Al presentar el sacrificio
expresaba su amor a Dios y se consagraba a su servicio,
Los holocaustos
eran ofrecidos en muchas ocasiones y representaban consagración a Dios y
gratitud a él. No tenían por objeto pedir un favor especial, sino que expresaban
la gratitud por mercedes ya obtenidas. Se ofrecían en ocasión de la purificación
de un leproso (cap. 14: 19, 20), de la purificación de las mujeres luego de dar
a luz (cap. 12: 6-8), como también por una purificación general (cap. 15: 15,
30). En muchos casos, una ofrenda por el pecado acompañaba al holocausto, pero
no siempre. Cuando una misma persona presentaba una ofrenda por el pecado y
holocaustos, la ofrenda por el pecado venía primero y era por un pecado o
pecados específicos. El holocausto se ofrecía por la pecaminosidad general, sin
referencia a ningún pecado en particular.
Los holocaustos tuvieron un
lugar destacado en la consagración de Aarón y de sus hijos (Exo. 29: 15-25; Lev.
8: 18), como también en su comienzo en el sacerdocio (Lev. 9: 12-14). También se
los usaba como parte de los votos de nazareato (Núm. 6: 13-16). En estos casos
representaban la consagración completa de la persona a Dios. Por medio del
holocausto, quien lo ofrecía se ponía simbólicamente sobre el altar, para
consagrar toda su vida al servicio de Dios.
Los sacrificios eran
oraciones hechas carne. Interpretados de este modo, asumen un significado más
profundo. Si un cristiano es tentado y peca, humildemente confiesa su pecado y
pide perdón. El verdadero israelita hacía lo mismo, pero, además presentaba una
ofrenda por el pecado cometido. Si también ofrecía un holocausto, al hacerlo
estaba diciendo: "Señor, posiblemente haya hecho otras cosas que no te agradan.
No me doy cuenta de haberlas hecho, pero por tu misericordia, perdona aquello en
lo cual pude haber faltado". Cuando oramos en esta forma, estamos haciendo lo
que hacía el israelita al presentar su holocausto.
La exhortación de
Pablo en Rom. 12: 1, a presentar el cuerpo "en sacrificio vivo", es una
referencia a los antiguos holocaustos. Hemos de estar enteramente dedicados a
Dios. Hemos de ser enteramente limpiados. Sólo después de quitar toda la
suciedad del holocausto, podía ponérselo sobre el altar, "ofrenda encendida de
olor grato para Jehová". Lo mismo ocurre con nosotros. Todo pecado, toda
suciedad de la carne y del espíritu, debe ser quitada antes de ser aptos para el
altar (2 Cor. 7: 1).
El holocausto es símbolo de Cristo, quien se
entregó total y completamente a Dios, dejándonos un ejemplo que debemos imitar.
Enseña una completa santificación, una entera dedicación. Ocupa con propiedad el
primer lugar en la lista de sacrificios del libro del Levítico. Nos dice
claramente que el sacrificio para que sea de olor grato a Dios, debe ser una
entrega total. Todo debe colocarse sobre el altar; todo debe dedicarse a Dios.
Así como el sacrificio debía ser perfecto, así también Cristo es el
"cordero sin mancha y sin contaminación" , el que siendo hermoso y santo " "nos
amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor
fragante" " (1 Ped. 1: 19; Efe. 5: 2).
El holocausto era grato a Dios
porque revelaba el deseo de consagrarse a él, de parte del que presentaba la
ofrenda. Al ofrecer su sacrificio, decía en esencia: "Señor, deseo servirte. Me
coloco sobre el altar, sin reservarme nada para mí. Acéptame en el Sustituto y
por amor de él". Tal actitud agrada a Dios.
Los holocaustos del cap. 1
eran de "olor grato" a Dios porque eran enteramente voluntarios. Los cristianos
corren peligro de hacer lo que en sí es bueno y correcto, no por un deseo
interior ni por el impulso del amor, sino porque es costumbre o porque se espera
que lo hagan. El deber es una gran palabra y debe recibir énfasis; pero no
debemos olvidar que el amor es mayor aún y que, bien aplicado, cumple con el
deber porque lo incluye. El amor es voluntario, espontáneo, libre; el deber es
exigente, obligatorio. Los dos son necesarios en la vida cristiana, y no se debe
dar énfasis a uno en detrimento del otro. El deber cumple la ley en todo. El
amor también cumple la ley en todo; pero va más lejos. Realiza la segunda milla.
Entrega también la capa.
"Dios ama al dador alegre" (2 Cor. 9: 7).
Algunas personas quisieran leer "liberal" en vez de "alegre", lo que tal vez sea
también cierto. Pero el texto dice "alegre". Se refiere a uno que da
voluntariamente, a quien no se necesita instar sino que hace alegremente su
parte. Esto es agradable a Dios. Este espíritu está simbolizado en el
holocausto. Le agradaría a Dios que el espíritu de servicio alegre fuese más
común de lo que es. Muchas veces hacemos con resignación, o aun con desgano, lo
que debiéramos realizar con anhelo y espíritu alegre. Dios ama al dador alegre:
al que gozosamente da su servicio, no sólo su dinero.
Hay tareas que
deben realizarse que no son agradables ni placenteras. Dios aprecia que las
hagamos para cumplir con nuestro deber, pero se complacería más si las
hiciésemos voluntariamente y sin quejas ni murmuraciones. Hay personas que
necesitan que se las anime, que se las amoneste, que se las inste y hasta que se
les prometa una recompensa para que hagan lo que deberían hacer alegre y
voluntariamente (ver Isa. 64: 7; Mal. 1:10). La actitud indiferente y el deseo
de obtener una recompensa cansan tanto a los hombres como a Dios. Para los
dirigentes, resulta descorazonador amonestar fervientemente y en repetidas
ocasiones, para obtener sólo una lánguida respuesta.
10.
Del rebaño.
Si el que presentaba el sacrificio no podía
o no deseaba ofrecer un becerro, podía escoger un carnero o un macho de cabrío
del rebaño. Esto era aceptado por Dios; pero, cualquiera fuera el animal que
escogiese, debía ser macho, y no tener ningún defecto.
11.
Rociarán su sangre.
El ritual a seguirse era igual al
que correspondía cuando se ofrecía un becerro. En este caso no se dice nada de
poner la mano sobre la cabeza del animal, pero indudablemente también se
realizaba esta parte de la ceremonia. Como ocurría con el becerro, el sacerdote
recibía la sangre y la rociaba alrededor del altar y sobre él (ver com. vers.
5).
13.
Lavará las entrañas.
Se
seguía el mismo ritual empleado con el becerro. El animal era desollado y
dividido en partes; se lavaban las piernas y las entrañas. Luego, se llevaban
las piezas al altar y se las acomodaba en orden.
14.
De aves.
Las tórtolas y los palominos no eran caros, de
modo que aun los pobres podían ofrecer este sacrificio. Debe recordarse que los
sacrificios del cap. 1 eran voluntarios. Un corazón rebosante de amor
encontraría alguna manera de presentar a Dios una ofrenda, por pequeña que
fuese. Tales ofrendas eran tan preciosas a la vista de Dios como las más
ostentosas.
Jesús enseñó esto con claridad cuando dijo que la viuda que
había echado dos blancas "echó más que todos" (Luc. 21: 3, 4). Puesto que la
blanca casi no tenía valor adquisitivo, ya que valía sólo una fracción de
centavo de dólar, su ofrenda fue realmente pequeña. Pero dio todo lo que tenía.
La cantidad que dio no era la verdadera medida de su ofrenda. Lo que le daba
valor no era lo que había dado, sino lo que le quedaba.
15.
El sacerdote la ofrecerá.
Comúnmente el que ofrecía el
sacrificio debía matar el animal. Pero en el caso de sacrificarse un ave, había
tan poca sangre que era necesario que el sacerdote mismo la matara para que
pudiese tocar rápidamente el altar con la sangre de la víctima.
16.
El buche y las plumas.
Eran
echados sobre el montón de las cenizas, pues si se quemaban, hubiera producido
un olor desagradable.
17.
De olor grato.
Las aves eran demasiado pequeñas como para partirlas, demasiado pequeñas
como para rociar la sangre, como se hacía en el caso de las otras ofrendas,
demasiado pequeñas como para ponerles la mano encima (ver com. vers. 4); pero de
todos modos constituían un olor grato a Jehová. El que presentaba el sacrificio
no tenía casi parte en el ritual; sólo traía el ave. El sacerdote hacía todo lo
demás. Y aun así, el que presentaba el sacrificio había hecho lo que podía, y
esto era agradable y aceptable ante Dios.
CBA Levítico
COMENTARIO BÍBLICO ADVENTISTA LEVÍTICO
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