Comentario Bíblico Adventista Levítico 9
Comentario Bíblico Adventista
Levítico Capítulo 9
1.
En el día octavo.
Ya habían transcurrido los siete días de la consagración, y había llegado el momento cuando Aarón debía ofrecer su primer sacrificio. Antes de este momento él no había realizado ningún servicio estrictamente sacerdotal en favor del pueblo.
Su instrucción había sido completa, pero debe haber sentido cierta ansiedad al enfrentarse con este día de prueba.
Moisés llamó a
Aarón, a sus hijos y a todos los ancianos del pueblo para que se presentasen con
los sacrificios requeridos y comenzasen su obra. Mientras tanto, todo el pueblo
se acercó y se puso delante de Jehová.
8.
Se acercó Aarón.
Sin más demoras Aarón
ofreció el becerro para su expiación, mientras sus hijos ayudaban en el ritual
de la sangre. Hizo todo "según el rito", sin equivocarse.
10.
Como Jehová lo había mandado.
Todo esto fue observado con interés por Moisés. Era él quien había
recibido las comunicaciones del Señor y quien había instruido a Aarón y a sus
hijos en lo que debían hacer. Ahora observaba para ver que todo se hiciese según
las instrucciones de Dios. Aarón hubiera cometido un grave error si hubiese
rociado la sangre de la ofrenda por el pecado sobre el altar y alrededor de él.
Eso no debía hacerse nunca. La sangre de la ofrenda por el pecado debía ser
puesta sobre los cuernos del altar. Por otra parte, hubiera sido una
equivocación grave poner la sangre del holocausto sobre los cuernos del altar.
Nunca debía hacerse así. La sangre del holocausto siempre era rociada sobre el
altar y alrededor de él . El simbolismo exigía que todo debía hacerse
exactamente como Dios lo había prescrito. Aarón pues no se equivocó.
15.
La ofrenda del pueblo.
Luego de
haber concluido los sacrificios hechos en beneficio propio, Aarón prosiguió con
el ritual de las ofrendas del pueblo. El procedimiento era algo diferente del
que se había de seguir posteriormente, pues ésta era la primera vez en que Aarón
oficiaba en favor del pueblo. Regularmente, la ofrenda por el pecado del pueblo
consistía en un becerro (cap. 4: 14), y su sangre debía ser llevada al primer
compartimento del santuario (cap. 4: 17, 18); pero en este caso la ofrenda por
el pecado fue un macho cabrío. Salvo en el día de la expiación, la sangre de un
macho cabrío no era llevada al santuario. Aarón había recibido instrucciones
definidas en cuanto a la ofrenda del día, y siguió esas instrucciones. Todo se
hizo como Moisés lo había mandado, sin error.
22.
Alzó Aarón sus manos.
Los israelitas habían
observado con interés. Habían visto a Aarón ofrecer los sacrificios por sí
mismo; lo habían visto ofrecer los sacrificios por ellos. Y ahora Aarón levantó
sus manos hacia el pueblo y lo bendijo. Fue un momento solemne y feliz, porque
Dios había aceptado sus ofrendas.
23.
La
gloria de Jehová.
Moisés y Aarón entraron juntos en el santuario. No se
nos dice lo que ocurrió, pero deben haber experimentado una profunda reverencia
los dos hermanos cuando miraron el velo que separaba el lugar santo del
santísimo. Podemos pensar que Moisés le dio a Aarón las instrucciones en cuanto
a las lámparas, al pan de la proposición, al candelero, al ofrecimiento del
incienso, al rociamiento de la sangre delante del velo, y al acto de poner la
sangre en los cuernos del altar del incienso. No se nos dice si el velo interior
estaba abierto o no, ni si Aarón recibió instrucciones en cuanto a lo que debía
hacer en el día de la expiación. El rociamiento de la sangre sobre el
propiciatorio era el acto más sagrado que habría de realizar.
Repentinamente "la gloria de Jehová se apareció a todo el pueblo". No se
nos dice de qué manera precisa ocurrió esta demostración, pero debe haber sido
un testimonio notable de la aprobación de Dios por el edificio que el pueblo
había levantado para él, y de que aceptaba a Moisés y a Aarón como sus siervos.
Aarón había sido consagrado al sacerdocio; con esta demostración, Dios colocaba
su sello sobre él.
24.
Fuego.
Este
fuego podría haber consumido a Moisés, a Aarón y a todo el pueblo (cap. 10: 1,
2); en cambio consumió las ofrendas sobre el altar. Dios había cumplido su
promesa (vers. 4, 6). Según la tradición judía, el fuego sagrado que en esa
ocasión descendió del cielo fue conservado al menos hasta la destrucción del
templo de Salomón, y quizá durante más tiempo aún.
Dios había aceptado
la obra del hombre. El santuario había sido dedicado y consagrado. También los
sacerdotes. Todos los preparativos estaban completos para ese servicio que
habría de continuar durante más de 1.400 años, para ser entonces transferido al
santuario celestial.
COMENTARIOS DE ELENA G. DE WHITE
1-91 22-24 PP 373
CBA Levítico
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