Comentario Bíblico Adventista Levítico 2
Comentario Bíblico Adventista
Levítico Capítulo 2
1.
Ofreciere oblación.
Es decir, "una ofrenda de cereal [ minjah ] como ofrenda [ qorban , ver com. cap. l: 2] ". La palabra minjah no tenía originalmente el sentido de ofrenda religiosa, sino que designaba un regalo presentado a un superior. El "presente" que Jacob le dio a Esaú era minjah (Gén. 32: 13). También lo era el "presente" que los hermanos de José le llevaron a Egipto (Gén. 43: 11). También se usaba esa palabra para indicar el tributo pagado por pueblos vencidos (2 Sam. 8: 2, 6). Estos presentes indicaban sumisión y dependencia. En el monte Sinaí, minjah pasó a ser la designación oficial de un presente a Dios, una ofrenda hecha como homenaje, en reconocimiento de la superioridad de Aquel a quien se la daba. Indicaba que el hombre dependía de Dios para recibir todas las cosas buenas de la vida; reconocía a Dios como dueño y dador. Al presentar tal ofrenda, el hombre admitía ser solamente un mayordomo de las cosas que se le habían confiado.
La "oblación" de Lev. 2 era una ofrenda de cereales, de harinas preparadas en diversas formas. En las leyes mosaicas, no se usa la palabra minjah para referirse a ofrendas de animales, aunque en Gén. 4: 4, Abel ofreció como minjah un cordero.
Así como había holocaustos públicos e individuales o particulares, había también
oblaciones públicas e individuales. Las oblaciones particulares eran
voluntarias, y podían ofrecerse a voluntad, en cualquier momento. Las oblaciones
públicas eran obligatorias y existían reglas fijas para su presentación.
La principal oblación pública era el pan de la proposición, o "pan de la
Presencia", colocado cada sábado sobre la mesa en el primer compartimento del
santuario. Se lo presentaba al Señor; luego permanecía durante una semana sobre
la mesa, y finalmente era comido por los sacerdotes. Se lo llamaba el "pan de la
Presencia" (BJ), o literalmente el "pan de la faz", puesto que estaba
continuamente sobre la mesa en la presencia de Dios, o ante su rostro, La mesa
del pan de la proposición también recibe el nombre de "mesa limpia" (Lev. 24:
6).
La ofrenda del pan de la proposición consistía en 12 panes, cada uno
hecho con algo más de 2,4 kg (5 1/3 libras) de harina. Eran pues de buen tamaño.
Los panes se colocaban sobre la mesa en dos pilas de seis cada una. Los
sacerdotes que habían oficiado durante esa semana, ofrecían los sacrificios del
sábado de mañana, y permanecían hasta que los sacerdotes que habían llegado el
viernes, para oficiar durante la semana entrante, ofrecían los sacrificios
vespertinos del sábado. Los sacerdotes que se retiraban del servicio en el
santuario quitaban el pan de la mesa, y los sacerdotes que comenzaban a servir
colocaban el pan fresco. Se tenía cuidado de no sacar el pan hasta que estuviese
listo el otro, fresco, para ponerlo sobre la mesa, pues siempre debía haber pan
sobre ella, así como debía haber siempre un holocausto sobre el altar. Por esto,
el holocausto se llamaba "holocausto continuo" y se habla de la " "colocación
continua de los panes de la proposición" " (Exo. 29: 42; 2 Crón. 2: 4). El pan
de la proposición era ofrecido a Dios en señal de "pacto perpetuo" (Lev. 24: 8).
Era el testimonio perpetuo de que Israel dependía de Dios para recibir sustento
y vida; de parte de Dios, era una promesa continua de que mantendría a su
pueblo. La necesidad de Israel estaba siempre delante de Dios, y la promesa de
Dios estaba siempre delante del pueblo.
Una libación acompañaba a los
sacrificios matutinos y vespertinos (Exo. 29: 40; Núm. 15: 5). Por eso sobre la
mesa de los panes de la proposición había "platos", "cucharas", "cubiertos" y
"tazones", o según lo expresa la BJ, " "las fuentes, los vasos, los jarros y las
tazas para las libaciones" " (Exo. 25: 29). Esta libación era derramada en el
lugar santo, ante el Señor.
No hay gran diferencia entre la mesa de los
panes de la proposición del AT y la mesa del Señor del NT (ver Luc. 22: 30; 1
Cor. 10: 21). El pan es el cuerpo de Cristo, quebrantado por nosotros. La copa
es el nuevo pacto en su sangre (1 Cor. 11: 24, 25). El "pan de la Presencia"
simboliza a Aquel que vive "siempre para interceder" por nosotros, el "pan vivo
que descendió del cielo" (Heb. 7: 25; Juan 6: 51).
Su ofrenda será.
Esta ofrenda podía ser presentada por cualquier persona que deseara
hacerle un obsequio a Dios. Consistía en flor de harina, aceite e incienso.
Algunas veces se la presentaba como ofrenda aparte, pero generalmente se ofrecía
junto con un holocausto.
La flor de harina, o harina fina, es el
producto de la cooperación entre Dios y los hombres. Dios coloca el principio de
vida en la semilla, da sol y lluvia, y la hace crecer. El hombre siembra la
semilla, la cuida, la cosecha, la muele para hacer harina, y luego presenta esta
harina ante el Señor, o la prepara en tortas cocidas al horno. Es la suma del
don original de Dios más el trabajo del hombre. Es devolverle a Dios lo suyo con
interés. Es símbolo de la obra de la vida del hombre, de talentos
perfeccionados.
Dios le da a cada hombre talentos según la capacidad que
tenga para emplearlos. Algunos tienen varios talentos; nadie carece totalmente
de ellos. Dios no se complace cuando los hombres sólo le devuelven la cantidad
de simiente que les fue confiada. Dios quiere que los hombres siembren la
semilla, la cuiden, la cosechen, la limpien de toda impureza, la muelan entre
las dos piedras del molino, sacando de ella toda la vida mediante la
trituración, y luego se la presenten como "flor de harina". Dios espera que cada
talento sea mejorado, refinado y ennoblecido.
2.
Y la traerá a los sacerdotes, hijos de Aarón.
No se dan
instrucciones en cuanto a la cantidad que debía presentarse. Esto quedaba
librado al deseo individual. De cada ofrenda el sacerdote tomaba un puñado de
harina, algo de aceite, y todo el incienso, y los quemaba sobre el altar. A esto
se lo llamaba "memorial", y era una ofrenda de "olor grato a Jehová". A esta
ofrenda, como a todas las demás, se le debía agregar sal (vers. 13; DTG 406).
3.
Lo que resta.
La oblación era en
verdad un regalo a los sacerdotes, pues recibían todo, menos la parte del
"memorial". Debían dividirse el resto entre ellos y cada uno debía recibir una
parte igual (cap. 7: 10).
4.
Ofrenda cocida
al horno.
La oblación que recibían los sacerdotes consistía en harina y
aceite. Ellos podían hacer con esto lo que quisieran. También estaba permitido
que la persona que ofrecía la oblación la trajese ya cocida y presentase su
oblación, ya horneada, a los sacerdotes. Si hacía esto, debía hacer tortas o
panes sin levadura, de herina fina y aceite, luego debía dividir los panes o las
tortas en pedazos, y derramar aceite sobre ellos. Podían cocerse al horno o en
sartén.
7.
Cocida en cazuela.
Los ingredientes eran los
mismos: flor de harina y aceite. Las tortas o panes eran traídos "a Jehová" y
presentados al sacerdote, que debía sacar la parte del " "memorial" (vers. 9),
para quemarla sobre el altar. Lo que quedaba pertenecía a Aarón y a sus hijos y
era "cosa santísima" (vers. 10).
Flor de harina.
La harina fina
que se usaba para la oblación no tenía ninguna diferencia de otra harina de la
misma calidad, y no poseía en si ninguna virtud especial. Sin embargo, luego de
haber sido presentada al sacerdote, se transformaba en "cosa santísima". El
mismo principio se aplicó en el caso de Ananías y Safira (Hech. 5). Esto debiera
hacer que todos los que ministran en cosas santas y reciben ofrendas consagradas
sean cuidadosos en el uso y manejo de estas cosas santísimas.
Como se
explicó anteriormente, la flor de harina representa el trabajo del hombre, sus
talentos consagrados y perfeccionados.
La harina no es más que el grano
triturado. Antes de ser molido, el grano era capaz de perpetuarse, de transmitir
vida. Después de la molienda, es aparentemente inútil. Nunca podrá ser plantado
nuevamente. No tiene vida. Pero ¿es inútil? No. Ha dado su vida; ha muerto para
sostener otra vida. La trituración de su propia vida se ha transformado en el
medio de perpetuar una vida superior. Era la vida de la semilla; ahora ayuda a
mantener la vida de un ser viviente, creado a la imagen de Dios. La muerte lo ha
enriquecido, lo ha glorificado, haciéndolo útil para el hombre.
Pocas
son las vidas que tienen valor real y perdurable si no han sido machacadas y
golpeadas. Los hombres se encuentran a sí mismos y encuentran a Dios en las
experiencias profundas y oscuras de la vida. Cuando el alma está anegada es
cuando se edifica el carácter. La tristeza, el chasco y el sufrimiento son los
poderosos siervos de Dios. Los días oscuros aportan lluvias de bendición,
posibilitando la germinación de la semilla, para que ésta cumpla su misión y
produzca fruto.
El problema del sufrimiento quizá sea difícil de
comprender en sus aspectos más profundos, Pero algunas cosas son claras. El
sufrimiento tiene un propósito definido en el plan de Dios como un medio de
preparar el alma para el cielo. Suaviza el espíritu. Prepara el alma para una
comprensión más profunda del verdadero significado de la vida. Inspira simpatía
por otros. Lo lleva a uno a caminar de manera delicada ante Dios y los hombres.
Humilla.
En esta vida, sólo aquel que ha sufrido ha vivido de verdad.
Sólo el que ha amado ha vivido. Ambas cosas son inseparables. El amor implica
sacrificio, y el sacrificio a menudo implica sufrimiento. Sin embargo, este
sufrimiento no es necesariamente penoso; porque el sufrimiento más elevado es
santo, exaltado y gozoso. Una madre podrá sacrificarse por su hijo; podrá sufrir
físicamente; pero lo hace con gozo, voluntariamente. El amor considera como
privilegio el sacrificio.
La lección completa del sufrimiento no se ha
aprendido hasta que podamos regocijarnos en él. Y nos regocijaremos cuando
experimentemos lo que Pablo experimentó cuando dijo que, " "de la manera que
abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo
Cristo nuestra consolación" " (2 Cor. 1: 5). Lo mismo ocurre con el sufrimiento
vicario. Cristo, " "por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz,
menospreciando el oprobio" " (Heb. 12; 2).
La harina de la oblación no
debía ofrecerse sola; debía mezclarse con aceite. El aceite es símbolo del
Espíritu de Dios. Sólo cuando la vida sea santificada por el Espíritu, cuando
esté mezclada con él, y sea ungida por él, podrá ser agradable ante Dios. El
sufrimiento en sí mismo quizá no resulte una bendición. A algunos les endurece
el corazón y amarga el espíritu. Pero cuando el Espíritu Santo toma posesión del
alma y el dulce espíritu del Maestro se difunde en la vida, se manifiesta la
fragancia de una vida consagrada.
9.
Su
memorial.
Así como Dios se reservó una parte de la oblación como
"memorial", así también se reserva una parte de nuestros ingresos y de nuestro
tiempo. La décima parte de nuestras entradas pertenece a Dios. "El diezmo ... de
Jehová es" (cap. 27: 30). Del mismo modo, se ha reservado como suyo el séptimo
día de la semana (Exo. 20: 10).
En esto la iglesia cristiana está lejos
de cumplir con su deber. Pocos reconocen las demandas de Dios. Proceden como si
lo que tienen les perteneciese, cuando, en verdad, son meros mayordomos. Se
consideran liberales cuando dan para la causa de Dios, aun cuando quizá el total
de lo que dan no alcance a ser lo que por derecho le pertenece a Dios, porque ni
siquiera es de ellos. Del mismo modo, muchos flaquean en la observancia del
sábado. Las horas del sábado son sagradas; en ellas debemos hacer la obra de
Dios y no la nuestra.
Haríamos bien en recordar que la parte del
"memorial" de todo lo que tenemos es de Dios.
11.
Ninguna cosa leuda, ni de ninguna miel.
Estaba
prohibida toda levadura en las oblaciones que se presentaban a Dios para ser
quemadas en el altar. La misma prohibición se aplicaba a la miel. La
fermentación es símbolo de corrupción. Cristo dijo: " "Guardaos de la levadura
de los fariseos, que es la hipocresía" " (Luc. 12: 1). Pablo habla de la
"levadura de malicia y de maldad" (1 Cor. 5: 8). Se usaba tanto miel como
levadura para producir fermentación, especialmente para hacer vinagre. Los
intérpretes bíblicos generalmente asocian la miel con las pasiones de la carne,
que a la verdad pueden ser placenteras, pero contienen elementos de corrupción y
son destructoras de la vida espiritual. Sin embargo, aunque no se debía quemar
ni levadura ni miel en el altar, se ordenaba que se ofreciese pan hecho con
levadura como primicia (Lev. 23: 17), y la miel figura entre las primicias
ofrecidas por Ezequías (2 Crón. 31: 5).
13.
La sal del pacto.
Un pacto de sal es un pacto perpetuo
(Núm. 18: 19; 2 Crón. 13: 5). En lo que se refiere a su capacidad de preservar,
la sal es lo opuesto de la levadura. El simbolismo es claro: nunca deben faltar
los principios purificadores y preservadores de la santidad y la verdad en
nuestro pacto con Dios.
" "Porque todos serán salados con fuego, y todo
sacrificio será salado con sal" " (Mar. 9: 49). El fuego purifica, la sal
preserva. Ser salado con fuego implica no sólo purificación sino preservación.
Dios desea tener un pueblo puro, un pueblo limpio, un pueblo santo, un pueblo
cuyos pecados hayan sido perdonados. Con sólo pedirlo pueden obtener el poder
preservador de Dios. No solamente han de llegar a ser limpios y santos, sino que
además han de mantenerse en esa condición. El fuego con el cual han de ser
"salados" no destruye, sino purifica. Primero hemos de ser limpiados, luego
preservados. "Salados con fuego" y salados "con sal". ¡Purificados y luego
conservados puros! ¡Maravillosa provisión!
14.
Las espigas verdes.
"Grano tierno" (BJ). Se refiere
aquí a tales cereales como trigo, cebada, centeno o avena. Aún hoy, en el
Oriente, es comida preferida el grano tierno, es decir no maduro, tostado. Tales
granos podían usarse como oblación. Se derramaba aceite sobre las espigas, y se
les ponía incienso; la parte del "memorial" era quemada sobre el altar, y el
resto pasaba a ser de los sacerdotes, Quizá el grano "herido" de esta ofrenda
simbolice a Aquel que fue herido por nosotros, y por cuya llaga fuimos curados
(Isa. 53: 5).
Las diversas oblaciones presentan a Cristo como el dador y
sustentador de la vida, Aquel en quien, y por quien, "vivimos, y nos movemos, y
somos" (Hech. 17: 28). Así como los holocaustos representaban la consagración de
la vida, las oblaciones requerían la consagración de los recursos. Esta
consagración debe ser precedida por la consagración de la vida. El Evangelio no
da lugar para la consagración de la vida sin la consagración de los recursos;
tampoco puede haber esta consagración sin la consagración de la vida. Las dos
deben ir unidas. Combinadas, constituyen un sacrificio completo, un "olor grato
para Jehová" (Lev, 1: 9).
Debe hacerse resaltar la idea de la
mayordomía. Algunos llevan el nombre de Cristo, y hacen ostentación de santidad
y consagración a Dios, pero sus obras no corresponden con su profesión. El
bolsillo está cerrado y parecen no oírse los pedidos, mientras la causa de Dios
languidece. Tales personas necesitan entender que la consagración de toda la
vida incluye también la consagración de los recursos.
Sin embargo, sería
incorrecto pensar que lo único que Dios exige es la consagración de los
recursos, y que las donaciones liberales allanarán el camino al cielo. Somos
responsables ante Dios de cada talento que nos haya confiado, ya sean recursos
materiales, tiempo, o dones naturales. De todos éstos somos mayordomos, y Dios
es el Amo legítimo. Talentos tales como el canto, la música, el habla y el
liderazgo pertenecen a Dios. Deben estar consagrados a él; deben ponerse sobre
el altar.
El alma piadosa encuentra muchas lecciones espirituales en la
presentación de las oblaciones. Todo lo que somos debiera estar consagrado a
Dios; todo lo que tenemos debiera estar sobre el altar. " "Limpiaos, pues, de la
vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois" " (1 Cor. 5:
7). " "Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis
cómo debéis responder a cada uno" " (Col. 4: 6). " "Tened sal en vosotros
mismos; y tened paz los unos con los otros" " (Mar. 9: 50). Finalmente, en el
servicio de Dios no podremos sustituir los planes de Dios con nuestras propias
invenciones y nuestros propios métodos, aunque para nuestro gusto éstos sean tan
dulces como la miel.
CBA Levítico
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