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Levítico 3 | Comentario Bíblico Adventista

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Comentario Bíblico Adventista Levítico 3

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Comentario Bíblico Adventista

Levítico Capítulo 3

Levítico 3 RVR60


1.

Sacrificio de paz.

Heb. shélem , de una raíz que significa "hacer paz" (Jos. 10: 4) o "estar en paz" (Job 22: 21), "hacer restitución" (Exo. 22: 5), "completar [un pago]" (Sal. 50:14). La marca distintiva de la ofrenda de paz era la comida en común, celebrada dentro del recinto del santuario, en la cual prevalecían el gozo y la alegría, y durante la cual departían el pueblo y los sacerdotes. No era ésta la ocasión para efectuar la paz, sino que se trataba de una Fiesta de regocijo porque la paz ya existía. Generalmente era precedida por una ofrenda por el pecado y por un holocausto. La sangre había sido asperjada, se había hecho la expiación, se había otorgado el perdón, y se había recibido la seguridad de la justificación. Para celebrar esto, el que había ofrecido el sacrificio invitaba a sus parientes, a sus siervos y a los levitas a comer con él. Toda la familia se reunía en el atrio de la congregación para festejar la paz que había sido efectuada entre Dios y el hombre, y entre el hombre y su prójimo.

No puede concebirse mayor gozo que el de estar en paz con Dios (Rom. 5: 1). Este es el legado que Cristo dejó al decir: "La paz os dejo, mi paz os doy" (Juan 14: 27). La paz de Cristo es esa tranquila seguridad que nace de la confianza en Dios.

Cristo pronunció estas palabras de paz a la sombra misma del Getsemaní y del Gólgota. Sabía que tenía la prueba por delante, de modo que le salió al encuentro. Su corazón estaba lleno de paz y de amor. Sabía en quien había confiado, y tenía la seguridad de que el Padre lo amaba. Tal vez no pudiese ver más allá de los portales de la tumba. Quizá la esperanza no le presentara su salida del sepulcro como triunfador, ni le hablara de la aceptación de su sacrificio por parte de su Padre. Pero, por la fe, ya era vencedor. Sabía en quien había creído, y estaba seguro de que todo saldría bien. Esta es la paz que Cristo nos legó. Significa unidad con el Padre; significa quietud, descanso, gozo y contentamiento; significa amor, fe, comunión y compañerismo; significa ausencia de preocupación, temor y ansiedad. El cristiano que goza de esta paz tiene una fuente de fortaleza que no depende de las circunstancias. Está en armonía con Dios.

Como ya se explicó, los diversos sacrificios del AT eran oraciones encarnadas. Unían la fe con las obras. Expresaban la necesidad que el hombre tiene de Dios y su relación con él. El pueblo no podía ofrecer el incienso junto con sus oraciones, pero podía proporcionar el incienso. No podía ministrar la sangre, pero podía proporcionar el sacrificio. No podía entrar en el santuario, pero podía proporcionar los presentes y las ofrendas que hacían posible el servicio. No podía comer el pan de la proposición, pero podía proporcionar la "vianda ... de ofrenda encendida para Jehová" (vers. 11).

" "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" " (Rom. 5: 1), "porque él es nuestra paz" (Efe. 2: 14). En tiempos de antaño, se invitaba a Israel a festejar el hecho de que estaba en paz con Dios y el hombre, que sus pecados habían sido perdonados, que había sido restituido al favor del cielo. Estas eran ocasiones de gozo y gratitud, cuando ya se hablan aclarado las incomprensiones y prevalecían la paz y la confraternidad. Debían participar los hijos y las hijas, los siervos y las siervas, junto con los levitas invitados. Todos se sentaban a la mesa del Señor para gozarse juntos "en la esperanza de la gloria de Dios" (Rom. 5: 2). El pueblo de Dios de estos tiempos haría bien en celebrar fiestas de regocijo por el hecho de que está en paz con Dios (ver Nota Adicional al final del capítulo).


2.

Pondrá su mano.

El animal era degollado en la puerta del tabernáculo de la congregación, donde se mataba la mayoría de los animales para los sacrificios, Y su sangre se rociaba sobre el altar del holocausto (ver com. de cap. 1: 4, 5).


3.

Toda la grosura.

No la grasa dispersa por todo el cuerpo, sino la grasa que cubría ciertos órganos. juntamente con los riñones, esta grasa era quemada sobre el altar.

La palabra traducida "grosura" es jéleb , de una raíz poco usada que significa "estar gordo". La palabra "leche" es jalab , y difiere de "grosura" solamente en las vocales.


5.

De olor grato para Jehová.

Puesto que la grasa era quemada sobre el altar, "una ofrenda de olor grato para Jehová", no pareciera tener asidero la opinión de algunos que sostienen que la grasa era símbolo de pecado. El pecado es una abominación para Dios, y nada que lo simbolizara debía llegar al altar. Por esta razón se excluía la levadura, símbolo del pecado (cap. 2: 11, 12). Algunas veces se cita el Sal. 37: 20 como prueba de que la "grosura" significa pecado. Pero la palabra que allí se traduce "grasa" (VVR) es yaqar , y significa "hermosura", "magnificencia", o "preciosura", y no "grasa". La BJ traduce esta frase: "El ornato de los prados". La palabra yaqar es la que, en Isa. 43: 4, se traduce "de gran estima", y es aplicada por Dios a su pueblo. La gordura siempre era quemada sobre el altar; Dios la reclamaba como suya (Lev. 3: 16); era de "olor grato" al Señor; era preciosa; era la "vianda" de la ofrenda presentada al Señor (vers. 16). La expresión registrada en Gén. 45: 18 (Val. ant.), comer "la grosura de la tierra", equivale a gozar de lo mejor que ésta ofrece.


6.

De ovejas.

Las mismas reglas se aplicaban tanto al ganado bovino como al ovino. Debe notarse que para esta ofrenda podía usarse un animal macho o hembra, pero siempre debía ser sin defecto. El oferente colocaba su mano sobre la cabeza de la víctima y la mataba, luego de lo cual el sacerdote ministraba la sangre.


9.

La cola entera.

Se refiere al carnero de Bujaria ( Ovis laticaudata ). La cola de este animal pesa generalmente de 5 a 10. kg, pudiendo pesar hasta cerca de 25 kg. Debido a su peso, la cola roza con el suelo, lo que resulta en dolorosas llagas, que disminuyen el valor del animal. En esos casos, el pastor, tanto hoy como en la antigüedad, coloca una tabla o una especie de carrito para llevar el peso de la cola.

La cola en si está formada de una mezcla de grasa y médula, y, mezclada con otras cosas, era usada como un sustituto de la mantequilla por quienes no acataban la orden divina de no comer la grasa. En algunos países orientales todavía se da a la cola el mismo uso.


12.

Cabra.

El procedimiento debía ser el mismo que se empleaba en los otros sacrificios. La imposición de las manos, la degollación, el rociado de la sangre, todo se hacía de la misma forma. Se quitaba cuidadosamente la grasa y, junto con los riñones, se la quemaba sobre el altar.


17.

Estatuto perpetuo.

Dios mandó a Israel que no comiese "ninguna grosura ni ninguna sangre". "Toda la grosura es de Jehová" "Toda la grosura es de Jehová" (vers. 16), y "el diezmo ... de Jehová es"el diezmo ... de Jehová es" (cap. 27: 30), son declaraciones paralelas. La razón que se presenta para no comer la grasa es que pertenece a Dios (ver com. cap. 7: 23) .738 (Nota: *Los conocimientos actuales en cuanto a los daños que ocasiona en el organismo la ingestión abundante de grasas de origen animal (las que están en la carne misma, como también las de la leche, sus derivados y de la yema de los huevos) permiten comprender mejor porqué el omnisapiente prohibió a su pueblo que comiera "ninguna grosura". Mucho se habla y escribe hoy en día de los perjuicios producidos en las arterias por el exceso de colesterol y de triglicéridos, con todas sus consecuencias que pueden llegar a ser muy graves. Si bien es cierto que las conclusiones y los consejos de la ciencia médica pueden variar algo en cuanto a esto, y si bien es cierto que se puede caer en exageraciones al respecto, no es menos cierto que resalta la exactitud del cuadro en general: las grasas de origen animal deben ingerirse con moderación y quizá suprimirse del todo (reemplazándolas con aceites vegetales).-N. del T. * )


NOTA ADICIONAL AL CAPÍTULO 3

Hoy ya no se ofrecen ofrendas literales de paz, de gozo y gratitud, pero su espíritu debería permanecer. Pocos, aun entre los supuestos "buenos" cristianos, se regocijan como debieran, como tienen el privilegio de hacerlo, en la paz y el amor de Dios. Aunque en algunos casos esto se deba a que no aprecian debidamente lo que Dios ha hecho por ellos, éste no es siempre el problema. Hay muchos cristianos que no comprenden que tienen el privilegio de ser felices en su religión. Viven más a la sombra de la cruz que a su luz. Piensan que es pecaminoso ser felices que aun una sonrisa podría ser inconveniente, y que la risa, sea inocente o no, es sacrílega. Señalan el hecho de que no hay registro de que Jesús se hubiera reído o aun sonreído. Esto es verdad, pero tampoco hay registro de que Jesús se hubiera peinado o bañado. Tales personas tratan de llevar la carga del mundo sobre sus hombros, y piensan que cualquier momento pasado en recreación no sólo es tiempo perdido, sino que es algo ciertamente irreligioso. Son "buenos" cristianos, pero no cristianos felices. Si hubiesen vivido en el tiempo de Cristo y si hubiesen estado entre sus seguidores, hubieran puesto en duda la conveniencia de que Jesús asistiera a las bodas de Caná, y, de haberío acompañado, lo hubieran hecho de mala gana. Lo hubiera esperado con suma impaciencia. ¿Acaso no tenía una gran obra que realizar? ¿Cómo podía perder tiempo en fiestas sociales? Si hubiesen sabido que tan sólo tenía tres años para trabajar, hubieran estado aún más perplejos.

Esta clase de "buenos" cristianos habría creído que en las actividades sociales de Jesús había algo malo. ¿Cómo podía pasar tiempo comiendo y bebiendo con los pecadores? Aun los fariseos estaban perplejos por esto cuando señalaron el ayuno y la oración de los discípulos de Juan, para reprender implícitamente a Cristo, quien estaba en un banquete (ver Luc. 5: 29-35).

Esto se escribe teniendo muy en cuenta los tiempos en que vivimos, al borde mismo de la eternidad. Si alguna vez hubo una época cuando la seriedad y la sobriedad debieran caracterizar las vidas de los seguidores de Cristo, éste es el momento. En vista de la crisis que se avecina ¡cómo debiéramos "andar en santa y piadosa manera de vivir" ! (2 Ped. 3: 11). Toda frivolidad y liviandad debiera ser puesta de lado, y la solemnidad debiera posesionarse de todo creyente. Están por ocurrir grandes y portentosos acontecimientos. Este no es momento para ocuparnos en bagatelas y necedades. El Rey está a las puertas.

Sin embargo, estos hechos no nos debieran hacer olvidar que somos hijos del Rey, que nuestros pecados han sido perdonados, y que tenemos el derecho de estar felices y de regocijarnos. La obra debe ser terminada, y nosotros debemos participar en ella; pero algunos hablan como si todo dependiese de ellos. En sus oraciones le recuerdan a Dios lo que se necesita hacerse, como si tuviesen miedo de que él se fuera a olvidar de algunos asuntos que para ellos son de mucha importancia. Son almas "buenas", ansiosas en todo momento de hacer lo correcto, pero nunca aprendieron a echar sus cargas sobre el Señor. Están haciendo todo lo posible por llevar la carga y, aunque gimen bajo el peso, están determinados a no rendirse nunca. Luchan por avanzar y hacen mucho bien. Son obreros valiosos, y el Señor los ama entrañablemente.

Pero con todo su trabajo y su esfuerzo, les falta una cosa: la fe en Dios. Les falta fe para creer que Aquel que empezó la obra también la ha de terminar; que él se interesa tanto o más por su obra que ellos mismos; que en este mismo momento Dios está haciendo todo lo posible por adelantar su causa. En su religión encuentran poco gozo y mucha preocupación. Son como Marta, que trabajó y se preocupó, pero dejó de lado lo que era necesario. Miran con desaprobación a las Marías; se quejan ante el Señor de ellas, y experimentan dificultades en comprender cómo Cristo pudo tomar el partido de María. Preguntan si la comida se hubiera terminado de preparar, de haber habido dos Marías y ninguna Marta. Tales cristianos trabajan y son fieles en su trabajo, pero por dentro sienten que otros no están cumpliendo con su parte, y que a ellos les toca demasiada carga.

Resalta la misma lección en el relato del hijo pródigo. El hijo mayor dijo nunca haber hecho lo malo. Siempre había trabajado mucho, y no había perdido tiempo en fiestas ni francachelas. Ahora que había vuelto el hijo menor, después de haber gastado su parte de la herencia en una vida disoluta, el mayor estaba enojado y no quería entrar en la fiesta que se realizaba en honor del hermano que había regresado a casa. De nada valió que el padre saliera a rogarle que entrase. Por el contrario, el hijo reprendió a su padre diciéndole que, apenas había vuelto el pródigo que había gastado sus bienes con rameras, el padre le había hecho una fiesta y había matado el becerro gordo, pero nunca había hecho nada por su hijo obediente (Luc. 15: 30).

En medio de los acontecimientos más solemnes, los cristianos debieran ser personas felices. Jesús no mostró abatimiento ni desánimo, ni siquiera frente a la cruz. ¿Por qué no hemos de ser felices? Dios ha puesto una canción nueva en los corazones de los redimidos. Son hijos del Altísimo. Caminan con Dios. Están felices en su amor.

No todos los cristianos tienen la paz de Dios en sus corazones como debieran tenerla, y como tienen el derecho de tenerla. Se han olvidado de la promesa de Cristo: " "La paz os dejo... No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo" " (Juan 14: 27).

Los corazones de muchos están turbados. Tienen miedo. Se preocupan. Algún ser querido está fuera del redil y están tratando de hacerlo entrar con sus oraciones. Día y noche trabajan y oran. No dejan nada sin hacer en sus esfuerzos por lograr su salvación. Si alguien puede ser salvo por las obras de otro, se proponen lograr ese propósito. No es que dejen a Dios de lado. Oran y ruegan a Dios. Oran como si hubiera que instar a Dios. Y finalmente ese ser amado se vuelve a Dios. ¡Cuán felices están! Ahora pueden descansar. Su obra está hecha, su tarea, cumplida.

Posiblemente a los tales no se les ocurre que a Dios le interesa tanto la conversión de esa alma como a ellos. ¿Se les ha ocurrido que mucho antes de que empezaran a orar y a trabajar, Dios había puesto en movimiento aquellos instrumentos que, de ser posible, lograrían el efecto deseado? Dios no puede salvar a un hombre en contra de su voluntad, pero hay muchas cosas que puede hacer, y las está haciendo todas. Aún podría hacer más si nosotros cooperásemos con él, y le preguntásemos humildemente si hay alguna cosa que podemos hacer para ayudar, en vez de intentar dirigir al Señor. Somos propensos a querer hacer la obra de Dios y pedirle su ayuda, cuando sería mejor si reconociésemos que la obra es de Dios y cooperásemos con él. En el momento en que comprendemos esto, llega la paz al alma. La persona no deja de trabajar ni de orar, sino que cambia el énfasis. Comenzará a orar con fe. Si realmente creemos que Dios está obrando, si creemos que se interesa por la salvación de los hombres, oraremos más que nunca; pero dejaremos la responsabilidad con Dios. Con gozo y alegría presentemos nuestras vidas y nuestros corazones a Dios, en ofrenda de "olor grato".


COMENTARIOS DE ELENA G. DE WHITE

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