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Génesis 3 | Comentario Bíblico Adventista

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Comentario Bíblico Adventista Génesis 3

Comentario Bíblico Adventista Génesis 3

Comentario Bíblico Adventista

Génesis Capítulo 3

Génesis 3 RVR60


1.

La serpiente.

Con la serpiente aparece una nueva figura en la narración, figura que ejerció una tremenda influencia sobre la historia subsiguiente del mundo. Moisés se aparta de su descripción de las condiciones perfectas del paraíso y va a la historia de la caída, por la cual esta tierra se transformó de un mundo de felicidad, amor y perfección en un mundo de dolor, odio y maldad. Moisés deja sin mencionar el período bienaventurado del Edén, el tiempo pasado en completa felicidad, en el estudio de la historia natural, en el cuidado del huerto como Dios había ordenado y en diaria comunión con el Creador en las horas frescas del atardecer (Gén. 3: 8).

Astuta, más que todos los animales.

La serpiente es presentada como una criatura más astuta que otros animales. La palabra "astuto", 'arum , se usa en la Biblia unas pocas veces para indicar una tendencia desfavorable de carácter (Job 5: 12; 15: 5), con el significado de ser "diestro" o "hábil"; pero generalmente se la usa en el sentido favorable de ser prudente (ver Prov. 12: 16, 23; 13: 16; 14: 8, 15, 18; 22: 3; 27: 12). Este último significado favorable pareciera preferible aquí pues la serpiente era uno de los seres creados que Dios había declarado "bueno", y hasta "bueno en gran manera" (Gén. 1: 25, 31). El mal carácter de las serpientes de hoy es un resultado de la caída y maldición subsiguiente y no una característica de ese animal cuando fue creado.

La objeción de que la serpiente no era un animal verdadero, sino un ser sobrenatural, difícilmente necesita una refutación seria en vista de la declaración explícita de que era, ciertamente, un animal. Sin embargo, todas las Escrituras aclaran ampliamente que la serpiente misma no fue responsable de la caída del hombre sino Satanás (ver Juan 8: 44; 2 Cor. 11: 3, 14; Rom. 16: 20). Con todo, Satanás, en un sentido figurado, ocasionalmente es llamado serpiente porque usó de ella como un medio en su intento de engañar al hombre (ver Apoc. 12: 9; 20: 2).

La caída de Lucifer, que había sido primero entre los ángeles del cielo (Isa. 14: 12, 13; Eze. 28: 13-15), obviamente precedió a la caída del hombre (ver PP 14). Dios, que conversaba diariamente con el hombre en el huerto, no lo había dejado en la ignorancia de los sucesos del cielo, sino lo había enterado de la apostasía de Satanás y de otros ángeles, de cuya venida debía precaverse Adán. Adán y Eva quizá esperaron que Satanás apareciera como un ángel y se sintieron preparados para hacerle frente como a tal para rechazar sus tentaciones. En cambio habló a Eva mediante la serpiente y la tomó por sorpresa. Sin embargo, esto en ninguna manera excusa a nuestra primera madre, aunque es cierto que ella así fue engañada (ver 1 Tim. 2: 14; 2 Cor. 11: 3).

La prueba de nuestros primeros padres se permitió para probar su lealtad y amor. Era esencial para su desarrollo espiritual, para la formación del carácter. Felicidad eterna habría sido el resultado para ellos si hubieran salido indemnes de la prueba. Puesto que Dios no quería que fueran tentados por encima de su capacidad para resistir (1 Cor. 10: 13), no permitió que Satanás se les acercara a la semejanza de Dios y en cualquier otro lugar, sino en ese árbol (1SP 34). Por lo tanto, Satanás vino en la forma de un ser no sólo muy inferior a Dios, sino muy por debajo del hombre mismo. Al permitir que Satanás -usando como medio un mero animal- los persuadiera a quebrantar la orden de Dios, Adán y Eva quedaron doblemente sin excusa.

Dijo a la mujer.

Usando la serpiente como su médium, Satanás halló una oportunidad cuando pudo dirigirse a la mujer que estaba sola. Siempre es más fácil persuadir a un individuo a hacer lo malo cuando se aparta de su medio protector. Si Eva hubiera permanecido con su esposo, su presencia la habría protegido y fuera de duda el relato habría tenido un fin diferente.

Conque Dios os ha dicho.

Satanás se dirigió a ella con una pregunta que parecía inocente pero que estaba llena de astucia. Se ha debatido si esta pregunta debiera traducirse: (1) "¿Ha dicho Dios realmente: no comeréis de cada árbol del huerto?", con el significado: "¿Hay algunos árboles en el huerto de los cuales no podéis comer?" o (2) "No comeréis de ningún árbol del huerto". El hebreo permite ambas traducciones y, por lo tanto, encierra cierta ambigüedad. Satanás tenía el propósito de que sus palabras fueran indefinidas y ambiguas. Su intención era obvia: quería sembrar duda en el corazón de la mujer acerca de la verdadera fraseología y el significado exacto de la orden divina, especialmente acerca de la razón y justicia de una orden tal.


2.

Del fruto... podemos comer.

Evidentemente, Eva entendió la pregunta en el segundo sentido ya mencionado, y en vez de apartarse y huir hacia su esposo, dio muestras de vacilación y duda y se mostró dispuesta a discutir más el tema con la serpiente.

Dios declaró: "El día que de él comieres, ciertamente morirás". Eva cambió esto en: "para que no muráis". En lugar de la plena seguridad de la pena de muerte que seguiría a la transgresión de la orden, declaró la mujer que podría seguir la muerte a un acto tal. Las palabras "para que no" - pen - implican alarma íntima ante el pensamiento de jugar con algo que podría resultar fatal, escondida debajo de una apariencia cínica ante la idea de que tal cosa pudiera ocurrir realmente. La duda y vacilación del lenguaje de Eva, reflejando el de la serpiente, hacen que predomine el temor a la muerte en el motivo de la obediencia antes que un amor inherente hacia su benéfico Creador. Otro síntoma de la duda despertado en cuanto a la justicia absoluta de la orden de Dios es que Eva no mencionó el nombre del árbol que seguramente conocía. Al hablar de ese árbol en términos generales en cuanto a su ubicación como el "que está en medio del huerto", lo colocó casi en la misma clase con los otros árboles de su hogar edénico.


4.

No moriréis.

Si la primera pregunta de Satanás tenía el propósito de despertar la duda -como lo era seguramente-, la declaración que la siguió tenía la apariencia engañosa de una declaración autorizada. Pero dentro de ella, con refinada astucia, se mezclaban la verdad y la mentira. Ese aserto contradecía la orden explícita de Dios con el énfasis máximo que se puede emplear en hebreo, y que se puede traducir: "Positivamente, no moriréis". Satanás desafió la veracidad de la orden de Dios con una mentira desembozada. Por esa razón, Cristo con justicia lo llamó padre de toda mentira (Juan 8: 44).


5.

Serán abiertos vuestros ojos.

Satanás procedió a dar una razón plausible para la prohibición de Dios. Acusó a Dios de: (1) Envidiar la felicidad de sus criaturas. En realidad dijo Satanás: "Creedme, no es por temor de que muráis por el fruto de este árbol por lo que os lo ha prohibido, sino por temor de que os convirtáis en rivales de vuestro mismo Amo". (2) Falsedad. Satanás acusó a Dios de que había mentido cuando dijo que la muerte seguiría al acto de comer del fruto. Los requisitos de Dios fueron colocados en la luz más horrible y censurable. Satanás trató de confundir la mente de Eva mezclando la verdad con la mentira, a fin de que a ella le resultara difícil distinguir entre las palabras de Dios y las suyas. La expresión "el día que comáis de él" sonaba como similar a lo que Dios había hablado (cap. 2: 17), como también la frase "sabiendo el bien y el mal". La promesa "serán abiertos vuestros ojos" implicaba una manifiesta limitación de la vista, que podría ser eliminada siguiendo el consejo de la serpiente.

Seréis como Dios.

Es correcta esta traducción en vez de "dioses", como aparecía en la versión Reina-Valera antes de la revisión de 1960, pues la palabra 'elohim que está en este pasaje también se halla en los vers. 1, 3 y 5 donde se la ha traducido como "Dios". La traducción correcta es: "Seréis como Dios". Esto revela ostensiblemente la naturaleza blasfema de las palabras de Satanás (ver Isa. 14: 12-14) y la plena gravedad de su engaño.


6.

Y vio la mujer.

Después de que se habían despertado en la mujer la duda y la incredulidad en cuanto a la orden de Dios, el árbol le pareció muy diferente. Se menciona tres veces cuán encantador era; incitaba su paladar, sus ojos y su anhelo de aumentar su sabiduría. Mirar el árbol en esa forma, con el deseo de gustar de su fruto, era una concesión a los alicientes de Satanás. En su mente ya era culpable de transgredir la orden divina: "No codiciarás" (Exo. 20: 17). El tomar el fruto y comerlo no fue sino el resultado natural de entrar así en la senda de la transgresión.

Tomó de su fruto.

Habiendo codiciado aquello a lo cual no tenía derecho, la mujer siguió transgrediendo un mandamiento de Dios tras otro. Luego robó la propiedad de Dios violando el octavo mandamiento (Exo. 20: 15). Al comer el fruto prohibido y darlo a su esposo, también transgredió el sexto mandamiento (Exo. 20: 13). También quebrantó el primer mandamiento (Exo. 20: 3) porque en su estima colocó a Satanás antes que a Dios obedeciéndole antes que a su Creador.

Dio también a su marido.

Observando que no murió inmediatamente -lo que parecía confirmar el definido aserto del seductor: "No moriréis"- Eva experimentó una sensación engañosa de júbilo. Quiso que su esposo compartiera ese sentimiento con ella. Esta es la primera vez que el Registro sagrado llama a Adán "su marido". Pero en vez de ser "ayuda idónea" para él, ella se convirtió en el instrumento de su destrucción. La declaración "dio también a su marido" no implica que él había estado con ella todo el tiempo, como mudo espectador de la escena de la tentación. Más bien ella le dio del fruto cuando se reunió con él para que pudiera comer "como ella" y compartir así los supuestos beneficios.

El cual comió.

Antes de comer, debe haberse entablado una conversación entre Adán y su mujer. ¿La seguiría en su senda de pecado y desobediencia, o renunciaría a ella, confiando que Dios, de alguna manera, restauraría su felicidad destruida? El que ella no hubiera muerto por comer el fruto y que ningún daño evidente le hubiera sobrevenido, no engañó a Adán. "Adán no fue engañado sino ... la mujer" (1 Tim. 2: 14). Pero el poder de persuasión de su esposa, unido con su propio amor a ella, lo indujeron a compartir las consecuencias de su caída cualesquiera que fueran. ¡Decisión fatal! En vez de esperar hasta que pudiera tener la oportunidad de tratar todo el trágico asunto con Dios, decidió por sí mismo su suerte. La caída de Adán es tanto más trágica porque no dudó de Dios ni fue engañado como Eva. Procedió ante la segura expectativa de que se convertiría en realidad la terrible amenaza de Dios.

Deplorable como fue la transgresión de Eva y cargada como estuvo de calamidades futuras para la familia humana, su decisión no abarcó necesariamente a la humanidad en el castigo de su transgresión. Fue la elección deliberada de Adán, en la plena comprensión de la orden expresa de Dios -más bien que la elección de ella-, lo que hizo que el pecado y la muerte fueran el destino inevitable de la humanidad. Eva fue engañada; Adán no lo fue (ver Rom. 5: 12, 14; 1 Cor. 15: 21; 1 Tim. 2: 14; 2 Cor. 11: 3). Si Adán hubiera permanecido leal a Dios a pesar de la deslealtad de Eva, la sabiduría divina todavía hubiera resuelto el dilema para él y hubiera evitado el desastre para la familia humana (PP 39).


7.

Fueron abiertos los ojos de ambos.

¡Qué ironía hay en estas palabras que registran el cumplimiento de la ambigua promesa de Satanás! Fueron abiertos los ojos de su intelecto: comprendieron que ya no eran más inocentes. Se abrieron sus ojos físicos: vieron que estaban desnudos.

Se hicieron delantales.

Estando avergonzados en su presencia mutua, procuraron evadir la deshonra de su desnudez. Sus delantales de hojas de higuera eran un triste sustituto de las vestimentas radiantes de inocencia que habían perdido legalmente. La conciencia entró en acción. Que su sentimiento de vergüenza no tenía sus raíces en la sensualidad sino en la conciencia de culpa delante de Dios es evidente porque se ocultaron de él.

La única inscripción antigua que muestra alguna semejanza con el relato de la caída del hombre, como se presenta en la Biblia, es un poema bilingüe sumeroacadio que dice: "La doncella comió aquello que era prohibido, la doncella, la madre de pecado, cometió mal, la madre de pecado tuvo una penosa experiencia" (A. Jeremías, Das Alte Testament im Lichte das alten Orients [El Antiguo Testamento a la luz del antiguo Oriente], pág. 99. Leipzig, 1930).


8.

La voz de Jehová Dios.

Las visitas periódicas de Dios, hacia el fin del día, cuando suaves céfiros vespertinos refrescaban el huerto, siempre habían sido una ocasión de deleite para la feliz pareja. Pero el sonido de la aproximación de Dios fue entonces un motivo de alarma. Ambos sintieron que de ninguna manera se atrevían a encontrarse con su Creador. Ni la humildad ni el pudor fueron la razón de su temor, sino un profundo sentimiento de culpabilidad.


9.

¿Dónde estás tú?

Adán, que siempre había dado la bienvenida a la presencia divina, se ocultó ahora. Sin embargo, no podía esconderse de Dios, quien llamó a Adán, no como si ignorase su escondedero, sino para hacerlo confesar. Adán procuró ocultar el pecado detrás de sus consecuencias, su desobediencia detrás de su sentimiento de vergüenza, haciéndole creer a Dios que se había ocultado por la turbación provocada por su desnudez. Su comprensión de los efectos del pecado era más aguda que la del pecado mismo. Aquí, por primera vez, somos testigos de la confusión entre el pecado y el castigo, que caracteriza al hombre o en su estado caído. Se sienten y detestan los resultados del pecado más que el pecado mismo.


12.

La mujer que me diste.

Dios formuló una pregunta que revelaba su conocimiento de la transgresión de Adán y tenía el propósito de despertar dentro de él una convicción de pecado. La respuesta de Adán fue una tortuosa y evasiva excusa por su confusión, lo que significaba una acusación contra Dios. Así había cambiado el carácter de Adán en él corto intervalo desde que entró en la senda de la desobediencia. El hombre que sentía un cariño tan tierno por su mujer como para violar a sabiendas la orden de Dios a fin de que no fuera separado de ella, ahora habla de ella con antipatía fría e insensible como "la mujer que me diste por compañera". Sus palabras recuerdan las de los hijos de Jacob que hablaron a su padre en cuanto a José como "tu hijo" (Gén. 37: 32; cf. Luc. 15: 30). Uno de los amargos frutos del pecado es la dureza de corazón: " "sin afecto natural" (Rom. 1: 31). La insinuación de Adán de que Dios era culpable por su triste condición, al estar atado a una criatura tan débil y seductora, se hunde en las mismísimas profundidades de la ingratitud.


13.

La serpiente me engañó.

La mujer también tenía una respuesta lista al acusar a la serpiente de haberla engañado. Ni Adán ni su mujer negaron los hechos sino que procuraron escapar acusando a otro. Tampoco dieron evidencias de contrición. Sin embargo, existe una notable diferencia entre sus confesiones. La mujer protestó que había sido engañada; Adán admitió tácitamente que su acto había sido deliberado, con pleno conocimiento de sus consecuencias.


14.

Maldita serás.

La maldición del pecado descansa no sólo sobre la serpiente sino sobre toda la creación animal, aunque ella había de llevar una maldición mayor que sus congéneres. La serpiente, que antes era la más inteligente y bella de las criaturas, quedó ahora privada de las alas y condenada, de allí en adelante, a arrastrarse sobre el polvo.

No debiera suponerse que los brutos irracionales fueron hechos así objeto de la ira de un Dios vengativo. Esta maldición fue para el beneficio de Adán, como un medio de impresionarlo con las abarcantes consecuencias del pecado. Debe haber provocado intenso sufrimiento a su corazón el contemplar esas criaturas -cuyo protector se esperaba que fuera él- llevando los resultados de su pecado (PP 54). Sobre la serpiente, que se había convertido para siempre en el símbolo del mal, cayó la maldición más pesadamente; no tanto para que sufriera como para que también pudiera ser para el hombre un símbolo de los resultados del pecado. No es de admirarse que la mayoría de los seres humanos sientan repugnancia y temor en la presencia de una serpiente.

Polvo comerás.

El hecho de que las serpientes no comen polvo en realidad ha hecho que algunos comentadores declaren que los antiguos se equivocaron pensando que este animal, que siempre se arrastra sobre el vientre y vive aun en los desiertos donde apenas hay alimento, se alimentaba de polvo. Dicen ellos que este falso concepto influyó en el autor del Génesis para formular la maldición pronunciada sobre la serpiente para que armonizara con esa creencia que tenían en común. Los eruditos conservadores han tratado, con poco éxito, de mostrar que la serpiente come algo de polvo cuando come su alimento. ¿Pero no pasa esto también con muchos animales que toman su alimento del suelo? Desaparece este problema cuando consideramos como figurada la frase "polvo comerás". Fue usada en este sentido por los pueblos antiguos como lo revelan su literatura y cartas recientemente recuperadas. El antiguo mito pagano del descenso de Astarté al infierno habla de gente maldita de la cual "polvo es su comida y arcilla su alimento". Entre las maldiciones pronunciadas contra los enemigos se repite vez tras vez el deseo de que tengan que comer polvo. En el viejo himno de batalla galés, "Marcha de los hombres de Harlech", se lanza una mofa contra los enemigos: "Morderán el polvo". Vista así, la expresión "Polvo comerás todos los días de tu vida", significa sencillamente: "Serás la más maldita de todas las criaturas".


15.

Pondré enemistad.

Aquí el Señor deja de dirigirse a la serpiente literal que habló a Eva, para pronunciar juicio sobre el diablo, la serpiente antigua. Este juicio, expresado en lenguaje profético, siempre ha sido entendido por la iglesia cristiana como una predicción de la venida del Libertador. Aunque esta interpretación es incuestionablemente correcta, puede señalarse que la profecía es también literalmente verdadera: hay una enemistad mortal entre la serpiente y el hombre doquiera se encuentran los dos.

Entre tu simiente y la simiente suya.

Se hace referencia a la lucha secular entre la simiente de Satanás -sus seguidores- (Juan 8: 44; Hech. 13: 10; 1 Juan 3: 10) y la simiente de la mujer. El Señor Jesucristo es llamado la "simiente" por antonomasia (Apoc. 12: 1-5; cf. Gál. 3: 16, 19); fue él quien vino "para deshacer las obras del diablo" (Heb. 2: 14; 1 Juan 3: 8).

Esta te herirá en la cabeza.

"Herirá, shuf . Esta palabra significa "aplastar" o "estar al acecho de alguien". Es evidente que aplastar la cabeza es mucho más grave que aplastar el talón. Como represalia, la serpiente sólo ha podido herir el talón de la simiente de la mujer.

La "simiente" se expresa en singular, indicando que no es una multitud de descendientes de la mujer los que, en conjunto, se ocuparán de aplastar la cabeza de la serpiente, sino más bien que un solo individuo zará eso. Estas observaciones muestran claramente que en este anuncio está condensada la relación del gran conflicto entre Cristo y Satanás, una batalla que comenzó en el cielo (Apoc. 12: 7-9), continuó en la tierra, donde Cristo otra vez derrotó a Satanás (Heb. 2: 14), y terminará finalmente con la destrucción del maligno al fin del milenio (Apoc. 20: 10). Cristo no salió ileso de esta batalla. Las señales de los clavos en sus manos y pies y la cicatriz en su costado serán recordativos eternos de la fiera lucha en la cual la serpiente hirió a la simiente de la mujer (Juan 20: 25; Zac. 13: 6; PE 53).

Este anuncio debe haber producido gran consuelo en los dos desfallecientes transgresores que estaban delante de Dios, de cuyos preceptos se habían apartado. Adán, virrey de Dios en la tierra mientras permaneciera leal, había cedido su autoridad a Satanás al transferir su lealtad de Dios a la serpiente. Que Satanás comprendía plenamente sus usurpados "derechos" sobre esta tierra, obtenidos al ganar la sumisión de Adán, es claro por su afirmación ante Cristo en el monte de la tentación (Luc. 4: 5, 6). Adán empezó a comprender la magnitud de su pérdida: de gobernante de este mundo se había convertido en esclavo de Satanás. Sin embargo, antes de oír el pronunciamiento de su propia sentencia, fue aplicado a su alma quebrantada el bálsamo sanador de la esperanza. De ella, a quien había culpado por su caída, él debía esperar su liberación: la simiente prometida en quien habría poder para vencer al archienemigo de Dios y del hombre.

¡Cuán bondadoso fue Dios! La justicia divina requería castigo para el pecado, pero la misericordia divina ya había hallado una forma para redimir a la raza humana caída: por el sacrificio voluntario del Hijo de Dios (1 Ped. 1: 20; Efe. 3: 11; 2 Tim. 1: 9; Apoc. 13: 8). Dios instituyó el ritual de los sacrificios para proporcionar al hombre una ayuda visual, a fin de que pudiera comprender algo del precio que se debía pagar para expiar su pecado. El cordero inocente tenía que dar su sangre en lugar de la del hombre y su piel para cubrir la desnudez del pecador, a fin de que el hombre pudiera así recordar siempre por medio de los símbolos al Hijo de Dios, que tendría que entregar su vida para expiar la transgresión del hombre y cuya justicia sería lo único suficiente para cubrirlo. No sabemos cuán clara fue la comprensión de Adán del plan de la redención, pero podemos estar seguros de que le fue revelado lo suficiente para asegurarle que el pecado no duraría para siempre, que de la simiente de la mujer nacería el Redentor, que sería recuperado el dominio perdido y que se restauraría la felicidad del Edén. De principio a fin, el Evangelio de salvación es el tema de las Escrituras.


16.

Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces.

En el mismo principio se le había ordenado al hombre: "Fructificad y multiplicaos" (cap. 1: 28). De ahí que los embarazos tenían el propósito de ser una bendición y no una maldición. Pero la entrada del pecado significó que de allí en adelante la preñez sería acompañada por el dolor.

Con dolor.

Ciertamente, los dolores del parto iban a ser tan intensos que en las Escrituras son un símbolo de la más tremenda angustia corporal y mental (Miq. 4: 9, 10; 1 Tes. 5: 3; Juan 16: 21; Apoc. 12: 2).

Tu deseo será para tu marido.

La palabra hebrea shuq , "deseo", significa "ir en pos de algo", "tener un intenso anhelo de una cosa", lo que indica el más fuerte deseo posible por ella. Aunque oprimida por el hombre y torturada por los dolores del parto, la mujer todavía sentiría un intenso deseo por su esposo. Los comentadores están divididos en su opinión en cuanto a si ésta es una parte del castigo. Parece razonable concluir que este "deseo" fue dado para aliviar los dolores del sexo femenino y para unir aún más estrechamente el corazón de esposo y esposa.

El se enseñoreará de ti.

La mujer había quebrantado su relación con el hombre, divinamente señalada. En vez de ser una "ayuda idónea" para él, se había convertido en su seductora. Por eso perdió su condición de igualdad con el hombre; él iba a "enseñorearse" de ella como señor y amo. En las Escrituras, se describe a una esposa como que es "poseída" por su señor. Entre la mayoría de los pueblos que no son cristianos, la mujer ha estado sometida, a través de los siglos, a la degradación y a una esclavitud virtual. Sin embargo, entre los hebreos la condición de la mujer era de una clara subordinación aunque no de opresión ni esclavitud. El cristianismo ha colocado a la mujer en la misma plataforma que el hombre en lo que atañe a las bendiciones del Evangelio (Gál. 3: 28). Aunque el esposo debe ser la cabeza del hogar, los principios cristianos llevarán al hombre y a su esposa a experimentar un verdadero compañerismo, donde cada uno está tan consagrado a la felicidad y bienestar del otro, que nunca ocurre que cualquiera de ellos trate de "enseñorearse" del otro (ver Col. 3: 18, 19).


17.

Por cuanto obedeciste.

Por primera vez se usa aquí el sustantivo "Adán" como un sustantivo propio sin el artículo -hecho que no se advierte en la VVR, donde ha'adam , en los caps. 2: 19, 23; 3: 8, 9, se traduce como un nombre personal, aunque el artículo, en cada caso, indica que la palabra se usa en el sentido de "el hombre". Antes de pronunciar sentencia, Dios explicó por qué ésta era necesaria y adecuada. Adán había procedido de acuerdo con los persuasivos argumentos de Eva, poniendo la palabra de ella por encima de la de Dios. Así había retirado de Dios su afecto supremo y lealtad, perdiendo legalmente las bendiciones de la vida y aun la vida misma. Al exaltar su voluntad por encima de la voluntad de Dios, Adán debía aprender que independizarse de Dios no significa colocarse en una esfera más excelsa de existencia sino separarse de la Fuente de la vida. De ahí que la muerte le mostraría la completa falta de valor de su propia naturaleza.

Maldita será la tierra.

Debiera notarse otra vez que Dios no maldijo ni a Adán ni a su esposa. Tan sólo fueron pronunciadas maldiciones sobre la serpiente y la tierra. Pero Dios dijo a Adán: "Maldita será la tierra por tu causa ".

Con dolor comerás.

La misma palabra que había sido usada para expresar los sufrimientos relacionados con el parto, ahora se usa para informar a Adán de las dificultades que encontraría al sacar a duras penas un mísero sustento de la tierra maldita. Mientras viviera allí, no tendría esperanza de que se aliviara esto. La expresión "todos los días de tu vida" es la primera indicación de que vendría con seguridad la muerte aunque ese hecho se pospondría por un tiempo.


18.

Espinas y cardos.

Antes de la caída, la tierra producía sólo plantas que eran útiles como alimento o bellas para recrear la vista. Ahora había de producir también "espinas y cardos" (EC 307). El trabajo aumentado, necesario para cultivar la tierra, incrementaría la aflicción de la existencia del hombre. Tenía que aprender, por amarga experiencia, que la vida apartada de Dios, en el mejor de los casos, es dolor y aflicción.

Comerás plantas.

El castigo divino implicaba también un cambio parcial en el régimen alimentario. Es evidente que debemos deducir que los cereales, frutas oleaginosas y otras frutas que recibió el hombre originalmente se redujeron tanto en cantidad y calidad, como resultado de la maldición, que el hombre se vio obligado a recurrir a las plantas para su alimento diario. Este cambio también podría haberse debido, en parte, a la pérdida de ciertos elementos procedentes del árbol de la vida, a un cambio en el clima y quizá, principalmente, a la sentencia del duro trabajo del hombre para ganarse el sustento.


19.

Con el sudor de tu rostro.

Se expresa ahora vívidamente el arduo esfuerzo que había de añadirse a la gravosa vida del hombre. Esto se refiere específicamente al agricultor que debe vivir arrancando de una tierra maldispuesta el alimento para sí mismo y su familia, pero se aplica igualmente para todos los otros oficios. Desde la caída de Adán, todo lo que gane el hombre se puede alcanzar sólo mediante un esfuerzo. Con todo, debiera reconocerse que este castigo fue en realidad una bendición disfrazada para los seres pecadores. Cuando un hombre trabaja, es mucho menos probable que peque que cuando pasa sus días en la ociosidad. El esfuerzo y el trabajo desarrollan el carácter y le enseñan humildad al hombre y cooperación con Dios. Esta es una razón por la que la iglesia cristiana generalmente ha encontrado sus más leales adherentes y sustentadores en la clase trabajadora. El trabajo, aun cuando sea arduo, no debiera ser despreciado, porque "hay una bendición en él".

Hasta que vuelvas a la tierra.

El Señor informó a Adán que la tumba era su destino cierto. Así entendió el hombre que el plan de la redención (vers. 15) no impediría la pérdida de su vida actual, sino que le ofrecía la seguridad de una vida nueva. Con el cambio ocurrido en la naturaleza de Adán y Eva -de inmortalidad condicional a mortalidad- comenzó el cumplimiento de la horrenda predicción: "El día que de él comieres, ciertamente morirás". Dios, obrando con misericordia, concedió al hombre un tiempo de gracia; de lo contrario la muerte habría ocurrido inmediatamente. La justicia divina requería que el hombre muriera, pero la misericordia divina le concedió la oportunidad de vivir.


20.

Llamó Adán el nombre de su mujer, Eva.

Este versículo no es una confusa interpolación introducida en el contexto del relato de la caída y sus consecuencias, tal como sostienen algunos comentadores. En cambio muestra que Adán creía en la promesa concerniente a la "simiente" de la mujer, creencia que se revela en el nombre que dio a su esposa.

Eva, jawwah . Jawwah significa "vida" . La LXX traduce esta palabra como zoé . El término jawwah es una antigua forma semítica que también se encuentra en arcaicas inscripciones fenicias; sin embargo ya no se usaba en hebreo en el tiempo cuando se escribió el Pentateuco. Se ha considerado esto como una indicación de que Adán hablaba un antiguo idioma semítico. Si Moisés hubiese usado un equivalente hebreo de su época, habría escrito el nombre de la mujer jayyah , en vez de jawwah; pero al dar el nombre usando una palabra arcaica, revela que su conocimiento se remonta al pasado remoto. La palabra jawwah fue transliterada Eua en Gén. 4:1, en la LXX. De allí viene nuestra palabra "Eva".

Ella era madre.

Adán dio a su esposa el nombre de "la que vive". Lo hizo por fe, porque veía en ella a la "madre de todos los vivientes", en un momento cuando su sentencia de muerte acababa de ser pronunciada. También contempló más allá de la tumba, y vio en la simiente prometida a su mujer a Aquel que devolvería a ellos y a sus descendientes la inmortalidad que habían perdido legalmente ese día. En vez de llamarla con melancolía y desesperación -como podría esperarse debido a las circunstancias- "la madre de todos los sentenciados a muerte", él fijó los ojos por fe en su Juez, y antes de que ella diera a luz su primogénito, la llamó con esperanza "la que vive". Ciertamente, la fe fue para él " "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" " (Heb. 11: 1).


21.

Túnicas de pieles.

Antes de expulsar a Adán y a Eva del huerto, Dios les proporcionó vestimentas más durables, adecuadas para el trabajo físico que en adelante sería su ocupación, y como protección contra los cambios de temperatura del ambiente que seguirían a la caída (PP 46). También las pieles eran un recordativo constante de su perdida inocencia, de la muerte como la paga del pecado y del prometido Cordero de Dios quien, por su propia muerte vicaria, quitaría los pecados del mundo. El que había sido comisionado como protector de los animales creados, desgraciadamente ahora se encontró quitando la vida de uno de ellos. Estos debían morir para que él viviese.

El servicio de sacrificios, aunque no se menciona específicamente aquí, fue instituido en ese tiempo (PP 54; cf. DTG 20). El relato de los sacrificios de Caín y Abel, narrado en el capítulo siguiente, muestra que los primeros hijos de Adán y Eva estaban bien familiarizados con ese ritual. Si Dios no hubiera dictado reglamentaciones definidas respecto de los sacrificios, habría sido arbitraria su aprobación de la ofrenda de Abel y su desaprobación de la de Caín. Al no acusar Caín a Dios de parcialidad, ponía en evidencia que tanto él como su hermano sabían lo que era requerido. La universalidad de los sacrificios de animales en los tiempos antiguos señala el origen común de esa práctica.


22.

Como uno de nosotros.

El hombre se había enterado de su castigo y del plan de redención, y se le habían proporcionado vestimentas. Por su desobediencia había conocido la diferencia entre el bien y el mal, al paso que Dios había procurado que obtuviera ese conocimiento mediante su espontánea cooperación con la voluntad divina. La promesa de Satanás de que el hombre llegaría a ser "como Dios" tan sólo se cumplió en que el hombre ahora conocía algo de los resultados del pecado.

Alargue su mano.

Inmediatamente después de la caída fue necesario evitar que el hombre continuara comiendo el fruto del árbol de la vida, para que no se convirtiera en un pecador inmortal (PP 44). Por el pecado, el hombre había caído bajo el poder de la muerte. De manera que el fruto que producía la inmortalidad ahora sólo podía provocarle daño. La inmortalidad experimentada en un estado de pecado, y por lo tanto en una desventura eterna, no era la vida que Dios concibió para el hombre. Negar al hombre acceso a ese árbol vivificador fue tan sólo un acto de misericordia divina que quizá Adán no apreció plenamente en ese tiempo, pero por el cual estará agradecido en el mundo venidero. Allí comerá eternamente del árbol de la vida por tanto tiempo perdido ( Apoc. 22: 2, 14). Al participar de los emblemas del sacrificio de Cristo, tenemos el privilegio de comer por fe del fruto de aquel árbol, y de vislumbrar confiadamente el tiempo cuando podamos arrancar y comer su fruto con todos los redimidos en el paraíso de Dios (MM 366).


24.

Echó, pues, fuera al hombre.

Al expulsar a Adán y a Eva del Edén y al enviarlos a ganarse la vida con el sudor de su frente, Dios realizó lo que debe haber sido para él, tanto como para Adán, un triste deber. Aun después de haber talado las selvas primitivas, siempre habría una lucha perpetua contra malezas, insectos y animales salvajes.

Querubines.

No es claro el origen del sustantivo "querubín", pero la palabra querubín está probablemente relacionada con la palabra asiria karábu , "bendecir" u "orar". La Biblia presenta a los querubines como pertenecientes a la clase de seres que llamamos ángeles, especialmente los que están cerca de Dios y de su trono (Eze. 9: 3; 10: 4; Sal. 99: 1). Por eso las figuras de los querubines habían de estar encima del arca y en las cortinas del tabernáculo (Exo. 25: 18; 26: 1, 31) y más tarde fueron esculpidos en las paredes y puertas del templo (1 Rey. 6: 29, 32, 35).

Una remembranza de seres celestiales que custodian el camino al árbol de la vida quizá se ha conservado en la antigua epopeya mesopotámica de Gilgamés, quien salió en procura de la "hierba de la vida", o inmortalidad. Del lugar donde había de encontrarse la "hierba de la vida", la epopeya informa que "hombres como escorpiones vigilan su portón, cuyo terror es terrible, el contemplarlos es muerte; su pavorosa gloria derriba montañas". Los palacios asirios eran custodiados por grandes colosos alados llamados káribu, medio toros y medio hombres, tal vez una adulteración pagana del registro de los guardianes del paraíso instituidos por Dios, En los templos egipcios se encuentran numerosas representaciones de querubines, criaturas similares a seres humanos, con sus alas extendidas para proteger el sagrario de la deidad.

Una espada encendida.

La luz siempre ha sido un símbolo de la presencia divina. Como tal, la Shekinah, gloria de Dios, aparecía entre los dos querubines, uno a cada lado del propiciatorio que cubría el arca del pacto en el lugar santísimo (ver Exo. 25: 22; Isa. 37: 16; DTG 429; PP 360; CS 26). La frase "una espada encendida" es más bien una traducción inexacta del hebreo que dice literalmente "un fulgor de la espada". No había ninguna espada literal que guardara el portón del paraíso. Más bien había lo que parecía ser el centelleante reflejo de luz de una espada "que se revolvía por todos lados" con gran rapidez, haciendo refulgir dardos de luz que irradiaban de un centro intensamente brillante. Además la forma del verbo hebreo, mithhappéketh , traducido en la VVR "se revolvía por todos lados" , significa en realidad "dándose vuelta a todos lados". Esta forma verbal se usa exclusivamente para expresar una acción reflexiva intensa y, en este caso, necesariamente significa que la "espada" parecía girar sola sobre sí misma. Esta radiante luz viviente no era sino la gloria de la Shekinah, la manifestación de la presencia divina. Ante ella, durante siglos, los leales a Dios se reunían para adorarle (PP 46, 69-71).


COMENTARIOS DE ELENA G. DE WHITE

1-24 PP 34-47; SR 32-41

1 CS 559, 586; DTG 93; 1JT 123; PP 36; SR 32; 5T 384, 504

1-5 CH 108, 109; CS 610; PP 36; 5T 503

1-8 CM 14; MC 334

2-5 CS 586; SR 33

3 Te 251

3-5 Ed 21

4 CS 588, 594; ECFP 87; Ev 434; 1JT 100, 118, 120, 488; PE 218; PP 83; SR 388; 3T 72

4, 5 CS 618; PP 740; PVGM 92; SR 398

4-6 1JT 497; 1T 565; 3T 455

5 CM 275; CS 587, 594; Ed 22; FE 437; 1JT 177; 2JT 307, 335; PR132; SR 395; 5T 625 PP 83; SR 388; 3T 72

5, 6 EC 17

6 CH 108,111, 409; CRA 171; CS 587; DMJ 49; DTG 9 1; Ed 21; Ev 443; FE 446, 471; 1JT 4129 417, 422,427, 511; 2JT 430; 3JT 268; MeM 333, 366; MJ 67, 73; MM 93; OE 274; PE 125, 147, 218; 3T 72, 161, 324; 4T 573; 5T 504; Te 13, 15, 19, 242

7 MC 366; MeM 321; PP 26, 40; PVGM 295, 296

8 CC 15

8-12 PP 41

9-14 SR 39

12, 13 CC 39; 5T 638

13-16 PP 41

15 CS 559, 561; DTG 23, 361 789 891 5321 618; Ed 23; FV 74; HAp 180; 1JT 590, 591; 3JT 430; PE 177; PP 51, 62. 386; PR 502, 505, 517; Te 244, 252

16 1JT 413; PP 42

17 CC 8

17, 18 Ed 97; MC 228; PVGM 272; 8T 256

17-9 Ed 22; PP 31, 43; SR 40

18, 19 FE 13; 3JT 430

19 CM 209; CS 587, 588; FE 314, 326; HAd 23; 2JT 48; PP 511 2T 529

21 PP 46; SR 46

22, 23 TM 130

23 MeM 173; SR 46

23, 24 Ed 22; PE 51, 218

24 CS 565, 589; 2JT 374; MeM 366; PP 44, 46, 70, 71, 126, 148; SR 388; TM 131

Génesis 3 RVR60


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