Comentario Bíblico Adventista Éxodo 20
Comentario Bíblico Adventista
Éxodo Capítulo 20
1.
Habló Dios.
El escenario ya se había alistado para la proclamación de la ley moral que, siempre, de allí en adelante, ha permanecido como la norma fundamental de conducta para incontables millones. Nadie negará que éste fue uno de los sucesos trascendentales y decisivos de la historia. Tampoco puede nadie negar la necesidad vital que tienen todos los hombres de un código tal de conducta debido a sus imperfecciones morales y espirituales y su tendencia a hacer lo que es malo. El Decálogo descuella por encima de todas las otras leyes morales y espirituales. Abarca toda la conducta humana. Es la única ley que puede controlar con eficacia la conciencia. Es un manual condensado de la conducta humana que abarca todo lo que atañe al deber humano en todos los tiempos. Nuestro Señor se refirió a los mandamientos como el camino por el cual se puede alcanzar la vida eterna (Mat. 19: 16-19). Son adecuados para toda forma de sociedad humana; son aplicables y están en vigencia mientras dure el mundo (Mat. 5: 17, 18). Nunca pueden volverse anticuados pues son la expresión inmutable de la voluntad y del carácter de Dios. Con buena razón Dios los entregó a su pueblo tanto oralmente como por escrito (Exo. 31: 18; Deut. 4: 13).
Aunque fue dado al hombre por la autoridad divina, el Decálogo no es una
creación arbitraria de la voluntad divina. Más bien es una expresión de la
naturaleza divina. El hombre fue creado a la imagen de Dios (Gén. 1: 27), fue
hecho para ser santo como él es santo (1 Ped. 1: 15, 16), y los Diez
Mandamientos son la norma de santidad ordenada por el cielo (ver Rom. 7: 7-25).
La clave de la interpretación espiritual de la ley fue dada con toda claridad
por nuestro Señor Jesucristo en el inmortal Sermón del Monte (léase Mat. caps.
5-7).
El Decálogo es la expresión no sólo de la santidad sino también
del amor (Mat. 22: 34-40; Juan 15: 10; Rom. 13: 8- 10; 1 Juan 2: 4). Si carece
de amor cualquier servicio que prestemos a Dios o al hombre, no se cumple la
ley. Es el amor quien nos protege de violar los Diez Mandamientos pues, ¿cómo
podríamos adorar otros dioses, tomar el nombre de Dios en vano y descuidar la
observancia del día de reposo, si verdaderamente amamos al Señor? ¿Cómo podemos
robar lo que pertenece a nuestro prójimo, testificar contra él o codiciar sus
posesiones, si lo amamos? El amor es la raíz de la fidelidad para con Dios y de
la honra y el respeto por los derechos de nuestros prójimos. Este siempre
debiera ser el gran motivo que nos mueva a la obediencia Juan 14: 15; 15:10; 2
Cor. 5: 14; Gál. 5: 6).
Cuando un hombre viene primero a Cristo, con
pleno conocimiento se abstendrá de todo el mal al cual ha estado acostumbrado.
En su origen, con el propósito de ayudar a los pecadores a distinguir entre el
bien y el mal, el Decálogo fue dado principalmente en forma negativa. La
repetición de la palabra "No" demuestra que hay fuertes tendencias en el corazón
que deben ser suprimidas (Jer. 17: 9; Rom. 7: 17-23; 1 Tim. 1: 9, 10). Pero esta
forma negativa abarca un amplio y satisfactorio campo de acción moral que se
abre ante el hombre, y permite toda la amplitud de desarrollo del carácter que
es posible. El hombre sólo está restringido por las pocas prohibiciones
mencionadas. El Decálogo certifica de la verdad de la libertad cristiana (Sant.
2: 12; 2 Cor. 3: 17). Aunque la letra de la ley, debido a sus pocas palabras,
pueda parecer estrecha en sus alcances, su espíritu es "amplio sobremanera"
(Sal. 119: 96).
El hecho de que los Diez Mandamientos fueran escritos en
dos tablas de piedra, hace resaltar su aplicación a dos clases de obligaciones
morales: deberes para con Dios y deberes para con el hombre (Mat. 22: 34-40).
Nuestras obligaciones para con Dios están forzosamente ligadas con nuestras
obligaciones para con el hombre, pues el descuido de los deberes tocantes a
nuestro prójimo rápidamente será seguido por el descuido de nuestros deberes
para con Dios. La Biblia no ignora la distinción entre la religión (deberes
directamente relacionados con Dios) y la moral (deberes que surgen de las
relaciones terrenales), sino que une ambas en un concepto más profundo: que todo
lo que uno hace es hecho, por así decirlo, para Dios, cuya autoridad es suprema
en ambas esferas (ver Miq. 6: 8; Mat. 25: 34-45; Sant. 1: 27; 1 Juan 4: 20).
Siendo palabras de Dios, los Diez Mandamientos deben distinguirse de las
"leyes" (cap. 21: 1) basadas en ellos, e incluidas con ellos, en el "libro del
pacto" para constituir la ley estatuida de Israel (ver cap. 24: 3). Las dos
tablas que comprenden el Decálogo -con exclusión de las otras partes de la ley -
son llamadas de diversas formas: "el testimonio" (cap. 25: 16), "su pacto"
(Deut. 4: 13), "las palabras del pacto" (Exo. 34: 28), las "tablas del
testimonio" (Exo. 31: 18; 32: 15) y "las " tablas del pacto" (Deut. 9: 9-11).
Esas tablas de piedra, y sólo ellas, fueron colocadas dentro del arca del pacto
(Exo. 25: 21; 1 Rey. 8: 9). Fueron así consideradas, en un sentido especial,
como el vínculo del pacto. La colocación de las tablas debajo del propiciatorio
permite comprender la naturaleza del pacto que Dios hizo con Israel. Muestra que
la ley es la base, el fundamento del pacto, el documento obligatorio, el título
de la deuda. Sin embargo, sobre la ley está el propiciatorio, salpicado con la
sangre de la propiciación, un testimonio reconfortante de que hay perdón en Dios
para los que quebrantan los mandamientos. El AT uniformemente hace una clara
distinción entre la ley moral y la ley ceremonial (2 Rey. 21: 8; Dan. 9:11).
2.
Yo soy Jehová.
"Yahvéh" (BJ), un
nombre propio derivado del verbo "ser" , "llegar a ser" (ver com. Exo. 3: 14,
15). Significa "el Existente", "el Viviente", "el Eterno". Por lo tanto, cuando
Jesús dijo a los judíos de sus días: "Antes que Abrahán fuese, yo soy" (Juan 8:
58), ellos comprendieron que pretendía ser el "Jehová" del AT. Esto explica su
hostilidad y sus tentativas para matarlo (Juan 8: 59). Jesucristo, la segunda
persona de la Deidad, fue el "Dios" de los israelitas a través de toda su
historia (Exo. 32: 34; Juan 1: 1-3, 14; 6: 46, 62; 17: 5; 1 Cor. 10: 4; Col. 1:
13-18; Heb. 1: 1-3; Apoc. 1: 17, 18; PP 381). Fue él quien les dio el Decálogo;
fue él quien se declaró a sí mismo " "Señor del sábado" (Mar. 2: 28, BJ). El Gr.
ho zon , "el que vive" (Apoc. 1: 18, BJ), es equivalente del Heb. Eyeh 'asher
'ehyeh , el "Yo soy el que soy" " de Exo. 3: 14.
Casa de servidumbre.
Dios proclamó su santa ley en medio de truenos y relámpagos, cuyo
retumbar parece encontrar eco en las formas verbales imperativas de los
mandamientos. Los terrores del Sinaí tuvieron el propósito de colocar
vívidamente delante del pueblo la pavorosa solemnidad del último gran día del
juicio (PP 352). Los exigentes preceptos del Decálogo hacen resaltar la justicia
de su Autor y el rigor de sus requerimientos. Pero la ley era también un
recordativo de la gracia divina, pues el mismo Dios que proclamó la ley es Aquel
que sacó a su pueblo de Egipto y lo libró del yugo de servidumbre. Es Aquel que
dio las preciosas promesas a Abrahán, Isaac y Jacob.
Puesto que las
Escrituras hacen de Egipto un símbolo de pecaminosidad (Apoc. 11:8), la
liberación de Israel de la esclavitud egipcia bien puede compararse con la
liberación de todo el pueblo de Dios del poder del pecado. El Señor libró a los
suyos de la tierra de Faraón a fin de que pudiera darles su ley (Sal.
105:42-45). De la misma manera, mediante el Evangelio, Cristo nos libra del yugo
del pecado (Juan 8: 34-36; 2 Ped. 2: 19) para que podamos guardar su ley, que en
él se traduce en verdadera obediencia (Juan 15: 10; Rom. 8: 1-4). Reflexionen en
esta verdad los que enseñan que el Evangelio de Cristo nos libra de los santos
mandamientos del Decálogo. La liberación de Egipto había de proporcionar el
motivo de obediencia a la ley de Dios. Nótese el orden aquí: primero el Señor
salva a Israel; luego le da su ley para que la guarde . El mismo orden es cierto
bajo el Evangelio. Cristo primero nos salva del pecado (Juan 1: 29; 1 Cor. 15:
3; Gál. 1: 4); luego vive su ley dentro de nosotros (Gál. 2: 20; Rom. 4: 25; 8:
1-3; 1 Ped. 2: 24).
3.
No tendrás.
Aunque el pacto fue hecho con Israel como un todo (cap. 19: 5), el uso
de una forma singular del verbo muestra que Dios se dirigía a cada individuo de
la nación y le requería obediencia a la ley. No era suficiente la obediencia
colectiva. Para todos los tiempos, los Diez Mandamientos dirigen su exhortación
a la conciencia de cada ser humano y gravitan sobre ella. (ver Eze. 18: 19, 20).
Delante de mí.
Literalmente, "delante de mi faz". Esta forma
idiomática hebrea con frecuencia significa "además de mí", "en adición a mí", o
"en oposición a mí". Siendo el único Dios verdadero, el Señor requiere que sólo
él sea adorado. Este concepto de un solo Dios era extraño a la creencia y
práctica politeísta de otras naciones. Dios nos exhorta para que lo coloquemos
delante de todo lo demás, que lo coloquemos primero en nuestros afectos y en
nuestras vidas, en armonía con el requerimiento de nuestro Señor en el Sermón
del Monte (Mat. 6: 33). La mera creencia no bastará, ni aun el reconocimiento de
que él es el único Dios. Le debemos una lealtad de todo corazón y una
consagración como a un Ser personal a quien tenemos el privilegio de conocer,
amar y en quien confiar y con quien podemos tener una comunión bendita. Es
peligroso depender de algo que no sea Dios, ya sea riqueza, conocimiento,
posición o amigos. Es difícil luchar contra las seducciones del mundo, y es muy
fácil confiar en lo que es visible y temporal (Mat. 6: 19-34; 1 Juan 2: 15-17).
No es difícil violar el espíritu de este primer mandamiento en nuestra era
materialista, poniendo nuestra fe y confianza en alguna conveniencia o comodidad
terrenal. Al hacerlo podemos olvidarnos de Aquel que creó las cosas de que
disfrutamos (2 Cor. 4: 18).
4.
Imagen.
Así como el primer mandamiento hace resaltar el hecho de que no hay sino
un Dios, como protesta contra el culto a muchos dioses, el segundo pone énfasis
en la naturaleza espiritual de Dios (Juan 4: 24), al desaprobar la idolatría y
el materialismo. Este mandamiento no prohíbe necesariamente el uso de esculturas
y pinturas en la religión. La habilidad artística y las imágenes empleadas en la
construcción del santuario (Exo. 25: 17-22), en el templo de Salomón (1 Rey. 6:
23-26) y en la "serpiente de bronce" (Núm. 21: 8, 9; 2 Rey. 18: 4) prueban
claramente que el segundo mandamiento no prohíbe el material religioso
ilustrativo. Lo que por él se condena es la reverencia, la adoración o
semiadoración que las multitudes de muchos países rinden a las imágenes y
pinturas religiosas. La excusa de que los ídolos mismos no son adorados no
disminuye la fuerza de esta prohibición. Los ídolos no sólo no deben ser
adorados; ni siquiera deben ser hechos, La necedad de la idolatría radica en que
los ídolos son meramente el producto de la habilidad humana y, por lo tanto,
inferiores al hombre y sometidos a él (Ose. 8: 6). El hombre puede rendir
verdadero culto dirigiendo sus pensamientos únicamente a Alguien que es mayor
que él mismo.
Ninguna semejanza.
La triple división presentada
aquí y en otro lugar (cielo, tierra y mar) abarca todo el universo físico, a
base del cual los paganos idearon sus deidades y les dieron forma (Deut. 4:
15-19; Rom. 1: 22, 23).
5.
No te
inclinarás.
Esto ataca la honra externa dada a las imágenes en el mundo
antiguo. No se las consideraba como emblemas sino como reales y verdaderas
encarnaciones de la deidad. Se creía que los dioses establecían su morada en
esas imágenes. Los que las hacían no eran estimados; aun podían ser
despreciados. Pero su artefacto idolátrico era adorado con reverencia y se le
rendía culto.
Dios, fuerte, celoso.
Dios rehúsa compartir su
gloria con ídolos (Isa. 42: 8; 48: 11). Declina el culto y servicio de un
corazón dividido (Exo. 34: 12-15; Deut. 4: 23, 24; 6: 14, 15;Jos. 24: 15, 19,
20). Jesús mismo dijo: "Ninguno puede servir a dos señores" (Mat. 6: 24).
Visito la maldad.
Esta aparente amenaza ha turbado a algunos que
ven en ella la manifestación de un espíritu vengativo. Sin embargo, debiera
hacerse una distinción entre los resultados naturales de una conducta pecaminosa
y el castigo que se inflige debido a ella (PP 313). Dios no castiga a un
individuo por los malos hechos de otro (Eze. 18: 2-24). Cada hombre es
responsable delante de Dios sólo por sus propios actos. Al mismo tiempo, Dios no
altera las leyes de la herencia para proteger a una generación de los delitos de
sus padres, pues esto no correspondería con el carácter divino y con la forma en
que trata a los hombres. La justicia divina visita la " maldad" de una
generación sobre la siguiente únicamente mediante esas leyes de la herencia que
fueron ordenadas por el Creador en el principio (Gén. 1: 21, 24, 25).
Nadie puede eludir del todo las consecuencias de la disipación, la
enfermedad, el libertinaje, el mal proceder, la ignorancia y los malos hábitos
transmitidos por las generaciones precedentes. Los descendientes de idólatras
degradados y los vástagos de hombres malos y viciosos generalmente comienzan la
vida con las taras provocadas por pecados de orden físico y moral, y cosechan
los frutos de las semillas sembradas por sus padres. La delincuencia juvenil
comprueba la verdad del segundo mandamiento. El ambiente también tiene un
notable efecto sobre cada generación joven. Pero puesto que Dios es bondadoso y
justo, podemos confiar en que tratará equitativamente a cada persona teniendo
muy en cuenta la influencia, sobre el carácter, de las taras congénitas, las
predisposiciones heredadas y la influencia de los ambientes previos. Su justicia
y su misericordia lo demandan (Sal. 87: 6; Luc. 12: 47,48;Juan 15: 22; Hech. 17:
30; 2 Cor. 8: 12). Al mismo tiempo nuestra meta es la de ser victoriosos sobre
cada tendencia al mal heredada y cultivada (véase PVGM 255, 264, 265, ed. P.P.;
DTG 625).
Dios "visita" o "prescribe" los resultados de la iniquidad, no
para vengarse sino para enseñar a los pecadores que una conducta indebida
inevitablemente produce tristes resultados.
Los que me aborrecen.
Es decir aquellos que, aunque conocen a Dios, rehúsan servirle. Colocar
nuestros afectos en dioses falsos de cualquier clase, colocar nuestra confianza
en cualquier cosa que no sea el Señor, es "aborrecerlo". Los que lo hacen,
inevitablemente provocan dificultades y sufrimientos no sólo sobre ellos mismos
sino también sobre los que vienen en pos de ellos. Los padres que colocan a Dios
en primer término, por así decirlo colocan también en primer término a sus
hijos. El uso de la vigorosa palabra "aborrecen", típicamente oriental, sirve
para expresar la más profunda desaprobación. Todo lo que un hombre necesita
hacer para clasificarse entre los que "aborrecen" a Dios, es amarlo menos de lo
que ama a otras personas o cosas (Luc. 14: 26; Rom. 9: 13).
6.
Guardan mis mandamientos.
El
verdadero amor a Dios se muestra mediante la obediencia. Puesto que Dios mismo
es amor y sus tratos con sus criaturas son motivados por el amor (1 Juan 4:
7-21), Dios no desea que lo obedezcamos como una obligación sino porque elegimos
hacerlo (Juan 14: 15, 21; 15: 10; 1 Juan 2: 5; 5: 3; 2 Juan 6).
7.
En vano.
La palabra así
traducida significa "iniquidad", "falsedad", "vanidad", "vacuidad". Inculcar
reverencia es el principal propósito del tercer mandamiento (Sal. 111: 9; Ecl.
5: 1, 2), que es una secuela apropiada de los dos que lo preceden. Los que sólo
sirven al verdadero Dios, y le sirven en espíritu y en verdad, evitarán
cualquier uso descuidado, irreverente o innecesario del nombre santo. No
blasfemarán. La blasfemia, o cualquier lenguaje descuidado por el estilo, no
sólo viola el espíritu de la religión sino que indica también falta de educación
y caballerosidad.
Este mandamiento no sólo se aplica a las palabras que
debiéramos evitar sino al cuidado con que debiéramos usar las que son buenas
(ver Mat. 12: 34-37).
El tercer mandamiento también condena las
ceremonias vacuas y el formalismo en el culto (ver 2 Tim. 3: 5) y exalta el
culto realizado en el verdadero espíritu de santidad (Juan 4: 24). Muestra que
no es suficiente la obediencia a la letra de la ley. Nadie reverenció nunca más
estrictamente el nombre de Dios que los judíos, quienes hasta el día de hoy no
lo pronuncian. Como resultado, nadie sabe cómo debiera pronunciarse. Pero en su
sujeción extrema a la letra de la ley, los judíos rindieron a Dios un homenaje
vacío. Ese falso celo no impidió la trágica equivocación cometida por la nación
judía hace 2.000 años (Juan 1:11; Hech. 13: 46).
El tercer mandamiento
también prohíbe el juramento falso, o perjurio, que siempre ha sido considerado
como una grave falta social y moral digna del más severo castigo. El uso
descuidado del nombre de Dios denota una falta de reverencia para con él. Si
nuestro pensamiento se enfoca en un plano espiritualmente elevado, nuestras
palabras también serán elevadas y serán dictadas por lo que es honrado y sincero
(Fil. 4: 8).
8.
Acuérdate.
Esta
palabra no hace más importante al cuarto mandamiento que a los otros nueve.
Todos lo son igualmente. Quebrantar uno, es quebrantarlos todos (Sant. 2: 8-11).
Pero el mandamiento del día de reposo nos recuerda que el séptimo día, el
sábado, es el descanso señalado por Dios para el hombre, y que ese reposo se
remonta hasta el mismo comienzo de la historia humana y es una parte inseparable
de la semana de la creación (Gén. 2: 1-3; PP 348). Carece por completo de base
el argumento de que el sábado fue dado al hombre por primera vez en el Sinaí.
(Mar. 2: 27; PP 66, 67, 263). En un sentido personal, el sábado se presenta como
un recordativo de que en medio de los afanes apremiantes de la vida no
debiéramos olvidar a Dios. Entrar plenamente en el espíritu del sábado es hallar
una valiosa ayuda para obedecer el resto del Decálogo. La atención especial y la
dedicación dadas, en este día de descanso, a Dios y a las cosas de valor eterno,
proveen un caudal de poder para obtener la victoria sobre los males contra los
cuales se nos advierte en los otros mandamientos. El sábado ha sido bien
comparado a un puente tendido a través de las agitadas aguas de la vida sobre el
cual podemos pasar para llegar a la orilla opuesta, a un eslabón entre la tierra
y el cielo, un símbolo del día eterno cuando los que sean leales a Dios se
revestirán para siempre con el manto de la santidad y del gozo inmortales.
Debiéramos "recordar" también que el mero descanso del trabajo físico no
constituye la observancia del sábado. Nunca fue la intención que el sábado fuera
un día de ociosidad e inactividad. La observancia del sábado no consiste tanto
en abstenerse de ciertas formas de actividad como en participar deliberadamente
en otras. Dejamos la rutina semanal del trabajo sólo como un medio para dedicar
el día a otros propósitos. El espíritu de la verdadera observancia del sábado
nos inducirá a aprovechar sus horas sagradas procurando comprender más
perfectamente el carácter y la voluntad de Dios, a apreciar más plenamente su
amor y misericordia y a cooperar más eficazmente con él ayudando a nuestros
prójimos en sus necesidades espirituales. Cualquier cosa que contribuya a esos
propósitos primordiales es apropiada para el espíritu y la finalidad del sábado.
Cualquier cosa que contribuya en primer lugar a la complacencia de los deseos
personales de uno o a la prosecución de los intereses propios, es tan ajena a la
verdadera observancia del sábado como un trabajo común. Este principio se aplica
tanto a los pensamientos y a las palabras como a las acciones.
El sábado
nos remonta a un mundo perfecto en el remoto pasado (Gén. 1: 31; 2: 1-3), y nos
advierte que hay un tiempo cuando el Creador, otra vez, hará "nuevas todas las
cosas" (Apoc. 21: 5). También es un recordativo de que Dios está listo para
restaurar, dentro de nuestros corazones y de nuestras vidas, su propia imagen
tal como era en el principio (Gén. 1: 26, 27). El que entra en el verdadero
espíritu de la observancia del sábado se hace así idóneo para recibir el sello
de Dios, que es el reconocimiento divino de que el carácter del Eterno está
reflejado perfectamente en la vida del hombre (Eze. 20: 20). Una vez cada semana
tenemos el feliz privilegio de olvidar todo lo que nos recuerde este mundo de
pecado, y "acordarnos" de las cosas que nos acercan a Dios. El sábado puede
llegar a ser para nosotros un pequeño santuario en el desierto de este mundo,
donde por un tiempo podemos estar libres de sus cuidados y podemos entrar, por
así decirlo, en los gozos del cielo. Si el descanso del sábado fue deseable para
los seres sin pecado del paraíso (Gén. 2: 1-3), ¡cuánto más esencial lo es para
los falibles mortales que se preparan para entrar de nuevo en esa bendita
morada!
9.
Trabajarás.
Esto es
tanto un privilegio como una orden. El trabajo que se deba hacer tiene que
realizarse en los seis primeros días de la semana, de modo que el sábado, el
cual corresponde al séptimo día, pueda quedar libre para el culto y el servicio
de Dios.
10.
El séptimo día.
Ningún
trabajo secular innecesario ha de realizarse en ese día. El sábado debe
emplearse en meditación religiosa, en el culto y servicio para Dios. Además
proporciona una oportunidad para el descanso físico. Esta característica del
sábado es muy importante para el hombre en su estado pecaminoso, cuando debe
ganarse el pan con el sudor de su rostro (Gén. 3: 17-19).
Reposo para
Jehová.
En hebreo, "reposo" no lleva artículo definido, "el", pero esto
no le quita exactitud al mandamiento del sábado. El punto de controversia entre
los observadores del domingo y los del sábado no es si un cristiano debe
descansar -no hacer "en él obra alguna"- un determinado día de la semana, sino
qué día de la semana debe ser: el primero o el séptimo. El mandamiento contesta
inequívocamente: " el séptimo día". El mandamiento divide la semana en dos
partes: (1) En "seis días. . . harás toda tu obra". (2) En "el séptimo día. . .
no hagas. . . obra alguna". Y ¿por qué esta prohibición de trabajar en " el
séptimo día"? Porque es " reposo para Jehová". La palabra reposo viene del Heb.
shabbáth , que significa "descanso". De modo que el mandamiento prohibe trabajar
en "el séptimo día" porque es un día de descanso del Señor. Esto nos hace
remontar al origen del sábado, cuando Dios "reposó el día séptimo" (Gén. 2: 2).
Por lo tanto, es claro que el contraste no es entre "el" y "un", sino entre
"trabajar" y "descansar". "Seis días", dice el mandamiento, son días de trabajo
, pero " el séptimo día" es un día de descanso . Que "el séptimo día" es el
único día de descanso de Dios resulta evidente por las palabras con que comienza
el mandamiento: "Acuérdate del día de reposo [sábado] para santificarlo".
Los ángeles anunciaron a los pastores: "Os ha nacido . . . un Salvador"
(Luc. 2: 11). No llegamos por ello [el uso del artículo "un"] a la conclusión de
que Cristo fue tan sólo uno de muchos salvadores. Captamos el significado de las
palabras de los ángeles cuando ponemos el énfasis en la palabra "Salvador".
Cristo vino, no como un conquistador militar o un rey terrenal, sino como un
Salvador . Otros numerosos pasajes tratan de esa salvación como única en su
género y de que no podemos ser salvados por ningún otro. Así es también con el
asunto de "el" y "un" en el cuarto mandamiento.
No hagas en él obra
alguna.
Esto no prohibe las obras de misericordia o el trabajo esencial
para la preservación de la vida y la salud que no puede realizarse en otros
días. Siempre "es lícito hacer bien en sábado" (Mat. 12: 1-14, BJ; Mar. 2:
23-28). El descanso de que aquí se habla no ha de ser considerado meramente en
términos de la cesación del trabajo ordinario, aunque por supuesto esto está
incluido. Debe ser un descanso santo , en el cual haya comunión con Dios.
Ni tu bestia.
El cuidado de Dios por los animales resalta
repetidas veces en los escritores del AT (Exo. 23: 5, 12; Deut. 25: 4). El los
recordó en el arca (Gén. 8: 1). Estuvieron incluidos en su pacto que siguió al
diluvio (Gén. 9: 9-11). El sostiene que los animales son suyos (Sal. 50: 10). La
presencia de "muchos animales" fue una razón para que Nínive fuera preservada
(Jon. 4: 11).
Tu extranjero.
Es decir un extranjero que, por
propia voluntad, se unió con los israelitas. Una "grande multitud" salió de
Egipto con Israel (Exo. 12: 38) y lo acompañó en sus peregrinaciones por el
desierto. Mientras eligieran permanecer con los israelitas, habían de
conformarse con los requisitos que Dios estableció para su propio pueblo. En un
sentido, esto restringía su libertad, pero estaban libres para irse si no
deseaban obedecer. En compensación, por así decirlo, compartían las bendiciones
que Dios prodigaba a Israel (Núm. 10: 29; Zac. 8: 22, 23).
11.
Hizo Jehová.
Es significativo
que Cristo mismo, como Creador (Juan 1: 1-3), descansó en el primer sábado del
mundo (DTG 714) y pronunció la ley en el Sinaí (PP 381). Los que son creados de
nuevo a la semejanza divina (Efe. 4: 24) elegirán seguir su ejemplo en este y en
otros asuntos (1 Ped. 2: 21). El Creador no "reposó" debido a cansancio o fatiga
(Isa. 40: 28). Su "reposo" fue cesación de trabajo al terminar una tarea
completada (Gén. 1: 31 a 2: 3). Al descansar nos dio un ejemplo (Mat. 3:15; cf.
Heb. 4: 10). El sábado fue hecho para el hombre (Mat. 2: 27), para satisfacer
una necesidad que fue originalmente espiritual pero que, con la entrada del
pecado, se convirtió también en física (Gén. 3: 17-19). Una de las razones por
las cuales los israelitas fueron libertados de Egipto fue para que pudieran
observar el día de descanso señalado por Dios. Su opresión en Egipto había hecho
dificilísima tal observancia (ver Exo. 5: 5-9; Deut. 5: 12-15; PR 134).
12.
Honra a tu padre.
Habiendo
abarcado con los cuatro primeros mandamientos nuestros deberes para con Dios,
ahora entramos en la segunda tabla de la ley, que trata de nuestros deberes para
con nuestros prójimos (Mat. 22: 34-40). Puesto que antes de la edad cuando se
tiene responsabilidad moral los padres son para sus hijos como los
representantes de Dios (PP 316), es lógico y adecuado que nuestro primer deber
que atañe al hombre se refiriera a ellos (Deut. 6: 6, 7; Efe. 6: 1-3; Col. 3:
20). Otro propósito de este mandamiento es crear respeto por toda autoridad
legítima. Un respeto tal comienza con el concepto que los niños tienen de sus
padres. En la mente del niño esto se convierte en la base para el respeto y la
obediencia que se deben a los que tienen una autoridad legítima sobre él para
toda la vida, particularmente en la iglesia y en el estado (Rom. 13: 1-7; Heb.
13: 17; 1 Ped. 2: 13-18). Está incluido en el espíritu de este mandamiento el
pensamiento de que los que gobiernan en el hogar y fuera de él debieran
conducirse de tal manera que sean siempre dignos del respeto y de la obediencia
de quienes dependen de ellos (Efe. 6: 4, 9; Col.3:21; 4: 1).
13.
No matarás.
Cualquier
comprensión correcta de nuestra relación con nuestro prójimo indica que debemos
respetar y honrar su vida, pues toda vida es sagrada (Gén. 9: 5, 6). Jesús
magnificó (Isa. 42: 21) este mandamiento al incluir, como parte de su violación,
la ira Y el desprecio (Mat. 5: 21, 22). Más tarde el apóstol Juan añadió a su
violación el odio (1 Juan 3: 14, 15). Este mandamiento no sólo prohibe la
violencia física sino lo que es de consecuencias mucho mayores: el daño hecho al
alma. Lo violamos cuando inducimos a otros al pecado por nuestro ejemplo y
nuestra conducta y contribuimos así a la destrucción de sus almas. Los que
corrompen al inocente y seducen al virtuoso "matan" en un sentido mucho peor que
el asesino y el bandido, pues hacen algo más que matar el cuerpo (Mat. 10: 28).
14.
No cometerás adulterio.
Esta prohibición no
sólo abarca el adulterio sino también la fornicación e impureza de toda y
cualquier clase, en hechos, palabras y pensamientos (Mat. 5: 27, 28). Este,
nuestro tercer deber para con nuestro "prójimo", significa respetar y honrar el
vínculo sobre el cual se edifica la familia, el de la relación matrimonial, que
para el cristiano es tan preciosa como la vida misma (Heb. 13: 4). El casamiento
hace del esposo y la esposa "una sola carne" (Gén. 2: 24). Ser desleal a esta
unión sagrada, o inducir a otro a serlo, es despreciar lo que es sagrado y es
también cometer un crimen. A través de toda la historia humana, por regla
general no se ha considerado como una falta grave el que un esposo se
convirtiera en adúltero. Sin embargo, si la esposa era la culpable, se la
trataba con la máxima severidad. La sociedad habla de la "mujer caída", pero
poco se dice del "hombre caído". El mandamiento se aplica con igual fuerza a
ambos: al esposo y a la esposa (Heb. 13: 4; Apoc. 21: 8).
15.
No hurtarás.
Aquí se presenta
el derecho a tener propiedades, derecho que ha de ser respetado por otros. Para
que tan siquiera exista la sociedad, este principio debe ser salvaguardado; de
lo contrario no hay seguridad ni protección. Todo sería anarquía. Este
mandamiento prohibe cualquier acto por el cual obtengamos, directa o
indirectamente, los bienes de otro faltando a la honradez. Especialmente en
estos días, cuando cada vez aparece más borroso el concepto claro de la
moralidad, es bueno recordar que la adulteración, el ocultamiento de defectos,
la presentación tramposa de la calidad y el empleo de pesas y medidas falsas son
todos actos de robo, tanto como los de un ladrón o ratero.
Los empleados
roban cuando reciben una "comisión" a espaldas de sus superiores, o se apropian
de lo que no entra explícitamente en un convenio, o descuidan hacer cualquier
trabajo para el que se los ha contratado, o lo realizan descuidadamente, o dañan
con su negligencia los bienes del propietario o los menoscaban, derrochándolos.
Roban los empleadores cuando retienen de sus empleados los beneficios
que les prometieron, o permiten que se atrase el pago de sus salarios, o los
fuerzan a trabajar fuera de horario sin la debida remuneración, o los privan de
cualquier otra consideración que razonablemente tienen derecho a esperar. Roban
quienes ocultan mercancías de un inspector de aduana o las desfiguran en
cualquier forma, o los que falsean sus declaraciones de impuestos, o quienes
defraudan a los mercaderes incurriendo en deudas que nunca pueden ser cubiertas,
o los que en vista de una bancarrota inminente transfieren sus propiedades a un
amigo, con el entendimiento de que más tarde le serán devueltas, o quienes
recurren a cualquiera de las llamadas tretas de comerciante.
Con la
excepción de los que están imbuidos por el espíritu de honradez, de los que aman
la justicia, la equidad y el recto proceder, de los que tienen como la ley de su
vida el tratar a otros como les gustaría que otros los trataran a ellos, en una
manera u otra todos los demás defraudan a su "prójimo". Podemos robar a otros en
formas más sutiles: quitándoles su fe en Dios mediante la duda y la crítica;
mediante el efecto destructor de un mal ejemplo, cuando ellos esperaban de
nosotros una conducta muy diferente; confundiéndolos o dejándolos perplejos
mediante declaraciones que no están preparados para entender; con chismes
calumniosos y perniciosos que pueden despojarlos de su buen nombre y carácter.
Cualquiera que retiene de otro lo que en justicia le pertenece, o se apodera de
lo ajeno para su propio uso, está robando. El aceptar como propios el
reconocimiento por el trabajo o las ideas de otros; el usar lo ajeno sin
permiso, o el aprovecharse de otro en cualquier forma, todo eso también es
robar.
"El buen nombre en hombres y mujeres, mi querido señor, es la
joya preciosa de sus almas: quien roba mi portamonedas, roba hojarasca; es algo,
nada; eso fue mío, ahora es de él, y ha pertenecido a millares; pero el que
hurta disminuyendo mi buen nombre, me roba lo que no lo enriquece, y ciertamente
a mí me empobrece".
16.
Falso testimonio.
Este mandamiento puede ser transgredido de una manera pública mediante
un testimonio mentiroso dado ante un tribunal (cap. 23: 1). El perjurio siempre
ha sido considerado como un delito grave contra la sociedad, y condignamente
castigado. En Atenas, un testigo falso sufría una fuerte multa. Si se le
comprobaba tres veces esa falta, perdía sus derechos civiles. En Roma, una ley
de las Doce Tablas condenaba al perjuro a ser arrojado cabeza abajo desde la
roca Tarpeya. En Egipto, el castigo era la amputación de la nariz y las orejas.
Esta prohibición del Decálogo frecuentemente es violada hablando mal de
otro, con lo que su reputación es manchada, sus motivos son tergiversados y su
nombre es denigrado. Son demasiados los que hallan que es insípido e
insustancial alabar a sus prójimos o hablar bien de ellos. Encuentran una
emoción maligna en hacer resaltar los defectos de conducta de otros, en juzgar
sus motivos y criticar sus esfuerzos. Ya que por desgracia muchos siempre están
listos y ávidos para escuchar esta supuesta sabiduría, se aumenta la emoción y
se exalta el yo egoísta y pecaminoso del detractor. Este mandamiento también
puede ser quebrantado por los que se quedan en silencio cuando oyen que un
inocente es calumniado injustamente. Puede ser quebrantado por un encogimiento
de hombros o un arquear de las cejas. Cualquiera que desfigura, de cualquier
manera, la verdad exacta para obtener una ventaja personal o por cualquier otro
propósito, es culpable de dar "falso testimonio". La supresión de la verdad que
podría perjudicarnos o perjudicar a otros, también significa dar "falso
testimonio".
17.
No codiciarás.
El
décimo mandamiento complementa al octavo pues la codicia es la raíz de la cual
crece el robo. En realidad, el décimo mandamiento toca las raíces de los otros
nueve. Representa un avance notable más allá de la moral de cualquier otro
antiguo código. La mayoría de los códigos no fueron más allá de los hechos y
unos pocos tomaron en cuenta las palabras, pero ninguno tuvo el propósito de
moderar los pensamientos. Esta prohibición es fundamental para la experiencia
humana porque penetra hasta los motivos que están detrás de los actos externos.
Nos enseña que Dios ve el corazón (1 Sam. 16: 7; 1 Rey. 8: 39; 1 Crón. 28: 9;
Heb. 4: 13) y se preocupa menos del acto externo que del pensamiento del cual
brotó la acción. Establece el principio según el cual los mismos pensamientos de
nuestro corazón están bajo la jurisdicción de la ley de Dios, y que somos tan
responsables por ellos como por nuestras acciones. El mal pensamiento acariciado
promueve un mal deseo, el cual a su tiempo da a luz una mala acción (Prov. 4:
23; Sant. 1: 13-15). Un hombre puede refrenarse de adulterar debido a las
sanciones sociales y civiles que acarrean tales transgresiones y, sin embargo, a
la vista del cielo puede ser tan culpable como si cometiera el hecho (Mat. 5:
28).
Este mandamiento básico revela la profunda verdad de que no somos
los impotentes esclavos de nuestros deseos y nuestras pasiones naturales. Dentro
de nosotros hay una fuerza, la voluntad, que, bajo el control de Cristo, puede
someter cada pasión y deseo ilegítimos (Fil. 2: 13). Además, es un resumen del
Decálogo al afirmar que el hombre es esencialmente un ente moral libre.
18.
Temblaron.
Los terrores del
Sinaí -los truenos, los relámpagos, el sonido de la trompeta, la montaña
humeante, la nube y la voz que hablaba desde ella- llenaron al pueblo de santo
temor (Deut. 5: 23-31).
20.
No temáis.
Moisés tranquilizó al pueblo con la serena seguridad de que no
necesitaba temer. Era el propósito de Dios impresionar en forma indeleble en sus
mentes un concepto de su majestad y poder como un freno para el pecado. Los
israelitas tenían todavía embotada su comprensión de Dios, y por lo tanto
necesitaban la disciplina del temor hasta que llegara el tiempo cuando
estuvieran listos para ser guiados por la tierna voz del amor.
21.
Moisés se acercó.
Cuando el
pueblo se retiró -quizá hasta las puertas de sus tiendas-, Moisés se acercó a
Dios. En contraste con el temor de sus compañeros israelitas que los apartó de
Dios, el siervo del Señor, con la osadía de la fe y de la consagración, fue
atraído al Señor. El estaría donde estuviera Dios. Algunos, debido a su
condición pecaminosa, son repelidos por la presencia divina; otros, por su
corazón recto, hallan su mayor satisfacción en la comunión con su Creador (Mat.
8: 34; Luc. 4: 42; Job 23: 3; Sal. 42: 1,2). Hombres que han pecado mucho y que,
por lo tanto, no pueden menos que ver a Dios como "vengador para castigar" y
como un "fuego consumidor" (Rom. 13: 4; Heb. 12: 29), con frecuencia pierden de
vista los atributos más tiernos de Dios y dejan de creer que es su Padre
"misericordioso y piadoso" (Exo. 34: 6; Sal. 86: 15; 103: 13).
22.
Así dirás.
Con este versículo
comienza el "libro del pacto" (cap. 24: 7), que termina con el cap. 23. Es una
ampliación detallada de los principios contenidos en el Decálogo y se compone de
varias leyes civiles, sociales y religiosas. Por el pasaje del cap. 24: 4, 7
deducimos que estas leyes, recibidas por Moisés en el Sinaí inmediatamente
después de la entrega de los Diez Mandamientos, fueron puestas por escrito y
reunidas en un libro conocido como el "libro del pacto", que era considerado muy
santo. Siguiendo el orden del Decálogo, las primeras y más importantes leyes son
las que tienen que ver con el culto de Dios (vers. 23-26). Luego vienen las
leyes relativas a los derechos de las personas (cap. 21: 1-32) que comienzan con
los derechos de los esclavos y terminan con la debida compensación por los daños
a las personas causados por el ganado. La tercera sección tiene que ver con los
derechos de propiedad (cap. 21: 33 a 22: 15). La parte restante del "libro"
presenta leyes misceláneas, algunas concernientes a asuntos divinos, algunas a
asuntos humanos por lo general relacionados con la organización civil del
Estado. Este código contiene unas 70 leyes distintas.
Habéis visto.
Este es un claro recordativo de que el Autor de estas leyes civiles es
el mismo que pronunció los Diez Mandamientos entre los truenos del Sinaí.
23.
Dioses de plata.
Es
comprensible esta repetición de la prohibición del segundo mandamiento debido a
la prevaleciente idolatría de ese tiempo. Se muestra cuán fuerte era esa presión
idolátrica por el hecho de que, cuando el pueblo pensó que Moisés lo había
dejado, inmediatamente hizo un becerro de oro (cap. 32). Pero "Dios es Espíritu"
(Juan 4: 24). Para que no lo adoraran mediante representaciones materiales,
permaneció invisible mientras hablaba desde la nube en el monte Sinaí (Deut. 4:
12).
24.
Altar de tierra.
Los
altares eran esenciales para las religiones de la antigüedad. Con frecuencia
eran hechos de arcilla, tierra humífera o piedras recogidas en el lugar. Los
altares patriarcales quizá eran de esta clase (Gén. 8: 20; 12: 7; 13: 18; 22:
9). Ahora se ordenó que continuara la misma costumbre pues los altares
primorosos de piedras labradas fomentarían la idolatría, en razón de que las
imágenes que pudieran esculpirse en los altares se convertirían en objetos de
culto.
Ofrendas.
Que éstas se introdujeran aquí sin explicación
previa indica que los sacrificios ya eran conocidos, y ciertamente era así (Gén.
8: 20; 22: 9, 13). No mucho antes Jetro había ofrecido un sacrificio dentro del
campamento de Israel (Exo. 18: 12). Aunque durante muchos años los judíos no
habían ofrecido sacrificios a Dios en Egipto (ver PP 344), evidentemente
preservaron la idea de hacerlo. Fue con el propósito expreso de ofrecer
sacrificios por lo que Moisés pidió permiso a Faraón para ir al desierto (caps.
8: 25-27; 10: 24, 25). El holocausto simbolizaba consagración personal y entrega
del yo (Ley. 6: 8-13; Sal. 51: 16- 19), y el sacrificio de paz renovaba la
comunión con Dios y expresaba gratitud (Ley. 7: 11-34). Aunque hemos pasado la
época de ofrendas materiales tales como las mencionadas, todavía Dios nos invita
a rendirle "sacrificios espirituales" (1 Ped. 2: 5) de entrega del yo (Rom. 12:
1), de "espíritu quebrantado" (Sal. 51: 17) y de gozo y agradecimiento (Sal. 27:
6; 107: 22).
Vendré a ti.
Esta es una promesa condicional que
debía cumplirse si el pueblo construía altares adecuados y ofrecía sacrificios
adecuados en "todo lugar" donde Dios quisiera registrar su nombre.
25.
Altar de piedra.
En los casos
cuando, a pesar de la preferencia divina del versículo anterior, el pueblo
erigiera un altar de piedra más permanente y honorable, Dios requería que las
piedras fueran dejadas en su estado rústico y natural.
Alzares
herramienta.
Movido por el amor y en su ardiente deseo de que su pueblo
no se corrompiera por la idolatría, otra vez Dios prohibe la talla de altares
adornados con objetos que los indujeran a la idolatría. Esto sugiere el
pensamiento adicional de que, si intentamos poner algo nuestro en el sacrificio
como un motivo para su aceptación, lo ofrendamos en vano. La intromisión del yo,
por bien intencionada que sea, es contaminación. El altar es una expresión de la
voluntad de Dios. Trátese de mejorarlo, y se convertirá en una expresión de la
voluntad del que intenta mejorarlo. El altar del yo no es el altar de Dios. Los
sacrificios ofrecidos en él pueden satisfacer al adorador, pero no pueden ser
agradables a Dios. No perdamos la lección de la experiencia de Caín (Gén. 4: 3,
4). La columna de Simeón Estilita no elevó el valor de sus oraciones. Nuestras
plegarias tendrían una mejor posibilidad de llegar al cielo si provinieran de un
corazón contrito al pie de la columna (ver Isa. 66: 1, 2).
26.
Por gradas.
No es suficiente
que la ofrenda sea hecha con un motivo puro; debe ser ofrecida de una manera
pura y reverente. Aunque esta orden fue dirigida especialmente contra las
indecencias carnales relacionadas con la idolatría, ilustra una verdad eterna.
Dios requiere decencia y orden en su culto (1 Cor. 14: 40). Dios mira el
carácter, pero también demanda que el carácter corresponda con la conducta. Se
demandan decoro adecuado, vestimenta apropiada y la debida actitud en el culto
de Dios (Ecl. 5: 1, 2).
Las instrucciones detalladas que Dios dio a
Israel acerca de la forma de rendirle culto hacen resaltar el hecho importante
de que nada es baladí a la vista divina. Con frecuencia la fidelidad en lo que
parece "muy poco" determina si "lo más" nos puede ser confiado (Luc. 16: 10).
COMENTARIOS DE ELENA G. DE WHITE
1-26 Ev
173; PP 312-318; SR 140-142; 9T 211
1 DMJ 45
1-6 3T 296
1-17 CS 8; 2JT 145; MeM 168
1-19 FE 237, 287, 506; PP 348, 382
2 PP 312; SR 140
3 CM 189; CMC 129, 151; FE 312; HAp 122; 1JT
428; 2JT 365; MJ 293, 314; PP 313, 328; PR 132, 135, 156, 460; SR 140, 299; 1T
484, 486; 2T 45; 3T 340; 4T 632; 5T 173, 250; Te 34
4 PP 313, 348; PR
74; SR 140
4-6 PE 211
5 1JT 499; PP 313; PR 74; SR 140; 5T 300
6 1JT 499; PP 314; SR 140
7 DMJ 58; MeM 291; PE 70; PP 314; SR
140
8 CS 663; DTG 250; ECFP 97; 1JT 287,498; 3JT 20,25; LS 95, 101; MeM
296; MM 49, 50; PE 34, 65, 85; PP 349; 9T 212
8-10 MeM 238
8-11
CS 487; 1JT 174, 276, 496; PE 217; PP 102,314,348; SR 140,380; IT 76; 6T 38; 8T
197; TM 132
9 1JT 498; MM 50
9, 10 1JT 501; PE 255
10
CMC 70; CS 500, 632; LS 101; MM 215; PE 33, 68; PP 565; 4T 114
10, 11 CS
490
11 Ed 244; MeM 144
12 DTG 120; EC 29; FE 101, 104, 403; HAd
64, 256, 264-266, 270, 273, 328; 1JT 77, 151; MeM 287; MJ 329, 442, PP 316, 349;
SR 141; 3T 294; 5T 125
13 DMJ 53; PP 145, 316; SR 141
14 DMJ 54,
57; HAd 46, 296, 305, 314; PP 317; SR 141; 4T 138, 141, 215
15 CH 283;
FE 102; HAd 49, 357; MJ 443; PP 317; SR 141
16 CH 284; DMJ 60; HAd 225;
1JT 512; MC 145; PP 317; SR 141; 4T 331
17 CMC 151; PP 318, 381; SR 141
18-23 SR 142
19 FE 506; TM 96; 4T 514
19-21 PP 318
CBA Éxodo
COMENTARIO BÍBLICO ADVENTISTA ÉXODO
1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 | 10 |
11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 | 17 | 18 | 19 | 20 |
21 | 22 | 23 | 24 | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 |
31 | 32 | 33 | 34 | 35 | 36 | 37 | 38 | 39 | 40 |
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