Comentario Bíblico Adventista Éxodo 34
Comentario Bíblico Adventista
Éxodo Capítulo 34
1.
Alísate dos tablas.
Es decir, " "labra dos tablas" " (BJ). Puesto que Moisés había quebrado las primeras tablas (cap. 32: 19), que eran " "obra de Dios" (cap. 32: 16), se le manda ahora que se haga otras dos. Dios escribiría en ellas los Diez Mandamientos (Exo. 34: 28; Deut. 4: 13; 10: 4). Moisés no había pedido otro par de tablas; sencillamente había implorado el retorno al favor de Dios y la renovación del pacto. Pero Dios no podía conceder su favor sin exigir obediencia a su ley. Los dos son inseparables. Los hombres están más dispuestos a disfrutar de las recompensas de la vida correcta, que a vivir con corrección. Pero Dios insiste que sólo los obedientes pueden recibir las recompensas. No puede hacer pacto sino con los que estén dispuestos a aceptar su ley como regla de vida. Esto lo hace más por bien de ellos que por sí mismo.
El que se volviera a escribir la ley sobre tablas de piedra prueba que ésta es eterna e inalterable (Mat. 5: 17-19; Rom. 13: 8-10; Efe. 6: 2; Sant. 2: 8-12; 1 Juan 2: 3, 4; 5: 2, 3). A Moisés se le pidió que reemplazara las dos tablas de la ley, perdidas por su propia acción. Esto también nos ocurre si quebrantamos la ley de Dios; no podemos esperar volver al favor divino, a menos que nos pongamos nuevamente en la senda de la plena obediencia. El robo demanda el deber de la restitución; el insulto exige que se pida disculpa; y la calumnia que se haga una retractación de lo dicho.
2.
Para mañana.
Así Moisés tendría tiempo de
preparar las nuevas tablas de piedra.
3.
No
suba hombre contigo.
Ni aun Josué debía acompañar a Moisés (cf. caps.
24: 13; 32: 15-17). Las instrucciones dadas en esta oportunidad eran más
estrictas que las que se habían dado anteriormente (cap. 19: 12, 13).
5.
Y Jehová descendió.
La "columna
de nube" que había estado en la puerta de la tienda de la reunión (cap. 33: 10)
ascendió al monte, y cuando Moisés llegó a la cima, permaneció allí con él.
6.
Y pasando Jehová.
Como había
sido prometido en el cap. 33: 22, 23. El nombre del Señor representa su
carácter, que según esta descripción, consta de tres cualidades fundamentales:
misericordia, justicia y verdad. El primer lugar se le asigna a la misericordia
puesto que la relación de Dios con nosotros se basa en ella (1 Juan 4: 7-12).
Tenía especial importancia en esta ocasión cuando se había perdido el favor
divino, y a no ser por su misericordia, ese favor no hubiera sido extendido de
nuevo al pueblo. Hay seis diferentes formas en las cuales el Señor manifiesta su
amor hacia su pueblo. Es "misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande
en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la
iniquidad, la rebelión y el pecado". Sería difícil imaginar una declaración más
completa de su estima y amor por los pecadores. Cuando el Señor se le reveló a
Moisés en la zarza ardiente, declaró ser el "Yo soy", o sea "El que existe por
sí mismo", lo que hace resaltar la gran diferencia existente entre él y todos
los otros dioses.
En ese momento, en vista del pesar y de la humillación
de Israel (Exo. 33: 4-6), hacia falta algo más para impartirles esperanza y
seguridad. Por sí misma la ley no podía ser "misericordioso y piadosa". Sólo
podía recalcar la rectitud, Se necesitaba una revelación suplementaria del
bondadoso carácter de Dios. En la revelación que Moisés recibió del carácter de
Dios, el Sinaí proclama no solamente la ley divina, sino también la gracia
divina. Este hecho demuestra que no tiene fundamento la idea popular de que el
Sinaí representa solamente la justicia y no la misericordia. La excelsa
proclamación de la gracia, hecha en el Sinaí, de ninguna manera anulaba la ley
ni desbarataba la justicia divina; más bien aclaraba la relación existente entre
la gracia y la ley. En una crisis posterior, Moisés le recordó a Dios el
equilibrio entre la justicia y la misericordia que había proclamado en esta
ocasión (Núm. 14: 11-19).
Este mismo carácter inmutable de Dios es el
que da hoy al pobre pecador desvalido la esperanza de la vida eterna (Sal. 103:
8-14; 145: 8; Jer. 29: 11; 31: 3). En vista de que no se puede tener confianza
en una persona que no sea verídica, Dios es totalmente digno de recibir nuestra
confianza puesto que es "grande" en "verdad". La verdad está en la base misma
del carácter moral; es lo opuesto de la hipocresía (Sal. 108: 4; 117: 2; Juan
14: 6; Sant. 3: 14).
7.
De ningún modo
tendrá por inocente al malvado.
Dios es misericordioso para con los
pecadores que se arrepienten, pero no puede debilitar su gobierno si no mantiene
en alto su rectitud y justicia (Sal. 85: 10; 89: 14). La justicia de Dios es
parte tan esencial de su naturaleza como su misericordia; sin ella Dios no
podría ser Dios. La justicia es -como se ha demostrado- una consecuencia
necesaria del verdadero amor divino, porque "un Dios todo misericordia es un
Dios injusto". Sin justicia no podría haber misericordia. Aunque leemos en la
Biblia que Dios se deleita en la misericordia (Miq. 7: 18), nunca leemos en las
Escrituras que se deleite en hacer caer sus castigos sobre los hombres. Por el
contrario, se dice que sus castigos le son "extraña obra" (Isa. 28: 21). Su
amorosa bondad es abundante (Isa. 55: 7; Rom. 5: 20). Es la misericordia de Dios
la que mitiga sus castigos y lo hace "longánime" (Lam. 3: 22; Rom. 2: 4).
En este pasaje queda claro que el amor divino determina la actitud de
Dios hacia sus hijos por el mayor espacio que aquí se le concede en la
descripción de su carácter y por el hecho de que los atributos de la
misericordia preceden a los de la justicia. No es sólo Dios amante; " "Dios es
amor" (1 Juan 4: 16). El atributo del amor es parte real de su naturaleza
esencial; sin el amor, no sería "Dios". Cuando el Señor debe castigarnos por
causa de nuestros pecados, lo hace con amor, para nuestro propio bien, y no con
ira. Como el cirujano, Dios podrá usar el bisturí de la tristeza para lograr la
curación del alma enferma o herida por el pecado (Heb. 12: 5-11; Apoc. 3: 19).
9.
Si ahora.
Grandemente
fortalecido en fe y ánimo por la proclamación del carácter divino, y confiando
en la gracia de Dios, Moisés le ruega al Señor que emplee esa gracia para
perdonar "nuestra iniquidad" y restaurar el pacto quebrantado. Quizá la falta de
una clara visión espiritual le impidió a Moisés darse cuenta de que Dios ya
había prometido todo esto el día anterior (cap. 33: 17).
10.
Yo hago pacto.
La disposición de Dios para renovar su
pacto con Israel muestra dos hechos: (1) su fidelidad para con su pueblo, por
causa de sus promesas a sus padres, y (2) el poder victorioso de la oración
intercesora. En esta ocasión se hacen promesas adicionales no mencionadas
anteriormente, tales como: la realización de milagros, el ensanchamiento del
territorio y seguridad contra la invasión (vers. 24). Las bendiciones que se
reciben al cooperar con Dios superan infinitamente a la comprensión humana (Efe.
3: 20).
Haré maravillas.
Estas habían de incluir el cruce del
Jordán en seco (Jos. 3: 14-17), la caída de Jericó (Jos. 6: 15- 21), y la
matanza de sus enemigos por el granizo (Jos. 10: 1-11).
Cosa tremenda.
"Cosas que causen temor" (BJ). No para dañar a Israel, sino a sus
enemigos (Deut. 10: 21; Sal. 106: 22; 145: 6).
11.
Guarda lo que yo te mando.
Esta no es una referencia
específica a los Diez Mandamientos, cuya observancia se volvía a exigir al
escribirlos de nuevo en las dos nuevas tablas (vers. 28). Este mandato incluye
las órdenes consignadas en los vers. 12-26. Cabe destacar que los mayores
beneficios de parte de Dios se equilibran con la aceptación de parte del pueblo
de mayores obligaciones. Cada victoria sobre el pecado trae consigo una visión
más clara de Dios, mayores oportunidades y más responsabilidades.
13.
Derribaréis sus altares.
Esto
comprende más que la orden correspondiente del " "libro del pacto" (cap. 23:
24), donde sólo se mencionan las "estatuas". Con referencia a estos " "altares"
, ver Núm. 23: 1, 29, 30; Juec. 2: 2; 1 Rey. 16: 32; 18: 26.
Sus
imágenes de Asera.
"Bosques" " (Val. ant.), "cipos" " (BJ). Heb.
'asherim. Parecen haber sido objetos de adoración hechos de madera en forma de
árboles truncados. Estas cepas de árboles, que posiblemente conservaban restos
de algunas ramas, eran objetos de culto. Es probable que el bien conocido árbol
sagrado de los asirios haya sido una 'asherah.
15.
No harás alianza.
Se detallan aquí en forma vívida los
resultados nefastos de hacer alianzas con las naciones cananeas (vers. 12; cap.
23: 32, 33), de participar en los festejos idolátricos y de casarse con mujeres
paganas (Juec. 2: 2, 11-13). Puesto que el Señor consideraba a su pueblo como su
esposa, la idolatría era conceptuada como adulterio Jer. 3: 1-5; Eze. 16:2; 2
Cor. 11: 2; Apoc. 19: 7-9; 21: 2). Se prohiben expresamente los "dioses de
fundición" por causa del reciente pecado del becerro de oro.
21.
En la arada.
Aun en los tiempos
de más trabajo, arada y siega, cuando la tentación de violar el sábado fuese
mayor, debían descansar el sábado.
22.
La
fiesta de las semanas.
A primera vista pareciera que aquí se ordena la
observancia de tres fiestas diferentes. Sin embargo, puesto que la fiesta "de
las primicias de la siega del trigo" y la "fiesta de las semanas" son una misma
cosa (Lev. 23: 15-17; Núm. 28: 26), en total se trata sólo de dos fiestas. Ambas
habían sido ordenadas en el " "libro del pacto" (Exo. 23: 16).
23.
Todo varón.
Ver com. cap. 23:
14-17.
24.
Ensancharé tu territorio.
La primera
promesa hecha a Abrahán y a su simiente de que recibiría tierras está registrada
en Gén. 12: 5-7. Posteriormente, esta promesa fue ampliada hasta incluir todo el
territorio entre el "río de Egipto" y el Eufrates (Gén. 15: 18; 1 Rey. 4: 21; 2
Crón. 9: 26).
Al contemplar la incomparable superioridad de Israel sobre
todas las otras naciones, muchos se unirían voluntariamente con el pueblo
escogido de Dios. De este modo se ensancharían los límites de Israel, hasta que
finalmente "su reino abarcaría todo el mundo" (PVGM 272). Jerusalén permanecería
para siempre (CS 21) y se transformaría en la metrópoli de toda la tierra (DTG
530).
26.
Las primicias de los primeros
frutos.
El mejor seguro contra la idolatría lo constituiría la
participación continua en el espíritu y la práctica del verdadero culto de
acuerdo con lo prescrito por Dios. La fiel y debida observancia del sábado, de
las grandes fiestas anuales, de las leyes de la redención, de los diversos
sacrificios y de las instituciones similares, ordenadas para llevar a una
consagración espiritual, los protegerían de las tentaciones y de los peligros
del paganismo que encontrarían en la tierra prometida.
No cocerás.
Ver com. cap. 23: 19. La última parte de esta sección es paralela con la
última porción del "libro del pacto" (cap. 23: 19).
27.
Estas palabras.
Es decir, las palabras de los vers,
10-26.
Conforme a estas palabras.
Dios cumpliría su parte del
pacto siempre que el pueblo cumpliese fielmente lo que a él le tocaba.
28.
Cuarenta días.
Se repitió el
mismo período de la permanencia anterior de Moisés con Dios en el monte (cap.
24: 18). Esta vez el pueblo resistió con éxito la prueba ocasionada por la
ausencia de Moisés (cap. 34: 30-32).
No comió pan.
En esto
también se repitió la experiencia anterior (Deut. 9: 9-12). La comunión de
Moisés con el Señor le dio fuerza física, tornándose innecesarios el alimento y
la bebida. Las necesidades del cuerpo no fueron sentidas porque los deseos del
espíritu habían sido tan plenamente satisfechos (Sal. 16: 11). Elías (1 Rey. 19:
8) y Jesús (Mat. 4: 1, 2) son las únicas otras personas de quienes las
Escrituras nos dicen que ayunaron por un período de la misma longitud. El sujeto
tácito de la forma verbal "escribió" no debe ser Moisés sino "Dios" (Exo. 34:1;
Deut. 10: 1-4).
29.
Después que hubo
hablado con él.
Preferiblemente, "porque habló con él". El rostro
radiante de Moisés no era sino un reflejo de la gloria divina (2 Cor. 3: 7). De
manera similar, en ocasión de la transfiguración, la divinidad se dejó traslucir
(Mat. 17: 2). En la ocasión anterior cuando Moisés había estado con Dios, no
quedó en su rostro ninguna marca visible de la presencia divina (Exo. 24: 12-
18). Esta diferencia se debió, al menos en parte, al hecho de que desde su
primer ascenso Moisés había pasado por una terrible prueba, y de esa amarga
experiencia había salido como un mejor hombre, más puro y más apto para la
íntima comunión con su Dios, y en parte a que el pueblo ahora estaba arrepentido
y no era rebelde. Moisés había desplegado devoción, valor y celo al refrenar la
apostasía.
Al rehusar ser el único progenitor de un pueblo a quien Dios
se proponía adoptar en lugar del inicuo Israel (cap. 32: 10), y al ofrecerse a
sí mismo en expiación por las transgresiones del pueblo (Exo. 32: 32; Juan 15:
13), había manifestado un espíritu de suprema abnegación. Desde esa ocasión
persistió en la intercesión de todo corazón y desinteresada en favor de sus
compatriotas (Exo. 33: 12-16). Teniendo en cuenta esta demostración de la más
elevada devoción religiosa, reflejo del carácter de Dios mismo, era apropiado
que se le permitiese el privilegio exclusivo de ver la gloria del Creador (caps.
33: 18-23; 34: 5-8). No es de maravillarse que su rostro resplandeciese luego de
tal experiencia. Indudablemente Pablo tuvo en cuenta a Moisés cuando escribió 2
Cor. 3: 18.
El que está lleno del Espíritu de Dios refleja el glorioso
carácter del Eterno. De los que viven cerca de Dios mana una influencia que,
aunque pase inadvertida para ellos como ocurrió con Moisés, tiene un marcado
efecto sobre otros. Impresionamos más a los hombres, no por lo que luchamos por
lograr, sino por lo que logramos inconscientemente.
30.
Tuvieron miedo.
Su mala conciencia había hecho sentir a
Aarón y al pueblo que Dios aún estaba lejos de ellos, y se apartaron del
radiante rostro de Moisés. Si hubiesen sido siempre obedientes a Dios, el gozo
habría tomado el lugar del temor y habrían recibido con alegría la luz del
cielo. Este reflejo de la gloria y de la majestad de Dios tenía el propósito de
hacer ver a Israel el carácter sagrado de su ley y la gloria del Evangelio
revelado por medio de Cristo. Ambos le habían sido presentados a Moisés en el
monte. Esa luz divina simbolizaba la gloria de la dispensación de la cual Moisés
era el mediador visible (2 Cor. 3: 7, 11, 14; PP 340).
33.
Y cuando acabó Moisés de hablar.
Mientras Moisés le
contaba al pueblo "todo lo que Jehová le había dicho" (vers. 32), su rostro
estaba descubierto. Luego con un velo se cubrió el rostro ante la gente. Este
velo representa a Jesucristo, quien veló su divinidad con humanidad a fin de que
pudiera tener comunión con nosotros (Fil. 2: 5-11; DTG 14). Si el Hijo de Dios
hubiese venido con la gloria del cielo, los hombres pecadores no podrían haber
soportado su presencia. Pero como Hijo del hombre, pudo asociarse libremente con
los pecadores y prepararlos para ser restaurados a la presencia misma de Dios.
34.
Cuando venía Moisés.
Es decir,
cuando entraba en el " "tabernáculo de reunión" " (cap. 33: 7-10). Cuando salía
nuevamente para hablarle al pueblo las palabras de Dios, dejaba su rostro
descubierto hasta haber terminado de dar el mensaje. Esa luz santa añadía
autoridad divina a su mensaje y daba evidencia permanente de que les hablaba en
calidad de representante de Dios. Al igual que la luna, daba testimonio del sol
ausente.
35.
Al mirar los hijos de Israel.
Luego de dar cada mensaje, Moisés volvía a cubrirse el rostro hasta
entrar nuevamente en el "tabernáculo de reunión" . En 2 Cor. 3: 7-18 el apóstol
Pablo usa este velo del rostro de Moisés para representar la gloria velada del
viejo pacto en contraste con la gloria descubierta e imperecedera del nuevo
pacto. La gloria de Dios puede ser discernida a través del AT, aunque a menudo
está velada por las imperfecciones de los hombres por medio de los cuales Dios
llevaba a cabo su plan. En este pasaje Pablo habla del "velo" que llevaban sobre
el "corazón" los judíos de su tiempo, para representar así su ceguera espiritual
al no reconocer a Jesús de Nazaret como el Mesías de la profecía (Mat. 15: 24;
23: 16; Juan 9: 39-41). Nuestro Señor encontró dificultad en quitar esta ceguera
aun de sus propios discípulos (Luc. 24: 25).
El que Moisés se hubiera
quitado el velo es también símbolo de la manera en la cual el creyente cristiano
puede mirar "a cara descubierta", o sea sin velo, "la gloria del Señor" como una
promesa de que él también será transformado "de gloria en gloria en la misma
imagen" (2 Cor. 3: 18). "La gloria reflejada en el semblante de Moisés
representa las bendiciones que, por medio de Cristo, ha de recibir el pueblo que
observa los mandamientos de Dios" (PP 341).
COMENTARIOS DE
ELENA G. DE WHITE
1-35 PP 340, 341
5-7 DMJ 87
6
CS 21; DMJ 25; DTG 11, 270; Ed 19, 33, 38; FE 177; MC 370; 8T 322
6, 7
CC 8; CH 204; CS 555, 596, 685; DMJ 45; DTG 179; 2JT 479; MC 406; PP 680; PR
221, 232; PVGM 148, 268; 5T 633
6-8 CM 27; FE 178
6-10 PP 339
7 CH 19, 37, 49, 112; EC 18; DMJ 26; PP 502; Te 75
14 3T 238,
248
19, 20 HAp 271; 1JT 547
24 PP 578
28 PP 323, 340
29 LS 245; OE 150; PE 15; PP 340; 3T 354; 4T 342; 3TS 385
30 PP
340; 4T 343
30, 31 3T 354
33 PP 341; 3T 355; 4T 343
CBA Éxodo
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