Comentario Bíblico Adventista Levítico 11
Comentario Bíblico Adventista
Levítico Capítulo 11
2.
Estos son los animales.
Los principios expuestos en este capítulo fueron establecidos por Dios para que
los que le aman y escogen servirle no consuman los alimentos de origen animal
que podrían dañar sus cuerpos. Como se podrá ver más adelante, en varios casos
no es posible identificar con precisión a los animales en cuestión. En algunos
casos, se expresa claramente esa duda. Sin embargo, esta medida de incertidumbre
no presenta problemas insolubles al cristiano que se propone en su corazón no
contaminar el "templo de Dios" (1 Cor. 3: 17) sino hacer "todo para la gloria de
Dios" (1 Cor. 10: 31). Para tal persona, los principios fundamentales que aquí
se bosquejan serán una orientación suficiente.
4.
No comeréis éstos.
El camello pareciera
tener la pezuña hendida, pero en la parte posterior de la pata tiene una especie
de talón. Por lo tanto se lo considera inmundo. [Con el camello se incluye a los
demás camélidos: llama, alpaca, vicuña, guanaco. N. del T.]
Inmundo.
Los judíos debían tener todas las cosas inmundas "en abominación",
shaqats (vers. 11, 13, 43). De la misma raíz es el verbo abominar en Deut. 7: 26
y Sal. 22: 24. Los animales que aquí se enumeran como "inmundos" no son aptos
para la alimentación humana (DTG 569; 2T 96; ver com. Gén. 9: 3).
5.
Conejo.
De shafan , "el que se
esconde". La descripción del conejo en Prov. 30: 26 hace pensar en algún animal
diferente del que hoy llamamos conejo. La BJ traduce "damán", una especie de
marmota. Algunos comentadores han pensado que pueda referirse más bien a un tipo
de tejón que vive entre las piedras. Este tejón se parece bastante al apereá
(especie de conejillo de Indias) en tamaño, apariencia y habitat. Por otro lado,
el tejón es carnívoro y el apereá es roedor granívoro.
6.
La liebre.
Desde el punto de vista científico, la
liebre no puede rumiar, pues no tiene la debida disposición anatómica para
hacerlo. Pero sí mastica su alimento de tal manera que pareciera rumiar. Es
inmunda porque no tiene la pezuña hendida.
Rumia.
En este pasaje
no está implicado un problema de precisión científica, porque las Escrituras
hablan el lenguaje del común de las gentes. Para ellas la liebre parecía
rurniar. Cuando decimos que el sol se "pone", nadie nos recrimina por haber
dicho algo científicamente incorrecto, aunque bien sabemos que el sol no se
"pone". Muchas veces se habla de una ballena como de un "pez", aunque sabemos
que es en realidad un mamífero acuático. No debe criticarse la Biblia y tratarla
de poco científica cuando usa expresiones comunes del pueblo.
7.
El cerdo.
De todos los animales
prohibidos por ley, se consideraba al cerdo como el más inmundo (ver Isa. 65: 3,
4; 66: 17). No es ésta la ocasión de discutir con detalles el daño causado por
la ingestión de la carne porcina. Para el cristiano basta hacer resaltar la
actitud de Dios para con ella. Debe haber algo dañino en el consumo de la carne
de cerdo; de otro modo Dios no hubiera hablado como lo hace. El creó el cerdo y
sabe lo que es. Prohibe el uso de su carne como alimento.
Es evidente
que Cristo no consideraba de gran valor a los cerdos pues permitió la
destrucción de unos dos mil de estos animales (Mat. 8: 31, 32; Mar. 5: 13). No
sabemos qué valor monetario tenían esos cerdos. Hoy tendrían un valor
considerable, y sin duda también entonces representaban una gran inversión. Dos
hombres habían sido sanados de cuerpo y alma, pero al costo de dos mil cerdos.
Cristo consideró que los hombres valían este precio; los lugareños pensaron de
otra manera.
No importa lo que piensen los hombres en cuanto a si se
puede comer la carne de cerdo o no, Dios en este pasaje lo desaprueba. Dios no
cambia de opinión (Mal. 3: 6); y es también cierto que los cerdos no han
cambiado de naturaleza. Hacemos bien en prestar atención al consejo divino.
9.
Todos los que tienen aletas y escamas.
Dios desea que su pueblo sólo consuma aquellos alimentos que son
mejores. Aquí él hace la distinción entre los animales limpios y los inmundos
que viven en las aguas. Los que tienen tanto aletas como escamas son permitidos.
Los que no tienen aletas, o que no tienen escamas, o que no tienen ni aletas ni
escamas, no son permitidos. Al indicar lo que puede comerse, se eliminan todos
los otros.
13.
Las aves.
No se da
una regla general para distinguir entre las aves limpias y las inmundas. Se
nombran veinte que son prohibidas, lo que permitiría inferir que todas las demás
pueden comerse. Sin embargo, algunos comentadores bíblicos creen que esta lista
de veinte no es exhaustiva sino que sólo se refiere a las aves conocidas por los
hebreos.
El quebrantahuesos.
Tanto esta ave como el azor, o
"águila marina" (BJ), son aves de rapiña que se alimentan de carroña, siendo por
lo tanto inaceptables como alimento,
14.
El
gallinazo, el milano.
Mejor, "el buitre, el halcón" (BJ).
Según
su especie.
O "en todas sus especies" (BJ). Esta expresión indica que se
incluyen todos los miembros de una misma familia aunque no se nombra sino un
animal (vers. 15, 16, 22).
16.
Gaviota.
Hay diferentes opiniones en cuanto a la identidad de algunas de las aves
de esta lista.
17.
Somormujo.
También se la llama somorgujo. Un ave palmípeda.
18.
Calamón.
Difícilmente sea el "cisne" (BJ). Su
identificación no es exacta. Puede tratarse también del gallinazo o, según
otros, de alguna lechuza.
El buitre.
Posiblemente se trate del
buitre egipcio, ave de hábitos inmundos y repulsivos.
19.
La garza.
Se trata de un ave voraz, probablemente una
variedad de avefría (chorlito).
La abubilla.
Puede ser otra
variedad de avefría, ave insectívora de pico curvo y delgado.
El
murciélago.
Se encuentra en la lista de aves a pesar de ser mamífero,
probablemente porque también vuela.
20.
Insecto alado.
Es decir, "bicho alado" (BJ),que también
se arrastra.
22.
El langostín.
Posiblemente algún tipo de langosta o grillo. La BJ sencillamente
translitera las palabras hebreas: "toda clase de solam, de jargol y de jagab".
Aunque no es posible identificar con total precisión estos tres últimos
insectos, parece tratarse de la langosta en las distintas etapas de su
metamorfosis, o bien del saltamontes.
Los cuatro insectos enumerados en
este versículo eran usados corrientemente como alimento en la antigüedad, y
hasta el día de hoy en el Oriente se los come generalmente asados. También se
los hierve en agua con sal. Se desechan la cabeza, las alas, las patas y las
entrañas. También puede freírselos. Para uso posterior, se los seca o ahúma. Se
sirven con sal, especias o vinagre. En algunos mercados orientales se venden las
langostas por peso, o por número, enhebradas en un hilo.
23.
Todo insecto alado.
Es decir "cualquier otro bicho
alado" (BJ), fuera de los nombrados. El hecho de que muchos insectos son
portadores de enfermedades explica el cuidado escrupuloso que debe tomarse luego
de haber entrado en contacto con ellos (vers. 23-25).
29.
Animales que se mueven.
Un grupo misceláneo
que comprende a roedores, reptiles y otros.
La comadreja.
La
palabra hebrea así traducida designa a un animal escurridizo y elusivo, lo que
cuadra bien con la comadreja.
El ratón.
Es probable que este
término incluya a varios roedores pequeños.
La rana.
Mejor,
"lagarto" (BJ), o "cocodrilo de tierra" (LXX). En muchos lugares se considera
comestible el lagarto. Los árabes preparan un caldo con su carne. En otros
países se seca la carne y se usa como amuleto o medicina.
30.
El erizo.
La palabra así
traducida sólo aparece aquí en el AT. Parece referirse a una lagartija o
salamanqueja (salamanquesa), animal capaz de trepar por superficies verticales.
Cocodrilo.
Se trata de kóaj , una especie aún no determinada de
lagartija.
El lagarto.
Una lagartija de unos 5 cm de largo que
se alimenta de insectos y corre por las paredes.
En total, este
versículo menciona cinco variedades de lagartos y/o lagartijas.
39.
Y si algún animal.
La
prohibición de tocar un cuerpo muerto se aplicaba también al cadáver de un
animal cuya carne podía comerse.
40.
El que
comiere.
Aquí está implícito que algunos posiblemente comerían de la
carne de un animal muerto de muerte natural. La ley prohibía estrictamente el
uso de "carne destrozada por las fieras en el campo" (Exo. 22: 31). Los
sacerdotes no debían comer nada "mortecino ni despedazado por fiera" " (Lev. 22:
8). Sin embargo, podría ocurrir que en alguna oportunidad se comiese, tal vez
sin darse cuenta, o por carencia de recursos. Puesto que el comer tal carne
provocaba una contaminación ceremonial, se presentan las disposiciones para una
purificación de la misma índole.
La prohibición de comer carne de un
animal "mortecino o despedazado por fiera" sin duda se debía a que en tales
casos casi toda la sangre quedaba en el cadáver, sin ser drenada en la forma
debida.
44.
Seréis santos.
Es
indudable que existe una estrecha relación entre la santidad y los hábitos
alimentarios. La santidad comprende la obediencia a las leyes divinas
relacionadas con el cuerpo físico.
NOTA ADICIONAL AL
CAPÍTULO 11
Algunos consideran que Dios se rebajaría si diera
instrucciones en cuanto al régimen alimentario humano. ¿Por qué habría Dios de
preocuparse de lo que comemos?
Podríamos ampliar ese concepto
preguntando cuál será la razón por la que Dios se interesa en el hombre. " "¿Qué
es el hombre, para que tengas de él memoria?" " , es la pregunta del salmista
(Sal. 8: 4). Cristo la contestó diciéndonos que Dios no sólo se interesa en el
hombre, sino también en muchas cosas aun menos valiosas (Luc. 12: 7).
El
hombre está hecho a la imagen de Dios. Los gorriones no comparten ese honor. Se
dice que el hombre es precioso a la vista de Dios y de más valor " "que el oro
fino", "más que el oro de Ofir" (Isa. 13: 12; 43: 4). La medida de la estimación
que Dios tiene del hombre es demostrada en que se identifica con él. " "Porque
el que os toca, toca a la niña de su ojo" " (Zac. 2: 8). Además, el hecho de que
Dios pagara un precio tan elevado para lograr la redención del hombre, para el
cristiano es una señal del valor que Dios le adjudica. Por lo tanto, podemos
confiar que cualquier cosa que afecta al hombre es de interés para Dios.
Las leyes divinas sobre la alimentación no son, como algunos lo suponen,
simplemente negativas y prohibitorias. Dios desea que el hombre disponga de lo
mejor de todas las cosas, "lo mejor del trigo" (Sal. 81: 16; 147: 14). Aquel que
creó todas las cosas sabe lo que más conviene a sus criaturas y, de acuerdo con
su sabiduría, da consejos y recomendaciones. " "No quitará el bien a los que
andan en integridad" " (Sal. 84: 11). Lo que Dios prohibe no lo prohibe en forma
arbitraria, sino para el bien del hombre. Los hombres pueden menospreciar el
consejo divino, pero la experiencia y los resultados finales siempre demuestran
la sabiduría celestial.
Dios le dio al hombre un maravilloso cuerpo con
posibilidades casi ilimitadas, pero que también consta de muchos órganos
delicados, que deben ser cuidadosamente protegidos del abuso si es que han de
funcionar bien. Dentro del cuerpo mismo Dios ha dispuesto lo necesario para el
cuidado y la mantención de sus diversos órganos, y aun para su renovación, si se
siguen las instrucciones dadas por él. En muchos casos es posible comenzar un
proceso de rehabilitación aun años después de haber abusado del cuerpo. Los
poderes recuperativos de la naturaleza son maravillosos. En el momento mismo de
sufrir una herida, las fuerzas vitales del cuerpo inmediatamente comienzan a
reparar el daño hecho. Los médicos pueden ayudar y hacer un gran bien, pero no
tienen poder sanador. En muchos casos lo único que pueden hacer es dejar que
Dios obre.
Algunos insisten en que Dios se interesa más por el alma del
hombre que por su cuerpo; que los valores espirituales son superiores a los
físicos. Esto es cierto, pero debe recordarse que el cuerpo y el alma están
íntimamente interrelacionados, que el uno afecta poderosamente al otro, y que no
siempre es fácil decir dónde comienza uno y termina el otro. Aunque concordamos
en que el hombre espiritual es de suprema importancia, no creemos que por eso
deba descuidarse el cuerpo. Tal era la filosofía de ciertos "santos" medievales
que se mortificaban el cuerpo para beneficio del alma; pero ése no era el plan
de Dios. Unió el cuerpo con el alma para que se beneficiaran mutuamente.
La declaración " "porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es
él" " (Prov. 23: 7) toca uno de los problemas fundamentales de la vida. El
hombre es lo que piensa. ¿Es un proceso físico el pensamiento? ¿Pueden existir
los pensamientos independientemente de algún tipo de mecanismo que sea capaz de
pensar? Sea lo que fuere el pensamiento, de todos modos determina la conducta.
Si una persona piensa en forma correcta, es probable que su conducta sea
correcta. Si la mente se ocupa en lo malo, las acciones serán malas.
¿Tiene el cuerpo alguna influencia sobre el pensamiento del hombre? Por
cierto que sí. Todos saben que ingerir bebidas embriagantes afecta tanto el
pensamiento como las acciones. El alcohol desbarata el juicio del hombre y
tiende a hacerlo irresponsable. Su mente no funciona como cuando está sobrio;
sus facultades no operan normalmente; todas sus reacciones se retardan. Si
maneja un automóvil, se convierte en un peligro para otros y en un homicida en
potencia (ver com. cap. 10: 9).
La mayoría de los hombres admiten que la
bebida tiene malos efectos. ¿Pueden tener efectos similares los hábitos erróneos
de alimentación? Sí, aunque quizás no sean tan notables como los del alcohol. El
alimento afecta la conducta y el pensamiento del hombre. Más de un muchacho ha
recibido una paliza porque las tostadas del padre se habían quemado, o porque el
café estaba chirle o frío. Más de un divorcio ha tenido su origen en el
departamento culinario de la casa. Los vendedores no esperan concretar buenas
ventas frente a clientes dispépticos. El abogado astuto sabe que hay un momento
adecuado para acercarse a un juez venal en busca de una consideración favorable;
y los diplomáticos y estadistas conocen el valor de un banquete opíparo. Si se
combinan en forma hábil el vino y los alimentos, se puede llegar a acuerdos que
nunca se firmarían si los contratantes hubieran estado en pleno uso de sus
facultades normales. Tales acuerdos han sido la maldición del mundo por
generaciones.
¿Afecta a la mente el alimento? ¿Afectan el espíritu la
comida y la bebida? Por supuesto. Una perspectiva agria de la vida a menudo nace
de un estómago ácido. El comer bien no necesariamente producirá un genio
agradable; pero comer mal entorpece el vivir a la altura de la norma fijada por
Dios.
Las leyes divinas que rigen la alimentación no son
pronunciamientos arbitrarios que privan al hombre del gozo de comer. Son más
bien leyes sensatas y justas que el hombre hará bien en acatar si desea mantener
la salud, o tal vez recobrarla. Por regla general se encontrará que el alimento
que Dios aprueba es el mismo que los hombres han descubierto que es el mejor, y
que el desacuerdo no proviene de lo que se aprueba, sino de lo que se prohibe.
Estos estatutos alimentarlos fueron dados al Israel de antaño y se
adaptaban a sus circunstancias. La mayoría de los judíos aún los respeta, y
estas leyes han servido bien durante más de 3.000 años. La condición física de
los judíos da testimonio de que estas reglas no son obsoletas ni han perdido su
vigencia, si es que entendemos que su propósito es el de producir un pueblo
notablemente libre de muchas de las enfermedades que azotan a los hombres hoy. A
pesar de las persecuciones y las penalidades sufridas por los judíos, mayores
que las experimentadas por cualquier otra nación sobre la faz de la tierra, y
por períodos más largos, en general los judíos son una raza vigorosa. Al menos
en parte, este hecho se explica por su obediencia a las leyes sobre alimentación
presentadas por Dios en Lev. 11.
Las leyes impartidas a Israel en el
Sinaí trataban de todos los aspectos de su deber para con Dios y el hombre.
Estas leyes pueden clasificarse de la siguiente manera:
1. Morales. Los
principios expresados en el Decálogo reflejan el carácter divino, y son tan
inmutables como Dios mismo (ver Mat. 5: 17, 18; Rom. 3: 31).
2.Ceremoniales. Estas leyes se ocupaban del sistema de culto que
prefiguraba la cruz, y que por lo tanto dejó de existir en ocasión de la muerte
de Jesús (Col. 2: 14-17; Heb. 7: 12).
3.Civiles. Estas leyes aplicaban
los amplios principios de los Diez Mandamientos a la estructura del antiguo
Israel como nación. Aunque este código quedó invalidado cuando el Israel antiguo
dejó de ser una nación, y no ha sido puesto en vigor como tal en el Estado de
Israel moderno, que no es una teocracia, sin embargo, los principios
fundamentales de justicia y equidad comprendidos siguen teniendo validez.
4.De salud. Los principios de alimentación de Lev. 11, junto con otras
reglas higiénicas, fueron dados por el sabio Creador para fomentar la salud y la
longevidad (ver Exo. 15: 26; 23: 25; Deut. 7: 15; Sal. 105: 37; PP 396). Por
estar basados en la naturaleza y las necesidades del cuerpo humano, estos
principios no pueden ser afectados de ninguna manera ni por la cruz ni por la
desaparición temporal de Israel como nación. Estos principios que fomentaban la
salud hace 3.500 años, producirán los mismos resultados hoy.
El
cristiano sincero considera que su cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Cor.
3: 16, 17; 6: 19, 20). El aprecio de este hecho lo llevará, entre otras cosas, a
comer y beber para la gloria de Dios, es decir, a regir su alimentación por la
voluntad revelada de Dios (1 Cor. 9: 27; 10: 31). Por eso, para ser consecuente,
debe reconocer y obedecer los principios enunciados en Lev. 11.
NOTA ADICIONAL AL CAPÍTULO 11 PROPIA DE LA EDICION
CASTELLANA
El cap. 11 de Lev. puede suscitar algunas preguntas
y dudas en cuanto a la forma en que aparecen allí agrupados diversos animales.
Por eso, recuérdese que fue el sabio naturalista sueco Carlos Linneo (1707-1778)
quien puso las bases de la moderna clasificación zoológica en su libro Systema
Naturae de 1758. Esta fue revisada por Lamarck (1744-1829), en 1801; en 1829,
por Cuvier (17691832), quien introdujo varios cambios al dividir los animales en
cuatro ramas; por Leuckart, en 1840; Agassiz, en 1859; Haeckel en 1864 y Ray
Lankester, en 1877. Todos ellos dieron forma al aspecto general que presenta la
clasificación que usamos actualmente en zoología. En rigor de verdad, la
clasificación es artificial, hecha para estudiar en forma ordenada los animales
que presentan características comunes.
En último término, la
clasificación que se halla en los libros de ciencia natural es un artificio que
no siempre sigue una lógica rigurosa. Afirmamos esto porque una cantidad de
animales han sido clasificados -por supuesto mucho después de Linneo -
obedeciendo a un criterio basado en la idea de la evolución.
Entre ellos
podemos mencionar al anfioxo, animalito semejante a un "pececito" (supuesto
eslabón entre los invertebrados y los vertebrados) que se encuentra en las
playas del sur de la Argentina. Otro ejemplo está constituido por ciertos
parásitos de algunos calamares que viven en el océano Indico. Se trata del Filum
mesozoa , formado por diminutos animales en forma de gusanos, denominados
Dicyema y Rhopalura . Los Dicyema viven como parásitos en los riñones
(nefridios) de pulpos y calamares. Los Rhopalura son raros parásitos de los
tejidos y las cavidades de lombrices y estrellas de mar. Los evolucionistas
hacen para estos animalitos toda una gran división -denominada Phylum - porque
suponen que son un eslabón entre dos etapas de la evolución; intermediarios
entre los animales de una sola célula y los que están formados por muchas.
Esto confirma lo que ya dijimos, que todas las divisiones en la
clasificación son conceptos humanos, puesto que en la naturaleza sólo existen
individuos (por ejemplo, un gato) o poblaciones animales (por ejemplo, una
colmena).
Con el propósito de documentar lo que acabamos de afirmar en
el párrafo precedente, recurrimos a la autoridad del catedrático Tracy I.
Storee, profesor de zoología y zoólogo de la Estación Experimental de
Agricultura de la Universidad de California, en Davis. Nos informa: "Los
zoólogos concuerdan bastante bien en mucho de lo que atañe a la clasificación
animal, pero no hay dos que tengan exactamente la misma opinión en cuanto a
todos los detalles. Como resultado, no hay dos libros que contengan esquemas
idénticos de clasificación" ( General Zoology , pág. 260, McGraw Hill, Book
Company Inc., Nueva York, 1951). Esta obra es libro guía en más de uno de los
principales museos argentinos.
Todas las agrupaciones particulares
llamadas género, especie, clase, orden, familia, etc. son producto del ingenio
humano para estudiar ordenadamente los animales, de los que hay unas 900.000
formas distintas. Nadie podría familiarizarse más que con una pequeña porción de
tan gran número de animales conocidos.
Dado que uno de los propósitos de
la zoología es obtener una perspectiva de la totalidad del reino animal, se hizo
necesario algún artificio para agruparlos con fines de estudio. Esta función es
cumplida por una división de la ciencia llamada zoología sistemática, taxonomía
o clasificación. La nomenclatura de los animales se ha basado en sus caracteres
y supuesto origen. La llamada clasificación natural se funda en la teoría de la
evolución y es un esfuerzo para indicar el supuesto árbol genealógico del reino
animal y sus subdivisiones. En tal nomenclatura, los evolucionistas consideran
esencial distinguir los caracteres homólogos o de presunto origen similar, y los
análogos, o de funciones parecidas.
En vista de lo expuesto, la
nomenclatura que se utiliza en la Biblia es tan legítima como cualquier otra. Al
estudiarla se recibe la impresión de que está hecha a propósito en el lenguaje
popular para que se pudiera entender con facilidad de qué animales se trataba.
Sin embargo, en nuestros días -a muchos siglos de distancia, en ambientes donde
hay animales que no existían en las zonas bíblicas y viceversa, y con los
problemas propios de los cambios y las mutaciones inherentes a todos los idiomas
- se ha perdido o resulta dudoso el significado de varios de esos nombres. Con
todo, es posible estudiar la orientación que nos proporciona el pueblo hebreo
-por lo menos el sector fiel a las enseñanzas dadas por Dios por medio de
Moisés- que los ha transmitido a través de su tradición.
Así puede ser
mejor nuestro conocimiento en los casos de duda, como los que figuran en Lev.
11: 22 donde se habla del "argol" y el "hagab", imposibles de identificar.
Anotaremos que "argol" y "hagab" ("jargol" y "jagab" en la BJ) son meras
transliteraciones de palabras hebreas; no son en realidad traducciones.
Anotaremos también que el animal limpio llamado "langostín" (cap. 11:
22) no debe confundirse con el "langostino" marítimo. El primero dispone de
cuatro patas, dos "piernas" "para saltar" y es "alado". Es evidente que son
características imposibles de confundir con las de un animal marítimo.
En caso de una legítima vacilación acerca de si determinado animal es
"limpio" o "inmundo", bien vale la pena aplicar el sabio adagio latino "En la
duda, abstente". Más todavía, es necesario obedecer la admonición bíblica: " "El
que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo
que no proviene de fe, es pecado" " (Rom. 14: 23).
COMENTARIOS DE ELENA G. DE WHITE
1-8 DTG
569
7, 8 CH 116; CRA 33, 468; 1T 206
CBA Levítico
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