Comentario Bíblico Adventista Levítico 10
Comentario Bíblico Adventista
Levítico Capítulo 10
1.
Nadab y Abiú.
Eran dos de los hijos de Aarón, y por lo tanto sobrinos de Moisés. Después de Moisés y Aarón ocupaban los puestos más elevados en Israel y tenían muchas ventajas y privilegios. Habían oído la voz de Dios; habían estado con Moisés y Aarón en el monte de Dios; habían visto al Dios de Israel, y "comieron y bebieron" (Exo. 24: 9-11). Habían recibido grandes favores; pero no habían aprovechado esas oportunidades.
Poco antes de que ocurriese lo
registrado en este capítulo, habían pasado toda una semana de estudio y
meditación, preparándose para el día en que habrían de comenzar a oficiar en el
santuario. Habían ayudado a su padre a ofrecer los sacrificios, y le habían
llevado la sangre de las víctimas (Lev. 9: 9). Habían presenciado el solemne
servicio de la dedicación y ellos mismos habían sido rociados con la sangre del
sacrificio. Habían sido completamente adoctrinados y conocían cabalmente la
santidad de la obra de Dios. Todo esto sirvió solamente para hacer más grave su
pecado. No tenían excusa. Cuando les tocó oficiar, hicieron lo que Dios "nunca
les mandó".
Fuego extraño.
Fuego común. No había sido tomado del altar de los
holocaustos, fuego que Dios mismo había encendido y que era por lo tanto sagrado
(cap. 16: 12,13). En el atrio de la congregación había fogones donde los
sacerdotes se preparaban la comida, y quizá Nadab y Abiú tomaron su fuego de
allí.
2.
Fuego de delante de Jehová.
El efecto producido en el pueblo reunido para la oración debe haber sido
profundo. Unos pocos meses antes Israel había visto la gran manifestación del
poder de Dios al pronunciar la ley; luego apostató adorando al becerro de oro.
Dios había estado a punto de desheredarlo, pero por los ruegos de Moisés había
sido restaurado. Había construido el tabernáculo, que había sido aceptado; Dios
había demostrado su agrado por el espíritu de devoción que representaba el
santuario, al mandar fuego para consumir el sacrificio. Y ahora, a la hora del
sacrificio vespertino, cuando el 762 pueblo se hallaba reunido, sucedió lo
imprevisto. Dos de los hijos de Aarón estaban muertos. El gozo se tornó en pesar
y perplejidad. ¿Los habría abandonado Dios? ¿Qué significaba esta tragedia?
3.
Entonces dijo Moisés.
La
declaración a la cual quizá se refería Moisés es la de Exo. 19: 22: " " Y
también que se santifiquen los sacerdotes que se acercan a Jehová, para que
Jehová no haga en ellos estrago". " Es evidente que los hijos de Aarón no se
habían santificado. La consagración al sacerdocio no había efectuado un cambio
en su corazón; ellos mismos eran "profanos" aún.
El carácter dócil e
indulgente de Aarón constituía la raíz del problema. Debe haber tenido
remordimientos de conciencia al pensar en su propia debilidad de tan sólo unos
meses atrás. Es verdad que Dios lo había perdonado, Dios había aceptado su
ofrenda por el pecado; pero los resultados de su debilidad no habían sido
evitados por el arrepentimiento. "Y Aarón calló".
6.
Ni rasguéis vuestros vestidos.
Era la costumbre
rasgarse la ropa cuando se sentía gran tristeza. Esto se hacía rasgando la parte
superior delantera de las vestimentas, para exponer, por así decirlo, la
tristeza del corazón. Aarón y los hijos que le quedaban no debían hacer esto,
pues de esa manera parecerían estar mostrando desagrado por los juicios de Dios.
Tampoco debían descubrirse la cabeza, ni presentar un aspecto desarreglado,
según típica demostración de tristeza propia de los orientales.
7.
Conforme al dicho de Moisés.
Con
gran pesar en el corazón, Aarón prosiguió serenamente con el ritual del
sacrificio vespertino y ofreció el incienso. Ni en palabra ni en gesto reveló su
tristeza. Cuando el pueblo lo vio realizar su ministerio con calma y sin
perturbación, se dio cuenta de que la trágica pérdida de dos hijos no había
debilitado la fe de Aarón en Dios. Quizá ellos no entendiesen, pero la calma de
Aarón suavizó sus propios temores y restableció su fe.
9.
No beberéis.
Esta prohibición sugiere la causa de la
transgresión. No pareciera razonable pensar que Dios hubiese proclamado tal
orden en ese momento y en esas circunstancias a no ser para aclarar la verdadera
causa de la tragedia.
Para que no muráis.
La muerte era el
castigo más severo que podía aplicarse, y hacía resaltar la actitud de Dios para
con el uso de bebidas embriagantes. El pecado de esos jóvenes no era un asunto
de poca importancia que pudiese ser borrado con ofrecer un sacrificio. Había
sido deliberado y reflejaba desprecio de las cosas santas. Era un pecado de
magnitud y merecía un castigo drástico.
10.
Para poder discernir.
El vino y las bebidas fuertes
pueden entorpecer de tal manera las facultades, que el hombre no logra
distinguir claramente entre lo bueno y lo malo, lo santo y lo profano, lo puro y
lo inmundo. Por esto los dos hijos habían tomado fuego común al entrar en el
santuario; en la condición en que se encontraban, no percibieron ninguna
diferencia. Hasta donde pudiesen ver los hombres, no había diferencia. ¿Acaso el
fuego no es siempre fuego? Pero Dios juzgó sus corazones, y vio lo que los
hombres no podían ver. Había diferencia. De manera similar, el primer día de la
semana es tan bueno como el séptimo día, según el razonamiento humano. No hay
diferencia: a no ser la orden de Dios. Y es ahí donde está la distinción, una
distinción vital: la diferencia entre la vida y la muerte.
Cualquier
forma de intemperancia hace menos nítida la diferencia entre lo santo y lo
profano, entre lo limpio y lo inmundo, entre lo correcto y lo erróneo. El uso de
bebidas alcohólicas afecta todas las facultades y altera los procesos ordenados
de la mente. La persona que conduce un vehículo luego de haber bebido alcohol,
es una amenaza para sí misma y para otros; es un homicida en potencia. Su mente
está confundida, sus reflejos son lentos, su visión no es digna de confianza y
su sentido de responsabilidad casi no existe.
Estos peligros no se
limitan a los que están realmente ebrios. Aun una pequeña cantidad de alcohol
puede causar desastres. El bebedor moderado es un riesgo para la sociedad. Puede
hacer incalculable daño. El hecho de que puede tolerar bien el alcohol, de lo
cual se jacta, y controlarse bien después de haber bebido, puede llevar a otros
a pensar que podrían hacer lo mismo. El bebedor empedernido causa repulsión por
su suciedad, y sirve de advertencia. El bebedor moderado tienta a otros a seguir
su ejemplo porque da la apariencia de ser "respetable". A la larga, de los dos,
es el bebedor moderado el que hace más daño.
No sólo son afectadas por
la bebida las facultades físicas sino también las morales; éste es posiblemente
el peor de los dos males. El asalto, el homicidio, la violación, la deslealtad,
no significan lo mismo para el bebedor. Bajo la influencia del vino, los hombres
hacen lo que nunca pensarían hacer estando sobrios. Solamente en el juicio se
revelará el pecado de la embriaguez en sus verdaderas dimensiones. La
advertencia divina para Aarón y sus hijos se aplica plenamente hoy. Los hombres
no pueden beber y tener al mismo tiempo una clara percepción de la diferencia
entre lo santo y lo profano, entre lo limpio y lo inmundo (Isa. 28: 7).
Esta instrucción se dirige especialmente a los dirigentes. La enseñanza
es más que instrucción verbal; abarca tanto ejemplo como precepto. ¿Qué puede
ocurrir si el juicio del maestro en cuanto a lo que es correcto y lo que es
incorrecto está confundido y su conducta contradice sus palabras? De entre todos
los hombres, aquellos que enseñan a otros, ya sea en el Estado o en la Iglesia,
siempre deben tener la mente alerta, lista para hacer frente a cualquier
problema que surja. Cuando consideramos algunas de las decisiones tomadas en los
consejos de Estado, sabiendo la cantidad de alcohol que se ha consumido en tales
ocasiones, comprendemos que el consejo de Dios de no beber ni vino ni bebidas
fuertes es una verdad que también hoy tiene vigencia.
11.
Para enseñar.
Los sacerdotes eran maestros.
Por lo tanto debían instruir al pueblo en los estatutos y caminos de Dios. ¿Cómo
podrían hacer esto si ellos mismos eran incapaces de discernir la diferencia
entre el bien y el mal? Es imposible enseñar a otros, o guiarlos por el camino
que debieran tomar, si se tiene la mente embotada.
Por medio de Moisés.
Hasta hoy hay quienes menosprecian a Moisés; sin embargo, tales personas
deben saber que Dios habló por medio de él y que, con estas palabras, Dios
expresó su aprobación de la vida y de la obra de Moisés. Cristo dijo: " "Porque
si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí... Pero si no creéis a sus escritos,
¿cómo creeréis a mis palabras?" " (Juan 5: 46,47). Es verdad que algunas
disposiciones eran tan sólo para Israel y se aplicaban a las condiciones
locales. Pero éstas pueden fácilmente ser discernidas. Los principios eternos
que Dios comunicó "por medio de Moisés" tienen tanta fuerza y tanta vigencia
como en otros tiempos. Todo cristiano debe meditar en las palabras de Cristo:
"Si no creéis a sus escritos , ¿cómo creeréis a mis palabras?" Esta declaración
no puede tomarse livianamente, pues fue hecha por Cristo.
13.
La comeréis.
Dentro de la
confusión que había seguido a la muerte de sus dos hijos, Aarón había dejado de
comer la porción de la ofrenda que le correspondía. Había ocurrido una tragedia,
pero esto no debía afectar al ritual prescrito. A pesar de ello, la obra debía
proseguir.
14.
Tus hijas contigo.
Es evidente que la ofrenda a la cual se alude aquí comprendía también la
ofrenda de paz, puesto que las hijas de Aarón debían participar de ellas (cap.
9: 17-21). Las ofrendas eran cosa santísima, y sólo los sacerdotes debían comer
de ellas. Toda la familia, como también otras personas "limpias", podían
participar de la ofrenda de paz.
15.
Como
Jehová lo ha mandado.
Con el correr de los años, la idea de que nada
debía impedir la obra de Dios, de que las circunstancias no debían interrumpir
el ritual del santuario, se arraigó profundamente en la conciencia de los
sacerdotes. En ocasión de la toma y destrucción final del templo por los romanos
en el año 70 DC, fue puesta a prueba hasta el máximo. La ciudad de Jerusalén ya
había sido tomada, pero el templo estaba aún en pie. Era la hora del sacrificio
vespertino. En forma calmada y solemne los sacerdotes estaban llevando a cabo el
ritual mientras los romanos escalaban los muros y entraban en el recinto del
templo. Los edificios fueron incendiados y por todos lados subían las llamas.
Pero los sacerdotes, con pasos lentos y medidos, prosiguieron con su tarea, sin
siquiera mirar lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Nada debía interferir
con la obra de Dios.
Los reyes aprenden la misma lección. Puede explotar
una bomba cerca del carruaje real, pero el rey no debe hacer caso. Debe retener
su compostura, sin permitir que nada lo turbe. La parada debe proseguir; nadie
debe mirar hacia atrás.
La respuesta dada por Jesús a ciertas personas
que querían ser sus discípulos, pero que ponían en primer lugar sus asuntos
personales, parece a primera vista un tanto dura y desprovista de afecto (ver
Luc. 9: 59-62). Pocos deberes son considerados más urgentes que el de cuidar a
los padres. Sin embargo, aun esto que podría ser considerado como deber sagrado
- no debe anteponerse a la realización de la obra de Dios. La obra debe
proseguir.
16.
Moisés preguntó.
Moisés todavía tenía el mando y debía vigilar para que se hiciese todo
como Dios lo había mandado. Cuando se usaba un macho cabrío como ofrenda por el
pecado, la sangre no era llevada al santuario, sino que era puesta sobre los
cuernos del altar del holocausto. Según la ley, en tales casos la carne debía
ser comida por los sacerdotes (cap. 6: 26). Ese día se había ofrecido un macho
cabrío como ofrenda por el pecado (cap. 9: 15), y puesto que la sangre no había
sido llevada al santuario, la carne debía haberse comido. No se había hecho así;
en consecuencia, el simbolismo del ritual se había desvirtuado completamente.
Al no comer de la carne, Aarón no había cargado con los pecados del
pueblo. No podía hacer expiación por los pecados que no llevaba sobre sí. Por
esto era una equivocación tan seria. Los pecados llevados por el macho cabrío
debían haber sido transferidos a los sacerdotes, quienes entonces harían
expiación por ellos. Pero en este caso, no podía haber transferencia porque los
sacerdotes no habían comido la carne. Todo lo que el macho cabrío podía hacer
era morir, pero la obra de intercesión quedaba sin hacer.
Se enojó.
La mansedumbre de Moisés era notable (Núm. 12: 3), pero él también tuvo
momentos de santa indignación. En un momento su indignación fue tal que arrojó
las dos tablas de piedra y las rompió en pedazos, acción por la cual Dios no lo
reprochó (Exo. 32: 19). Dios mismo estaba enojado (Exo. 32: 9, 10). La ira de
Moisés no se abatió de inmediato porque, al ver el becerro de oro, lo hizo moler
e hizo que Israel bebiera el agua (Exo. 32: 20).
Hay ocasiones cuando es
correcto demostrar santa indignación. Sin duda a esos momentos se aplica el
consejo de Pablo: "Airaos, pero no pequéis" (Efe. 4: 26). De sí mismo, Pablo
dice: " "¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?" " (2 Cor. 11: 29).
Cuando Moisés quebró las tablas de piedra, "ardió la ira de Moisés". Por esto
Aarón lo reprochó (Exo. 32: 19, 22), insinuando que no había motivo para
enojarse. Pero, como ya se señaló, el Señor estuvo de acuerdo con Moisés
en que había justo motivo para airarse. La ira de Moisés se debía al
celo que sentía por Dios y por su causa, no a su orgullo personal ni al deseo de
venganza.
19.
¿Sería esto grato a Jehová?
Aunque Moisés se había dirigido a Eleazar y a Itamar, hijos de Aarón, y
los había reprendido, quien contestó fue el padre. Aarón sabía que la acción de
comer la ofrenda por el pecado representaba la transferencia de los pecados del
oferente a quien la comía, como Moisés lo había dicho. Pero después de lo
ocurrido, y sintiéndose parcialmente responsable por ello, no se había sentido
capaz de llevar los pecados de otros. Con los suyos ya tenía suficiente. No
podía menos que sentirse apenado por la muerte de sus hijos; quizá sintiera
también algún remordimiento. Evidentemente pensó que en el estado de ánimo en
que se encontraba, su servicio como portador simbólico de pecados no sería grato
a Jehová.
20.
Se dio por satisfecho.
La palabra así traducida puede también significar "hacer alegrar" o
"hacer agradar". Moisés se dio cuenta que Aarón no había sido negligente ni
había omitido a sabiendas un deber conocido, sin una razón. Moisés aceptó la
explicación de Aarón y modificó su actitud.
COMENTARIOS DE
ELENA G. DE WHITE
1-20 PP 373-377
1 CE(1949) 77; Ev
156; FE 409, 427; OE 20; PP 373, 421; Te 39, 58, 238; TM 363, 365, 377
1, 2 CH 82; CMC 216; CV 102; MB 304; Te 166, 248
1-3 3JT 153
1-10 Te 255
1-11 CH 366
2 FE 428; OE 20; PP 373
2, 3 CE (1949) 77
3 OE 20; PP 375
6 DTG 655
6, 7
PP 375
9-11 PP 377; Te 40, 238, 248
17 CS 471; PP 368
CBA Levítico
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